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En 2005, Rafa Nadal vivía un sueño. Había ganado su primer Roland Garros y se perfilaba como una de las promesas más brillantes del tenis. Sin embargo, aquel mismo año, un diagnóstico amenazó con acabar con su carrera antes de despegar. Los médicos le informaron que padecía la enfermedad de Müller-Weiss, una dolencia crónica en el pie izquierdo, y que no volvería a competir al más alto nivel. Contra todo pronóstico, y desafiando a la lógica, el mallorquín no solo regresó, sino que se convirtió en una leyenda: ganó 21 Grand Slam más y reescribió la historia.

La decisión de Nadal de retirarse no sorprendió a muchos. Tras más de 20 años en el circuito profesional, y con 38 años cumplidos, el desgaste acumulado por las lesiones marcó el final de su trayectoria. Es en la Copa Davis, representando a España, donde el balear decide poner punto final a una carrera histórica. Aun así, su despedida no es un adiós abrupto, sino el resultado de años de convivencia con el dolor, enfrentando más de una veintena de lesiones que le dejaron fuera de competición durante casi 2.000 días.

"No es por hacer una historia épica, es real, no pensábamos que volvería a jugar al tenis a nivel competitivo", confesó recientemente en una entrevista con el diario AS. "Las lesiones más avanzadas en tu carrera, cuando ya has conseguido mucho, se toleran de una manera o se ven desde un prisma un poquito diferente. Pero cuando acabas de empezar y llevas toda la vida preparándote para ello y al primer año que realmente tienes bueno te dicen que no volverás a jugar, es duro".

Los inicios de un calvario

La primera lesión que sufrió Nadal fue en 2003, cuando una fisura en el codo le obligó a perderse el que habría sido su primer Roland Garros. Al año siguiente, una fractura en el escafoides del pie izquierdo le dejó fuera de las pistas, y en 2005 empezó su calvario cuando se identificó el síndrome de Müller-Weiss, una afección degenerativa que afectaría toda su carrera.

Esta enfermedad crónica cambió para siempre su manera de jugar y de entrenar. Comenzó a utilizar zapatillas diseñadas a medida con plantillas especiales, lo que redujo la presión en su pie afectado, pero trasladó el impacto a otras partes de su cuerpo, en particular a las rodillas.

La lista de lesiones es extensa y variada. Desde tendinitis en ambas rodillas hasta problemas abdominales, pasando por desgarros musculares y fracturas. Cada dolencia suponía un desafío que Nadal enfrentaba con determinación.

En 2012, una de las lesiones más graves, una rotura del tendón rotuliano de la rodilla izquierda, lo apartó del circuito por más de seis meses, obligándolo a ausentarse de Wimbledon y los Juegos Olímpicos de Londres.

Adaptarse para sobrevivir

La clave del éxito de Nadal, más allá de su talento y fortaleza mental, ha sido su capacidad de adaptación. A lo largo de su carrera, ha cambiado su estilo de juego para proteger su físico. El Nadal que debutó en 2003 era un jugador explosivo y físicamente dominante, pero también susceptible al desgaste. Con los años, refinó su técnica, ajustó su calendario y adoptó estrategias para minimizar el impacto de sus lesiones. "No estoy lesionado. Soy un jugador que vive con una lesión constante", declaraba en 2022, encapsulando la realidad de su día a día.

La enfermedad de Müller-Weiss ha sido la constante en su carrera, obligándolo a someterse a una operación en 2021 y a manejar el dolor mediante tratamientos paliativos durante años. Pero esta no ha sido la única complicación seria. Las tendinitis rotulianas en ambas rodillas comenzaron en 2008 y se repitieron en 2009 y 2018. Cada recaída suponía meses de baja y una incertidumbre que habría debilitado la moral de cualquier otro deportista.

Un catálogo de lesiones

La lista de dolencias de Nadal parece infinita. En 2008, la tendinitis en la rodilla derecha le impidió jugar la final de la Copa Davis en Mar del Plata. En 2014, una lesión en la muñeca derecha le dejó fuera de Wimbledon. En 2018, un desgarro en el psoas ilíaco, un músculo clave para movimientos como el saque, marcó el inicio de una serie de complicaciones que culminaron en el 2023 con una lesión de grado 2 en el mismo músculo, convenciendo al tenista de que el final estaba cerca.

El 2020 fue un año atípico por la pandemia, pero relativamente libre de lesiones. Sin embargo, en 2021 el síndrome de Müller-Weiss regresó con fuerza, dejándolo fuera de Wimbledon y los Juegos Olímpicos de Tokio. Pese a todo, Nadal logró alargar su carrera y mantenerse competitivo. En 2022, logró ganar su 22º Grand Slam en Roland Garros, aunque una rotura abdominal lo obligó a retirarse de Wimbledon.

La despedida de un luchador

El año 2023 fue un punto de inflexión. La lesión en el psoas ilíaco y la necesidad de una operación lo apartaron de las pistas durante toda la temporada, pero también le dieron claridad sobre su futuro.

A pesar de todo, Nadal consiguió regresar en 2024 para despedirse del tenis como quería: siendo competitivo. Su adiós, marcado por su participación en la Copa Davis, es  una celebración de su legado, construido no solo a base de títulos, sino de perseverancia y resiliencia.

El impacto de Nadal trasciende las estadísticas, aunque estas sean impresionantes. Ha sido número uno del mundo en tres décadas diferentes, conquistó 22 Grand Slam y dejó huella levantando un total de 92 títulos. Durante dos décadas, desafió los pronósticos que auguraban una corta carrera debido al desgaste de su estilo de juego. Su capacidad para reinventarse, adaptarse y seguir compitiendo a pesar de las adversidades lo convirtió en una figura única en la historia del deporte.

Es imposible saber cómo habría sido su carrera sin las lesiones, pero quizás estas contribuyeron a forjar el carácter que lo definió. Las lesiones marcaron cada etapa de su trayectoria. Sin embargo, Rafa Nadal demostró una y otra vez que incluso contra el infortunio, es posible alcanzar la grandeza.