El Cultural

La memoria histórica

29 abril, 2009 02:00
1. Fraga y Carrillo. No es éste el lugar para hablar sobre la necesidad (o no) de ponerse a desenterrar a los muertos y perseguir a los octogenarios culpables de la Guerra Civil. Pero el cine sí debe servir como vehículo para que los países (las naciones) construyan su propia identidad y reinterpreten su pasado de acuerdo con los objetivos del presente. En España se ha hecho mucho cine histórico, sobre todo de la Guerra Civil (para qué insistir) y mucho ha sido tremendamente espúreo. últimos testigos es una película que son dos, los sendos retratos sobre Santiago Carrillo y Manuel Fraga que han realizado Manuel Martín Cuenca y José Luis López Linares, respectivamente. En primer lugar, es mejor el de López Linares, que acierta a dar voz a más actores que el propio radiografiado, opción por la que opta Cuenca. Cabe decir que los políticos no dejan de ser profesionales de la seducción y que un espectador poco avispado puede terminar la película convencido de que Carrillo es el súmmum de la honestidad y la autenticidad y Fraga un posibilista que se alió con el maligno por el bien de todos nosotros. Ni tanto, ni tampoco. En cualquier caso, el proyecto es un acierto. Lo es porque, gusten o no, ambos personajes han sido claves en la historia española del siglo XX. Y porque es un acierto confrontar dos visiones tan dispares sobre unos mismos hechos. Me temo que últimos testigos tendrá una audiencia limitada. Verlos del tirón es, efectivamente, un ejercicio agotador. Ambos hablan mucho de sucesos lejanos en el tiempo que para la mayoría casi pertenecen más al territorio de la leyenda que de la realidad tangible. Pero ayudan a comprender quiénes somos y por qué, es mucho más de lo que puede decirse de la mayoría del cine español.


2. Lorca y Dalí. A los ingleses les gusta mucho la historia de España, sobran los ejemplos. Sin embargo, ese fenómeno no se había dado en el cine. Ahora, un tal Paul Morrison se atreve con la Residencia de Estudiantes en la película Sin límites para centrarse en un imaginario (aunque no disparatado) romance entre Salvador Dalí y Federico García Lorca con el viril Luis Buñuel como tercero en discordia. Una película sobre tres genios de tal calibre y una época tan sumamente fascinante resulta, a priori, tan interesante como peligrosa. Para empezar, hay que reconocer que se trata de papeles muy complicados para cualquier actor, más si son tan jóvenes como los que aquí tercian (un tal Javier Beltrán y Robert Pattison). Y también que uno espera mucho de una producción con semejante asunto. Pero ése, en cualquier caso, era un riesgo que el propio director estaba dispuesto a asumir. El resultado es un desastre. Morrison convierte la rebeldía de los tres en una especie de farsa adolescente sobre chavalillos hormonados con ganas de juerga, vamos, como si Mentiras y gordas la protagonizaran Albert Einstein y Gertrude Stein. A la sucesión de tópicos sobre sus ánimos revolucionarios se suma el retrato del amor homosexual entre el pintor y el poeta. El problema no es que Morrison se "invente" algo que nadie sabe si sucedió o no, el problema es que lo convierte en una especie de novelita rosa ridículamente edulcorada. Vamos, que no sé si hubo tomate, pero lo que está clarísimo es que no fue así. Ni de cerca.