Philip Roth: "Mi vida es un juego de alto riesgo en el que por ahora voy ganando"
Con la muerte de Richard Wilbur en octubre, Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933) se convirtió en el decano del departamento de literatura de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, el augusto salón de la fama de Audubon Terrace, en el norte de Manhattan, que es a las artes lo que Cooperstown al béisbol. Recientemente, Roth entró a hacer compañía a William Faulkner, Henry James y Jack London como uno de los pocos estadounidenses incluidos en la Biblioteca de la Pléiade. Además, la editorial italiana Mondadori está publicando su obra en la colección Meridiani de autores clásicos. Todas estas distinciones -que incluyen el premio español Príncipe de Asturias en 2012 y el nombramiento de comendador de la Legión de Honor francesa en 2013- parecen complacerlo al tiempo que divertirlo. “Mire esto”, me dijo el mes pasado mientras sostenía el volumen de Mondadori con su ornamentada encuadernación, grueso como una Biblia, que incluye títulos como El lamento de Portnoy y Zuckerman desencadenado. “¿Quién lee libros así?”
Como es sabido, en 2012, al acercarse a los 80 años, Roth anunció que había dejado de escribir. (En realidad lo había hecho en 2010). En los años transcurridos desde entonces, ha dedicado parte del tiempo a dejar las cosas claras. Por ejemplo, escribió una larga y apasionada carta a Wikipedia rebatiendo la ridícula opinión de la enciclopedia de internet de que no había sido un testigo fiable de su propia vida. (Wikipedia acabó dando marcha atrás y reescribió su entrada).
Roth también mantiene contacto frecuente con Blake Bailey, al que nombró su biógrafo oficial y que ya ha acumulado 1.900 páginas de notas para un libro que se prevé que sea la mitad de extenso.
"Mis cincuenta años de escritor me sugieren euforia y lamentos. Frustración y libertad. Abundancia y vacío"
Además, ha supervisado la publicación de Why Write? (¿Por qué escribir?), el último volumen de la edición de su obra en la Library of America. El libro, una especie de barrido final, un pulimento del legado, incluye una sección de ensayos literarios de las décadas de 1960 y 1970, el texto completo de El oficio -su colección de conversaciones y entrevistas con otros escritores, muchos de ellos europeos, de 2001-, y una sección de ensayos y conferencias de despedida, algunos de los cuales se publican por primera vez. No por casualidad, termina con una frase de dos palabras: “Aquí estoy”, entre tapas duras, claro está.
Sin embargo, la mayor parte del tiempo, Roth lleva la tranquila vida de un jubilado del Upper West Side. (Su casa de Connecticut, en la que solía recluirse para los largos periodos de escritura, solo la usa en verano). Ve a amigos, va a conciertos, revisa su correo electrónico y ve viejas películas en FilmStruck. No hace mucho recibió la visita de David Simon, creador de The Wire, que está realizando una miniserie en seis capítulos de La conjura contra América, tras la cual declaró que estaba seguro de que su novela estaba en buenas manos. Roth goza de buena salud, aunque ha tenido que someterse a varias operaciones debido a un recurrente problema de espalda, y parece feliz y satisfecho. Tiene una actitud pensativa, pero, aun así, cuando quiere es muy divertido.
¿Qué piensa de los días que vivimos?
He entrevistado a Roth en diversas ocasiones a lo largo de los años, y el mes pasado le pregunté si podíamos volver a hablar. Como muchos de sus lectores, me preguntaba qué pensaba el autor de Pastoral americana, Me casé con un comunista y La conjura contra América del extraño periodo que vivimos actualmente. También tenía curiosidad por saber cómo pasaba el tiempo. ¿Se dedicaba a hacer sudokus? ¿Veía la televisión durante el día? Roth estuvo de acuerdo en que lo entrevistase, pero solo si lo podíamos hacer por correo electrónico. Necesitaba darse tiempo, me explicó, y meditar lo que quería decir.
Pregunta.- Dentro de unos meses cumplirá 85 años. ¿Se siente anciano? ¿Qué se siente al envejecer?
Respuesta.- Sí, dentro de unos meses dejaré la vejez para entrar en la vejez profunda y adentrarme cada día un poco más en el temible Valle de las Sombras. Me asombra encontrarme todavía aquí al final de cada día. Cuando me acuesto por la noche, sonrío y pienso: “He vivido un día más”. Y vuelve a ser asombroso despertarme ocho horas después y ver que ha llegado la mañana del día siguiente y sigo estando aquí. “He sobrevivido otra noche”, y la idea vuelve a hacerme sonreír. Me acuesto sonriendo y me levanto sonriendo. Estoy muy contento de seguir vivo. Es más, cuando sucede, como ha sucedido, semana tras semana y mes tras mes desde que empecé a beneficiarme de la Seguridad Social, produce la ilusión de que nunca se va a acabar, aunque, por supuesto, sé que puede acabar en un instante. Es algo así como jugar todos los días a un juego, un juego de alto riesgo, en el que, por ahora y contra todo pronóstico, voy ganando. Veremos cuánto me dura la suerte.
P.- Ahora que se ha retirado como novelista, ¿alguna vez echa de menos la escritura o piensa en abandonar su retiro?
R.- No, no lo pienso. La razón es que las condiciones que motivaron que dejase de escribir ficción hace siete años no han cambiado. Como digo en Why Write?, en 2010 tenía “la fuerte sospecha de que había dado lo mejor de mi trabajo, y que cualquier otra cosa sería inferior. Por entonces ya no estaba en posesión de la vitalidad mental, la energía verbal o la forma física para montar y sostener un gran ataque creativo de cualquier duración sobre una estructura compleja tan exigente como una novela. Todo talento tiene sus condiciones; su naturaleza, su finalidad, su fuerza; también su plazo, su ejercicio, su tiempo de vida… No todo el mundo puede ser productivo para siempre”.
“Nadie imaginó un Estados unidos como el de hoy”
P.- Cuando mira atrás, ¿qué recuerda de sus más de cincuenta años de escritor?
R.- Euforia y lamentos. Frustración y libertad. Inspiración e incertidumbre. Abundancia y vacío. Salir disparado hacia delante y quedarte enredado por el camino. Día tras día, el repertorio de dualidades oscilantes que soporta todo talento, y también una tremenda soledad. Y el silencio. Cincuenta años en una habitación silenciosa como el fondo de un estanque, produciendo a duras penas -cuando todo iba bien- mi ración mínima diaria de escritura aprovechable.
"Trump es un fraude a gran escala, carente de todo excepto de la ideología hueca del megalómano"
P.- En Why Write? reedita su famoso ensayo "Escribir narrativa norteamericana", que sostiene que la realidad estadounidense es tan disparatada que casi supera la imaginación del escritor. Lo dijo en 1960. ¿Qué piensa ahora? ¿Alguna vez imaginó un Estados Unidos como el que vivimos hoy?
R.- Nadie que yo conozca imaginó un Estados Unidos como el que vivimos actualmente. Nadie (excepto tal vez el mordaz H.L. Mencken, que hizo la famosa descripción de la democracia estadounidense como "la veneración de los chacales por parte de los subnormales") podía haber imaginado que la catástrofe que se abatiría sobre Estados Unidos en el siglo XXI, el más degradante de los desastres, no llegaría, digamos, con la aterradora apariencia de un Gran Hermano orwelliano, sino en forma del siniestramente ridículo personaje de la commedia dell'arte del bufón presumido. ¡Qué ingenuo fui en 1960 al pensar que era un estadounidense que vivía una época absurda! ¡Qué curioso! Pero, ¿qué podía saber yo en 1960 de 1963, o de 1968, o de 1974, o de 2001, o de 2016?
P.- En estos momentos, su novela de 2004 La conjura contra América parece escalofriantemente profética. Cuando se publicó, hubo quien vio en ella un comentario sobre el Gobierno de Bush. Sin embargo, en aquella época no contenía ni de lejos tantas semejanzas como parece contener ahora.
R.- Por muy profética que La conjura contra América le pueda parecer, no cabe duda de que hay una enorme diferencia entre las circunstancias políticas que inventé en ella para los Estados Unidos de 1940 y la calamidad política que hoy en día nos produce tanta consternación. Es la diferencia entre la talla del presidente Lindbergh y la del presidente Trump. Puede que Charles Lindbergh, tanto en la vida real como en mi novela, fuese un verdadero racista, un antisemita y un supremacista blanco que simpatizaba con el fascismo, pero también era -debido a la extraordinaria hazaña de su vuelo transatlántico en solitario a los 25 años- un auténtico héroe estadounidense 13 años antes de que yo decidiese que ganase la presidencia. Históricamente, Lindbergh fue el valiente joven piloto que en 1927 cruzó el Atlántico volando, sin escalas, desde Long Island hasta París. En comparación, Trump es un fraude a gran escala, la fatídica suma de sus deficiencias, carente de todo excepto de la ideología hueca del megalómano.
"Escribí mucho sobre la tentación sexual de los hombres”
P.- Uno de sus temas recurrentes ha sido el deseo sexual masculino y sus múltiples manifestaciones. ¿Qué piensa del momento que estamos viviendo, en el que tantas mujeres dan un paso al frente y acusan a tantos hombres con una importante imagen pública de acoso y abuso sexual?
"Ninguna de las conductas abusivas sobre las que he leído en la prensa me ha sorprendido"
R.- Como usted ha dicho, no soy un novelista ajeno a la furia erótica. Los hombres envueltos por la tentación sexual constituyen uno de los aspectos de la vida masculina sobre el que he escrito en algunos de mis libros. Hombres que responden a la insistente llamada del placer sexual, acosados por vergonzosos deseos y por la imperturbabilidad de la lujuria obsesiva, seducidos incluso por el atractivo del tabú. Durante décadas he imaginado un grupito de hombres inquietos poseídos por esas fuerzas tan abrasadoras con las que tienen que vérselas y negociar. He intentado no hacer concesiones al representar a esos hombres, cada uno con su manera de ser y de comportarse, excitados, estimulados, hambrientos en manos del fervor carnal y enfrentados a las múltiples disyuntivas psicológicas y éticas que plantean las exigencias del deseo. En los relatos de por qué, cómo y cuándo los hombres inflamados hacen lo que hacen no he rehuido los hechos, aun cuando no estuviesen en armonía con la imagen que una campaña de relaciones públicas masculina -en caso de que tal cosa existiese- probablemente preferiría. No me he adentrado solamente en la mente del hombre, sino también en la realidad de esos deseos incontrolables cuya obstinada presión puede amenazar la propia racionalidad con su persistencia, deseos a veces tan intensos que se pueden vivir incluso como una forma de locura. En consecuencia, ninguna de las conductas sobre las que he leído en la prensa últimamente, por extrema que fuera, me ha sorprendido.
"Me paso el día leyendo historia"
P.- Siempre ha sido conocido por trabajar jornadas larguísimas. Ahora que ya no escribe, ¿qué hace con tanto tiempo libre?
R.- Leo. Curiosamente o no, muy poca narrativa. Mientras trabajaba, me pasé la vida leyendo narrativa, enseñando narrativa, estudiando narrativa y escribiendo narrativa. Hasta hace siete años apenas pensaba en otra cosa. Desde entonces paso buena parte del día leyendo Historia, sobre todo historia de Estados Unidos, pero también de la Europa moderna. La lectura ha sustituido a la escritura, y es la parte más importante, el estímulo, de mi vida intelectual.
P.- ¿Qué ha leído últimamente?
R.- Parece que últimamente he cambiado de rumbo, y he leído una serie de libros heterogéneos. He leído tres libros de Ta-Nehisi Coates. De ellos, el más revelador desde un punto de vista literario es The Beautiful Struggle (La hermosa lucha), sus recuerdos del reto que supuso su padre en su infancia. Leyendo a Coates me enteré de la existencia del compendio de Nell Irvin Painter que lleva el provocador título de The History of White People (Historia de los blancos). Painter me devolvió a la historia estadounidense y leí Esclavitud y libertad en los Estados Unidos, de Edmund Morgan, un ensayo sumamente erudito sobre lo que el autor llama “el matrimonio entre la esclavitud y la libertad” tal como era en la antigua Virginia.
"Leer a Morgan me condujo por diversos vericuetos a leer los ensayos de Teju Cole, si bien no sin dar antes un considerable viraje con la lectura de El giro, de Stephen Greenblatt, que trata de las circunstancias del descubrimiento del subversivo manuscrito de Lucrecio De la naturaleza de las cosas en el siglo XV, lo cual me condujo a enfrentarme a la lectura de parte del largo poema del autor latino, escrito en algún momento del siglo I antes de Cristo, en la traducción en prosa de A.E. Stalllings. A partir de aquí seguí con la lectura de El espejo de un hombre, el libro de Greenblatt sobre cómo Shakespeare llegó a ser Shakespeare. Por qué camino llegué a leer y disfrutar de la biografía de Bruce Sprins- teen, Born to Run, solo lo puedo explicar diciendo que parte del placer de tener tanto tiempo a mi disposición para leer lo que cae en mis manos me reserva sorpresas inesperadas.
De un libro a otro
"Por correo electrónico me llegan a menudo copias de libros antes de su publicación, y así fue como descubrí Pogrom: Kishinev and the Tilt of History (Pogromo: Kishinev y el declive de la historia), de Steven Zipperstein. El autor describe pormenorizadamente los años de principios del siglo XX en los que la difícil situación de los judíos en Europa se volvió mortal en unas circunstancias que presagiaban cómo terminaría todo. Gracias a Pogrom descubrí The Jewish Century, un trabajo de historia interpretativa obra de Yuri Slezkine, que sostiene que “la era moderna es la era judía, y el siglo XX en particular, el siglo judío”.
"He leído Impresiones personales, de Isaiah Berlin, sus ensayos biográficos sobre el elenco de personajes influyentes del siglo XX que conoció u observó. Contiene una breve aparición de Virginia Woolf con su aterradora genialidad, así como unas cuantas páginas especialmente absorbentes sobre el primer encuentro de Berlin con la magnífica poeta Anna Akhmatova una noche de 1945 en Leningrado, ferozmente bombardeada. Entonces ella había cumplido ya los 50 y estaba aislada, sola, despreciada y sufría la persecución del régimen soviético. Dice Berlin: “Tras la guerra, Leningrado no era para ella más que un vasto cementerio en el que yacían sus amigos… El relato de la inclemente tragedia de su vida iba mucho más allá de lo que cualquiera me hubiese descrito jamás con palabras habladas”. Conversaron hasta las tres o las cuatro de la madrugada. La escena es tan conmovedora como cualquier escena de Tolstoi.
"La semana pasada leí los libros de dos amigos. Uno es una inteligente biografía breve de James Joyce, de Edna O'Brien. El otro es Confessions of an Old Jewish Painter, la encantadoramente excéntrica autobiografía del gran artista R.B. Kitaj, uno de mis más queridos amigos, ya desaparecido. Muchos de mis buenos amigos han muerto. Algunos eran novelistas. Echo en falta sus libros en el correo electrónico.
© New York Times Book Review