Arte

Poliedro de mil caras

Juan Navarro Baldeweg

23 mayo, 1999 02:00

Instituto Valenciano de Arte Moderno. Centro Julio González. Guillem de Castro, 118. Valencia. Hasta el 18 de julio

El curso creativo de Navarro Baldeweg se ramifica, esparciendo raíces en terrenos muy diversos. Separar cualquiera de las facetas de este versátil creador no es más que reducir su gran potencialidad inventiva

Un centenar de obras, entre las que se encuentran pinturas, esculturas, fotografías, maquetas y dibujos, reedifican la compleja, y a la vez elemental, construcción en la que Juan Navarro Baldeweg se mueve, reposa, magnetiza la luz, equilibra las sombras y abstrae las formas, figurando imágenes en evolución continua. Concebida a modo de retrospectiva, esta exposición, muestra por vez primera el conjunto de su obra, une el barro y la argamasa, como funde también el color y la luz, o concilia el agua y el fuego, permitiendo desgranar el espíritu poliédrico que todo lo anima.
Reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1990, el trabajo de Juan Navarro Baldeweg ocupa un lugar destacado en el ámbito de la arquitectura —su faceta creativa más reputada—, con edificios tan emblemáticos como los Juzgados de Mahón, el Palacio de Congresos y Exposiciones de Salamanca, el Centro Cultural de Villanueva de la Cañada y las Consejerías para la Junta de Extremadura, por señalar sólo algunas de sus más bellas construcciones. La dedicación de Juan Navarro Baldeweg a la arquitectura, estuvo precedida, sin embargo, en su etapa de formación por los estudios de dibujo y pintura en Santander y de grabado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
Desde esta óptica, resulta difícil, por tanto, establecer qué fue antes, si el huevo o la gallina. Y es que el curso creativo de Juan Navarro Baldeweg se ramifica, esparciendo raíces en terrenos que son muy diversos, otorgando a todos ellos el mismo valor sustancial. Separar cualquiera de las facetas de este versátil creador no es más que reducir su gran potencialidad inventiva.
Artesano y sofisticado hacedor, a la manera de los antiguos humanistas, Juan Navarro Baldeweg echa mano del plástico con el mismo ingenio y ternura con el que modela el barro o bruñe de oro el espacio con un dibujo fugaz. De la pintura pasa al cemento, y de éste al hierro o al latón, para regresar de nuevo al lienzo, donde parece querer conjugarlo todo. Mago de las formas, como también domador de los conceptos, Juan Navarro Baldeweg hechiza el espacio, domesticando sus ficciones. Pronosticando su virtualidad, lo hace habitable con figuras, que unas veces son reflejos abstractos y otras sombras de cuerpos intangibles. Sus volúmenes tan pronto son ligeros y volátiles, como toman asiento y muestran toda su firmeza anatómica. Y esto que no es sino magia, Juan Navarro Baldeweg lo hace compatible en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.
Desde que llevara a cabo sus primeras exposiciones, allá por los años sesenta, este polifacético artista atendió al collage, a las figuras geométricas y al arte cinético, a la expresión pictórica y al minimalismo escultórico, al objeto y al arte conceptual, de tal manera que a lo largo de su dilatada trayectoria es posible reconstruir los episodios más significativos del arte de las últimas décadas. Pasó por la madrileña Galería Edurne y por los Encuentros de Pamplona, por Vinçon y la Bienal de Venecia, al tiempo que dialoga con Picasso y Matisse o tutea a Marcel Duchamp y Walter Gropius. En un sitio y en otro, con éstos y aquéllos, Juan Navarro Baldeweg manifestó, sin embargo, una peculiar forma de recrear la realidad y reinventar la fantasía.
De la mano de ángel González y Enrique Granell, la presente exposición plantea un recorrido revelador de ese espíritu inquieto que anima la creatividad de Juan Navarro Baldeweg. Un montaje valiente, asumiendo los riesgos que implican dar forma inteligible a las heterogéneas obras que este artista ha ido construyendo desde principios de los años setenta hasta la actualidad, sin romper el hechizo que a menudo parece envolver sus diálogos, constituye uno de sus principales aciertos.
Soportes, materiales e imágenes de la más diversa condición y figura, plantean un recorrido fascinante. Ya de entrada, una sala impresionante muestra la precariedad de ciertos equilibrios, como la firme cimentación de otros en una conjunción de obras que no hacen sino abrir boca. El "Aro de oro" (1999) en un trapecio imposible, la poética visión de la "Casa de la lluvia" (1979-1999) y el encendido y tierno piar del "Pollo" (1979), junto a la orgánica inestabilidad de la madera en los Prismas I y II, dan paso a una de las salas más notables. En ella, se reúnen parte de las piezas primeras de Juan Navarro Baldeweg: los hipnóticos objetos de"Sombrero ‘de la acción de los sombreros’" (1976) y los papeles zen de "Fuente y fuga" (1973), el ritmo suspendido de una ascensión en el "Columpio de ‘luz y metales’" (1976) y la extraordinaria visión estrellada a través de "Ventana, metales y color" (1976). Todas ellas, obras llenas de ingenuidad y agudeza, de inteligencia y sensibilidad, capaces de referirse a la actualidad, tanto como lo hicieran en el momento en el que fueron concebidas para la Sala Vinçon a mediados de los años setenta.
Más allá de las hedonistas expresiones que podrían calificar las pinturas de los años ochenta y noventa, en las que se sitúan los dragones, las casas y paisajes, como las que alegran o ensombrecen las coloristas vistas del estudio o las variaciones sobre una cabeza clásica, cabría destacar los paisajes de viento y lluvia. Buscando la complicidad de un espacio fecundo, en el que se engendran mestizajes pictóricos de desigual factura, sin la magnitud y exuberancia que los distingue en el lienzo, aquí y allá, fotografías y maquetas exhiben con una asombrosa delicadeza tanto las funciones concretas, como las abstractas actuaciones, desde la discreción y el silencio.
Es, sin embargo, en las sobremesas donde se muestra lo más apetitoso. Situadas en la nave central, a modo de expositores, dos grandes mesas muestran los exquisitos platos de degustación que han ido engrosando el rico recetario constructivo del artista. En pequeñas dosis, al alcance de la mano, un fascinante microcosmos deja ver sus destellos multiplicados en los reflejos infinitos del espejismo que los sostiene.
Allí se sitúan las sopas de letras chinas, los artilugios medidores de los secretos alquímicos y los restos de una arqueología lunar, como resumen y preámbulo de un movimiento circular que parece envolver los múltiples destellos creativos de Juan Navarro Baldeweg.