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Rodin y Giacometti, duelo de titanes

A través de 200 obras la Fundación Mapfre muestra cómo ambos escultores encontraron una nueva manera de acercarse a la figura

10 febrero, 2020 05:00

Rodin - Giacometti. Fundación Mapfre

Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Comisarios: Catherine Chevillot, Catherine Grenier y Hugo Daniel. Hasta el 10 de mayo

Auguste Rodin y Alberto Giacometti son dos de los nombres más destacados de la escultura moderna. Podríamos incluso decir que si nos ceñimos a la representación de la figura humana, son los dos únicos imprescindibles. Aunque no siempre sucede con grandes artistas, el público simpatiza con ellos y sus exposiciones tienen el éxito garantizado. De hecho, su presencia se ha prodigado en estos últimos años en nuestro país: en 2018 el Museo Guggenheim de Bilbao dedicó a Giacometti una magna retrospectiva y en 2019 pudimos ver una selección de sus esculturas en las salas del Museo del Prado, en un arriesgado diálogo con sus colecciones. Por su parte, en 2009, se instalaron en las calles de Madrid alguna de las esculturas más famosas de Rodin, con motivo de la celebración del primer aniversario de CaixaForum. Dicho todo esto, confieso que me pregunté, camino de la exposición, cuál sería la justificación de una muestra más de ambos escultores, más allá de asegurarse una cola de visitantes a la entrada de la sala. Pues bien, después de varios recorridos por sus salas y de una conversación con uno de los comisarios, creo que debo recomendársela al lector o a la lectora aficionados al arte. Sin embargo, aquellos a quienes les interese la escultura, deben salir corriendo ya mismo hasta la Fundación Mapfre, dispuestos a enfrentarse a una experiencia conmovedora.

La exposición hace visibles las conexiones entre la escultura de Rodin (París, 1840 - Meudon, 1917) y la de Giacometti (Borgonovo, 1901 - Coira, 1966) y hasta qué punto el escultor suizo miró, admiró y aprendió de la obra del francés. Y para ello analiza ocho cuestiones mediante selectos ejemplos. Quiero aclarar algo importante, y es que esta no es una de esas exposiciones cuya tesis, minuciosamente articulada en los textos de pared, convierte lo expuesto en mera ilustración de un discurso. En las que, en ocasiones, incluso tienes la impresión de que las obras hubieran podido ser esas o cualquier otras, porque el discurso es tan gaseoso que mezcla bien con todo. En este caso, los textos son breves y el montaje elocuente. Lo que postulan los comisarios se hace evidente observando y comparando nosotros mismos las piezas.

Los amantes de la escultura deben correr a enfrentarse a esta experiencia conmovedora

Rodin murió cuando Giacometti tenía 16 años, así que bien hubieran podido encontrarse. En vez de eso, Giacometti fue discípulo de Antoine Bourdelle, que durante quince años se había formado al lado de Rodin. Y sobre todo, desde su primera juventud y hasta sus últimos años, el suizo reunió fervorosamente libros y asistió a exposiciones del escultor francés. Pruebas de la atención que le dedicó podemos encontrarlas en los libros de Rodin, con dibujos a lápiz y luego a bolígrafo de mano de Giacometti (hay incluso algunas de las esculturas a las que ha añadido brazos y cabeza). Antes de entrar en pormenores, hay que aclarar que la afinidad es global. Lo que convirtió a Rodin en el padre de la escultura moderna fue la expresividad del rostro y la gestualidad con que dotaba a sus figuras, algo insólito en su tiempo. Giacometti continuó por ese camino, a su manera, adelgazando la figura hasta revelar el hueso de lo humano como quizá no lo haya hecho nadie con posterioridad.

Auguste Rodin: 'Monumento a los Burgueses de Calais', 1889

A la entrada de la exposición encontramos una fotografía extraordinaria, en la que Giacometti posa entre las figuras de una de las esculturas más célebres de Rodin, Los burgueses de Calais (1889). Y si bien la escultura de grupo es muy poco frecuente, se da la circunstancia de que tanto Rodin como Giacometti realizaron obras muy notables de este tipo. En el caso de Giacometti, La plaza o El claro, ambas de 1950. También hay una relación directa, a tenor de los mencionados dibujos de Giacometti de las esculturas de Rodin, en una obra de título coincidente, El hombre que camina. Y aunque las diferencias son obvias, comparten una misma manifestación de la dificultad y el esfuerzo de la materia por erguirse y despegar del suelo. En la exposición se exploran otros ámbitos de coincidencia: el trabajo en series, las fotografías de los estudios, su interés por el arte del pasado… Ambos copiaron y copiaron esculturas y bajorrelieves griegos, romanos y egipcios. Con el tiempo, Rodin llegó a atesorar una importante colección de arte antiguo, con el que siguió trabajando (en las salas se muestran varias de estas piezas). Ambos también convirtieron el modelado en su técnica característica. A Rodin le sirve para otorgar energía y movimiento. En el caso de Giacometti, para mostrar la infinita fragilidad de sus figuras.

Pero quiero detenerme en dos asuntos de importancia que ambos abordan desde perspectivas semejantes. Uno es el pedestal, que sometieron a una auténtica revolución, eliminándolo unas veces y otras convirtiéndolo en parte de la escultura. De ello veremos aquí ejemplos sobresalientes. La otra cuestión es la integración del accidente, su aceptación como obra. Frentes partidas y narices abolladas no son retiradas sino que se siguen considerando aceptables (lo mismo pasa con los fragmentos), esculturas por derecho propio. Pero es que, pensándolo ahora, si los dos escultores persiguieron la verdad y trataron de captar la esencia de lo humano, no hay nada más humano que seguir adelante agotados y maltrechos.