Minimalista en lo monumental, ingrávido en lo mastodóntico, sutil y delicado en lo gigantesco. Richard Serra (San Francisco, 1938-Long Island, 2024) no modelaba el acero y el hierro sino el tiempo y el espacio. Consiguió poner al espectador en el centro del proceso escultórico trabajando de un modo magistral y casi mágico nuestra experiencia de paisaje.
Sus esculturas de titánicas dimensiones rivalizaban con lo arquitectónico, creando laberintos de sinuosas piezas de acero sin anclajes ni soldaduras que parecen desafiar a la gravedad.
Deambular por sus laberintos es una experiencia inolvidable, como la que fue para él encontrarse cara a cara con Las Meninas en el Museo del Prado. “El cuadro me dejó estupefacto y, cuanto más pensaba en él, más confuso me sentía”, afirmó. Contemplarlo le llevó a abandonar la pintura para centrarse en la práctica escultórica.
Su carrera profesional es fascinante: de clase obrera, consigue estudiar literatura inglesa con Aldous Huxley y la antropóloga Margaret Mead y, más tarde, se traslada a la prestigiosa universidad de Yale para estudiar Arte. Trabaja, además, desde los 16 a los 22 años, en una acería y ahí comienza su viaje por la fascinación del metal. El éxito le persigue desde el principio.
En los años 60 se convierte en un miembro destacado del minimalismo y el Land Art junto a sus amigos Walter de María, Eva Hesse, Sol Lewitt o Robert Smithson, disfrutando de múltiples becas, como la prestigiosa Fulbright por la que vino a Europa en el año 66. Además, fue fichado por las más importantes galerías como Leo Castelli, ACE Gallery o Larry Gagosian.
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Fue uno de los diez artistas vivos más cotizados del planeta y ha estado vinculado a España por diferentes motivos. Su padre era descendiente de mallorquines, compartía la exploración espacial y matérica con Chillida y Oteiza, también con Picasso, Julio González o Gargallo, a quienes admiraba.
En nuestro país cosechó grandes éxitos como su famosísima La materia del tiempo, la instalación para la que el arquitecto Frank Gehry diseñó exprofeso el Guggenheim de Bilbao. España también le ha concedido los más importantes reconocimientos, como el Príncipe de Asturias de las Artes en 2010 y la Orden de las Artes y las Letras en 2008.
"Mi vida profesional está encajada en España, puesto que ha sido este país el que me ha ayudado a desarrollar algunos de mis mejores proyectos, como La materia del tiempo para el Museo Guggenheim de Bilbao, uno de los más satisfactorios”, afirmó cuando le fue concedido el primer galardón.
Su obra también se comercializa a través de dos importantes galerías españolas, como son Carreras Múgica (Bilbao) y La Caja Negra (Madrid).
El enigma de la escultura perdida
A mediados de la primera década de los 2000, se descubrió que el Museo Reina Sofía había perdido una escultura de Richard Serra. La historia la convirtió en novela Juan Tallón en Obra maestra (Anagrama, 2022), desgranando todas las piezas de este puzle.
La escultura titulada Equal-Parallel: Guernica-Bengasi (Igual-paralelo: Guernica-Bengasi), de 1986, costó 216.000 euros (36 millones de pesetas). Después de haberla exhibido unos meses, el museo le cede su almacenaje a la empresa Macarrón S.A., que entra en concurso de acreedores y se disuelve sin dejar rastro. El museo la olvida hasta que, en 2005, se dieron cuenta de su desaparición cuando quisieron incorporarla a su exposición permanente.
La policía busca la pieza desesperadamente sin éxito. Richard Serra, entonces, se ofrece a repetirla y cede gratuitamente su copia al Museo Reina Sofía, una reposición que convierte esta pieza al mismo tiempo en copia y en original, alentando aún más su enigmática historia. La obra se puede disfrutar desde el 11 de febrero de 2009 en una sala permanente.
A pesar de la que las creaciones de Serra no suelen tener discursos políticos más allá de su propia experiencia espacial, esta obra en concreto expone un paralelismo temporal de dos hechos históricos: el bombardeo sobre la población civil por la Legión Cóndor a la villa de Guernica el 26 de abril de 1937 y el ataque del 15 de abril de 1986 a la ciudad Bengasi por parte de la aviación americana, en la que hubo víctimas civiles, entre ellas, una hija del dictador libio.
El hombre de acero
Recibió el apodo del “hombre de acero” por el uso reiterado de este material y por la gran destreza técnica y estética de su trabajo con el mismo, siendo el más representativo de su producción. También fue un gran dibujante, práctica que ejercitaba a diario desde los cuatro años.
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"Lo que realmente me interesa es la construcción de espacios y el acero es el material que me permite hacerlo", afirmó el artista en 2010. "Me ofrece la posibilidad de fabricar formas muy particulares. Aunque el acero es sólo la envoltura, la piel de los espacios. Lo realmente importante en mis obras es el movimiento y las sensaciones, no el volumen ni el peso".
Con su muerte termina un linaje de artistas-estrella norteamericanos que han escrito la historia del arte del siglo XX, rompiendo las convenciones académicas, explorando nuevos caminos y estrategias del arte contemporáneo que sitúan al espectador en el centro de la experiencia artística.