Gabriele Münter, la pintora que ganó un juicio a Kandinski por no casarse con ella
- El Museo Thyssen-Bornevisza presenta la primera retrospectiva de esta inventora y cofundadora del expresionismo alemán, pionera feminista.
- Más información: “Para Kandinsky el arte debía tener una dimensión emocional y espiritual”
Como la alargada sombra que se asoma por los laterales de sus fotografías, así fue la vida de Gabriele Münter (Berlín, 1877-Murnau, 1962). Cofundadora de Der Blaue Reuter (El Jinete Azul) en 1911, el colectivo con sede en Múnich que transformó el expresionismo alemán liderado por Vasili Kandinski.
Fueron pareja durante diez años y ella le ganó un juicio por el que le adjudicaron la propiedad de ochenta lienzos que él reclamaba y que ella había rescatado del expolio nazi. El juez se los otorgó en compensación por no haber cumplido la promesa de casarse con ella.
Münter se redescubre ahora más luminosa que nunca en esta interesante exposición, su primera retrospectiva en España y la primera que muestra su legado fotográfico, que itinerará a París, al Musée d’Art Moderne el año que viene y que se enmarca en el programa de visibilización de artistas rescatadas del olvido del Museo Thyssen-Bornemisza.
Las pinceladas y los trazos afilados y certeros de Münter laten en las paredes pintadas de azul turquesa oscuro, casi cobalto, y en la cuidada narrativa diseñada por Marta Ruiz del Árbol, su comisaria en España, que lleva tres años y medio investigado su vida y su obra, tratando de espigar sus fases y períodos para devolver a esta artista la memoria que le corresponde.
Nos cuenta Ruiz del Árbol, en un apasionado relato, su tendencia por desvelar el enigma de los rostros, retratando y autorretratándose insistentemente. Así comienza esta exposición, con sus retratos a lo largo de los años.
Münter desvela el enigma de los rostros, retratando y autorretratándose insistentemente de modos inverosímiles
Gabriele Münter se deja ver en las ausencias, dando la espalda al espectador mientras desayuna (El desayuno de los pájaros, 1934) o rema en una barca desde la que Kandinski nos mira desafiante (Paseo en barca, 1910), también en el vacío de dos espejos cuyo reflejo evidencia la presencia escondida de la pintora (Naturaleza muerta con espejo, 1913).
De igual modo sucede en sus fotografías americanas tomadas con su primera Kodak o retratándose como pintora: pinceles en mano, enjoyada, portando un gran sombrero (Autorretrato frente a un caballete, 1908-1909), piezas que nunca enseñará en público y que deja a la intimidad de su taller.
Münter desvela la vida cotidiana con sencillez y devoción, integrando los paisajes que ve desde su ventana, la Revolución Industrial o las figuras de santos como iconos folk. Su práctica deviene deseo, el de mejorar y experimentar a lo largo de toda su vida, apuntándose incluso a clases de pintura con cincuenta años, dejándose empapar por los colores y arabescos de los pintores franceses como Matisse o Gauguin, también (cómo no) de Kandinski, pero manteniendo siempre su identidad, sin dejarse arrastrar por las modas.
Las guerras mundiales, el auge del nazismo, la muerte de sus padres, la emigración o el abandono de Kandinski, quien desapareció durante tres años al final de su relación sin dar señales de vida, son, quizá, sus peores episodios vitales, que nunca representó en sus pinturas, tan solo en los retratos de los niños, que no muestra felices sino inquietantes y ensimismados.
A pesar de eso Münter trabajó incansablemente por salir en la foto. Participó en grandes exposiciones como en la primera Documenta de Kassel en 1955 (entre los 147 artistas solo había siete mujeres) o en la XXV Bienal de Venecia y su obra se encuentra en los principales museos. Cuatro de ellas las tiene el Thyssen, una en el museo y tres en la Colección Carmen Thyssen, lo que constituye la muestra más extensa de obras de Münter en un museo europeo fuera de los países de habla alemana.
En cambio, en su corpus pictórico reverberan los colores vitales e intensos, las veladuras traslúcidas, influencia de su trabajo en vidrio (que desgraciadamente, por motivos de conservación, no han podido ser incluidos en este relato), el ritmo de sus composiciones y los originales encuadres, casi fotográficos, que trabaja con plena libertad, sin las coerciones del academicismo más recalcitrante.
Como podemos ver en la pintura que ilustra este texto, Mujer escribiendo en un sillón (Estenografía: Mujer suiza en pijama) de 1929, una de sus temáticas principales es la de “mujeres de una nueva época” que representan a los movimientos de emancipación y la promesa ligada a ellos de la República de Weimar.
La llamada “nueva mujer” era a menudo el tema de sus excepcionales dibujos. Representaba a sus amigas despreocupadas, de manera informal, a veces incluso indecorosa, sentadas con las piernas separadas (Repantingada en el sillón, 1925-1930), fumando o asistiendo a conferencias.
Münter vivió de modo independiente. En 1929 se trasladó sola a París para luego pasar quince años de vida nómada por Europa, hasta que, finalmente, vuelve a la casa que compró en Murnau. Münter fue, sin duda, una de ellas, precursora nuestra.