Estamos ante un gran acontecimiento: un itinerario, profundo y preciso, a lo largo de la compleja y sugestiva trayectoria de una de las figuras más relevantes de la no figuración artística, Mark Rothko (1903-1970). Nacido en Letonia, que entonces formaba parte del Imperio Ruso, Marcus Rotkovich emigró con su familia judía cuando tenía diez años a Estados Unidos, donde alcanzó la nacionalidad en 1938, y dos años después cambió su nombre a Mark Rothko.
Distribuidas en 11 secciones o galerías, situadas en los diversos niveles y pisos del edificio, se han reunido unas 115 pinturas, la mayoría de grandes formatos, desde sus inicios en los años treinta hasta el final de su vida en los años sesenta. El montaje tiene un enfoque cronológico que permite apreciar, a través de las diversas fases y temáticas, la síntesis poética y conceptual que en todo momento constituyó el núcleo de la búsqueda artística de Rothko.
Sus inicios, en los años treinta, nos permiten descubrir en el origen un planteamiento figurativo de carácter expresionista. Al entrar en la sala, llama inmediatamente la atención el único autorretrato de Rothko, realizado en 1936. Lo mismo ocurre con las escenas del metro con figuras alargadas, como las de las columnas a las que están unidas, o sentadas. Y encontramos también dos desnudos femeninos en interiores, uno de pie y otro sentado, realizados entre 1938 y 1939.
El montaje tiene un enfoque cronológico que permite apreciar la síntesis poética y conceptual de la búsqueda artística de Rothko
En los años finales de la década de los treinta, decide abandonar la representación de la figura humana para no mutilarla, según el propio Rothko indicaría en uno de sus escritos. En esa fase se dedica a escribir un texto teórico sobre la pintura, que tras su muerte sería titulado The Artist’s Reality (La realidad del artista). En los comienzos de los cuarenta retorna a la pintura, junto a sus amigos Adolph Gottlieb y Barnett Newman, con obras en contacto con el surrealismo que muestran estructuras biomórficas.
A finales de 1946, Rothko se sitúa plenamente en la no figuración, que será la característica permanente de su trayectoria hasta el final de sus días. Las etiquetas suelen situar ahí el comienzo de la abstracción en Rothko, con la serie Multiforms (Multiformes, 1946-1948), pinturas que integran planos rectangulares de color superpuestos dinámicamente, y que ciertamente marcan lo que será su estilo definitivo.
Creo muy oportuno señalar lo que recogió Sophie Tracy en el escrito que forma parte del homenaje a Rothko publicado en 1976. Cuando ante uno de sus cuadros ella le preguntó: “¿Es esto el arte abstracto?”, Rothko respondió: “Mi arte no es abstracto, vive y respira”. Y en otra publicación, de 1973, se recoge otra indicación de Rothko de gran interés: “Yo me convertí en pintor porque quería elevar la pintura al mismo nivel de intensidad que la música y la poesía”.
Rothko pasó en pintura de la figuración a la no figuración, pero manteniendo en todo momento la intensidad en su búsqueda de la representación que está siempre presente en las grandes obras artísticas en todos los géneros y soportes. En todas ellas hay siempre abstracción, intensidad conceptual de las formas, y eso es lo que también encontramos en los inicios figurativos y en las posteriores etapas no figurativas de la trayectoria de Rothko.
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A partir de 1956, los colores en sus cuadros se ensombrecen, y los formatos evolucionan. Encontramos en ellos estructuras ya no solo verticales, sino también horizontales. Y en la serie de los Seagram Murals (Murales Seagram, 1956-1958), realizada para un restaurante en Nueva York, las formas pictóricas dialogan con la arquitectura en sus espacios interiores.
La serie Blackforms (Formas negras, 1964-1967) se estructura con mezclas de colores: negro, marrón, rojo y violeta, y soportes técnicos diversos de los materiales usados que exigen una intensa concentración visual para poder verlos en plenitud. Y ya como episodio final, en la serie Black and Gray [Negro y gris] (1969-1970) advertimos una nueva composición, con dos partes separadas por una línea continua, un rectángulo negro en la zona superior, y otro gris en la inferior. Negro era el momento para Rothko, con mal estado de salud y una situación depresiva, que daría lugar a su suicidio el 25 de febrero de 1970.
En su madurez, el lenguaje pictórico de Mark Rothko tiene como clave fundamental la comunicación entre las formas visuales y la interrogación de nuestra interioridad. De ahí la necesidad de mirar sus pinturas en silencio y concentración, hasta que llegamos a percibirlas como espejos de lo que está dentro.
La expresión directa de los colores, insertos en planos geométricos dinámicos, en sintonía con las formas expresivas de la música y la poesía, nos sitúa en la búsqueda de la luz para la vida. En 1956, Rothko indicó: “No estoy interesado en el color. Es de la luz de lo que estoy detrás”. Esa es la cuestión central: ¿dónde está la luz…? Ahí nos lleva Rothko con sus obras.