DaysGone_1

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Videojuegos

'Days Gone' o la corrupción de la naturaleza

El videojuego explora el reverso tenebroso de la identidad estadounidense y sus peores impulsos.

24 mayo, 2019 16:38

Sony Bend Studio se ha pasado los últimos siete años inmerso en el desarrollo de Days Gone. A pesar de la creciente complicación y de los presupuestos desorbitados que se manejan en el ecosistema de la producción de grandes éxitos, siete años es una cifra excesiva. Resulta evidente que el juego ha supuesto una auténtica travesía por el desierto para sus responsables, y que los problemas técnicos que han enfangado la producción han llevado a una notable explosión de contenido que ha diluido buena parte de la visión inicial.

Incluso con todos los inconvenientes que surgen en el camino, el juego cuenta con una serie de pilares que aportan valor a su propuesta: la historia, los sistemas y el mundo. Deacon St. John es un motero que intenta sobrevivir en los frondosos bosques de Oregón después de que la propagación de un virus haya reducido a la mayoría de la población a un estado animalesco de impulsos violentos. El vínculo que mantiene con su esposa, con la que perdió el contacto al inicio de la crisis y a la que cree muerta, le supone un recordatorio constante de lo mucho que han cambiado las cosas. Su amistad con Boozer, que comparte los colores de su clan, es lo único que le impulsa a seguir adelante en un mundo donde todas las estructuras sociales han sucumbido para dar cabida a grupúsculos aislados de supervivientes. Ideologías contrapuestas de todo el espectro político norteamericano surgen para imponer su modelo de sociedad: de conspiranoicos de la escuela QAnon y firmes creyentes en la existencia del deep state (su versión de las cloacas del estado) a esclavistas de ignominioso recuerdo o milicias inspiradas en los principios del Antiguo Testamento. Uno de los perjuicios más evidentes de Days Gone es su falta de originalidad. Los mundos posapocalípticos y el recurso de los zombis han poblado un número muy significativo de las obras narrativas de la última década –el último que los emplea es el mismo Jim Jarmusch–, y se ha escrito mucho sobre la prevalencia de este tipo de elementos y su vinculación con la Gran Recesión o el posmodernismo, pero a la postre resulta muy complicado no dejar escapar un lacónico suspiro de resignación. Pero una vez aceptada esa condición, el juego ofrece una serie de elementos interesantes, empezando por su vocación narrativa.

Como otros títulos de éxito de Sony, Days Gone también apuesta de forma clara por sus personajes. Aunque hay una cierta trama de misterio respecto al origen del virus y sus responsables, el grueso de los diálogos se centra en las relaciones entre los distintos actores del relato.

Deacon St. John es un arquetipo con ciertas particularidades extemporáneas, como atributos de hombres de otra época, y que no casan mucho con el escenario de supervivencia que presenta el juego. Pero su relación con Sarah, que el juego presenta recurriendo a flashbacks que transforman el paraje en el locus amoenus originario, le permiten sacar a relucir una faceta más vulnerable debajo de todos los tatuajes que como iconos sagrados le cubren la piel. El diverso plantel de secundarios en gran medida también mantiene el listón alto, con personajes bien definidos, complicados, que lidian con situaciones extremas y tratan de seguir adelante con su humanidad intacta, aunque no siempre lo consigan.

El entorno natural en el que se desarrolla la acción contrapone la tradición bucólica con sensibilidades ecologistas modernas

Durante la primera mitad el juego presenta unas mecánicas que se han convertido en prevalentes en ese tipo de títulos de mundo abierto: partes de disparos, sigilo, recolección de recursos, creación de herramientas, rastreo… Pero cuando la trama ya se encuentra avanzada y las capacidades del protagonista han crecido lo suficiente el juego centra su atención en las hordas: manadas de cientos de enemigos que recorren el mapa de manera autónoma. Es lo que el estudio mostró cuando decidió presentar en sociedad el juego (en el ya lejano E3 de 2016) y es probable que hayan concentrado muchos de los quebraderos de cabeza de los diseñadores.

No todo funciona tan bien como se intuye que podría. El resultado final es muy satisfactorio. En estos enfrentamientos el jugador tiene que diseñar una estrategia con múltiples planes de contingencia, utilizando todos los recursos a su alcance y las oportunidades que ofrece el entorno para poder salir victorioso. Son fases centradas en la jugabilidad emergente, que ponen a prueba la reciedumbre de los sistemas integrados para ofrecer escenarios únicos, que pueden desarrollarse de cualquier manera y donde cualquier fallo resulta fatal. Son momentos de gran tensión, que exigen una gran agilidad mental para tomar decisiones rápidas y poder anticipar el movimiento de la horda, que asola el jugador como una pleamar intempestiva.

Orografía volcánica

La recreación romántica de los distintos biomas del estado de Oregón comporta el tercer pilar del juego y su punto más brillante. Aunque los desarrolladores de Bend Studio se han tomado algunas licencias creativas, en líneas generales han querido mantener una fidelidad excelsa a su estado natal (el estudio toma su nombre de la ciudad de Bend, en el centro neurálgico de Oregón). El estandarte del Pacífico Noroeste es un reducto natural de gran belleza, con bosques húmedos de clima oceánico y saturados de un verde profundo, pero también con las estepas del desierto alto, semiárido y repleto de matorrales, y la orografía volcánica de la caldera de Crater Lake. Los asentamientos urbanos son escasos, y la gran mayoría de edificaciones hacen referencia a la explotación turística del entorno, lo que introduce el comentario ecologista. Recorrer estos parajes majestuosos en la poderosa motocicleta de Deacon no deja de ser uno de los placeres intrínsecos del juego incluso tras docenas de horas de juego. Pero no tarda mucho en hacerse evidente los estragos de la acción del hombre, no solo en la contaminación del virus o en los despojos de la civilización caída, sino en las tácticas brutales de deforestación que emplean algunos de los villanos.

Days Gone es un juego sobredimensionado que acusa serias dificultades para mantener el pulso dramático en ocasiones. Sin embargo, el meollo jugable, aunque no muy original, resulta efectivo. Los vibrantes enfrentamientos con las hordas destacan por mérito propio y el entorno natural en el que se desarrolla la acción contrapone la tradición bucólica con las sensibilidades modernas de manera inteligente. Por último, la historia de amor que compone el núcleo dramático consigue mantener a raya sentimentalismos insustanciales para ofrecer momentos de emoción sincera. Algo nada fácil para el medio.

@borjavserrano