Conforme resuelve los puzles y accede a las diferentes estancias de la mansión, recopila documentos que ilustran la relación entre Renzo Nero, un estrambótico director de cine italiano caído en desgracia, y Lorelei Weiss, una artista conceptual alemana. Juntos se embarcaron en El tercer ojo, una obra de arte total que exige la participación de la audiencia en un juego de consecuencias mortales.

Si en Sayonara Wild Hearts Simogo se decantó por un acercamiento sinestésico al álbum musical, aquí han optado por la contraparte mecánica y conceptual: un juego pausado, muy cerebral, de una complejidad que abruma y sin complejos de ninguna clase.

Ni una tesis doctoral sería suficiente para poner de relieve los méritos de este videojuego

El propio manual que encontramos en la guantera del coche nos interpela directamente. A la hora de diseñar los puzles, el arsenal del estudio parece insondable: números romanos y estrobogramáticos, los signos del zodíaco, las fases de la luna, el alfabeto griego...

Encontramos toda la información requerida en la biblioteca del hotel, pero el juego no se arredra al exigirnos nociones básicas de álgebra y geometría, ingentes dosis de pensamiento lateral e inteligencia espacial para descifrar sus secretos. El hotel está planteado como un escape room laberíntico que se puede acometer desde varios frentes. Hay una belleza y una elegancia inherentes al diseño que trasciende la pantalla.

El estudio sueco no nos pone las cosas fáciles, pero todo cobra un sentido ulterior cuando reparamos en el comentario subyacente sobre la impenetrabilidad del arte, su tóxica vinculación con el comercio e incluso con dinámicas especulativas capitalistas, la intersección entre la genialidad y la locura, la dimensión existencial del mismo acto de la creación, la prevalencia de las matemáticas en el universo natural, su relación con la divinidad y el alumbramiento de la máquina como culminación de todas las aspiraciones humanas.

Hay secuencias metalúdicas absolutamente brillantes que demuestran el dominio formal de un estudio transgresor situado en la misma vanguardia de la expresión cultural. Una paleta monocromática y unos encuadres elocuentes realzan una adscripción fidedigna al cine surrealista y experimental a la que sacan el máximo partido. Ni una tesis doctoral sería suficiente para poner de relieve los méritos de Lorelei and the Laser Eyes. Una genialidad cuya mera existencia debe ser celebrada.