Remedios Varo y Leonora Carrington, las brujas amorales
Estas inmensas artistas llenan de memoria una época única en la historia de México y el mundo
Ayer por la tarde en Madrid vi por fin el brillante documental de Javier Martín-Domínguez sobre la gran artista Leonora Carrington. En el cine había gente, absorta ante el enorme personaje femenino que exhibía su vieja sapiencia de la vida. Dentro del cine no se oía ni volar una mosca: estábamos en una clase superior de arte. Fuera del cine, caía sobre Madrid una tremenda tormenta de primavera. Agua de mayo.
El reportaje es más que un reportaje. El trabajo de Martin-Domínguez consistió en mostrar al mundo a través de una película la grandeza monumental de una artista que jamás se sometió a ninguna moral, a ninguna costumbre ni tradición; mostrar ante la pantalla a una artista entera en plena vejez, con una lucidez y una memoria excepcionales; una artista, en el sentido picassiano de la palabra y el concepto, que vivió terribles experiencias pero a la que le valió la pena haber sufrido tanto. La respuesta al sufrimiento de la artista es su obra y el documental de Martín-Domínguez lo demuestra: la pintura de Leonora en pantalla grande impresiona.
Vivió su siglo con una vitalidad por encima de toda duda, escapó de las guerras europeas, viajo a América, a Nueva York y, luego, se instaló en México, país del que se impregnó de su vasta cultura y del colorido sensacional de sus gentes. Surrealista de los pies a la cabeza, es una artista muy seria que ahora, en el mercado de valores tan absurdo de esta parte del mundo, ve valorada su obra en millones de dólares.
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Digo artista surrealista hasta la muerte porque su vida fue surrealista dentro del surrealismo, como la de su amiga Remedios Varo, en mi criterio uno de los personajes más interesantes del arte surrealista de todos los tiempos. Los libros de Amparo Serrano de Haro, la novela de Luis Artigue y el ensayo de Estrella de Diego dan firme cuenta de quién fue Remedios Varo, hoy en alza su memoria y su obra. En el documental, Martín-Domínguez le pregunta a la artista inglesa la verdad sobre el trabajo conjunto de Remedios Varo. “Ella hizo su trabajo y yo el mío”, contesta Leonora.
Porque hay la leyenda de que la inglesa y la española se unían a cuatro manos delante de algunos lienzos que hoy, de existir, tendrían un valor artístico incalculable. Octavio Paz las llamaba “las brujas amorales”, y entiendo que es un elogio del poeta en aquel tiempo en el que México era el mundo y, a pesar de todo, las mujeres, artistas o no, no podían sacar los pies del tiesto con la facilidad y la libertad con la que lo hacían diariamente Leonora Carrington y Remedios Varo.
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Para mí estas dos artistas son dos inmensos personajes que llenan de memoria una época única en la historia de México y el mundo, en el sexenio de Lázaro Cárdenas y hasta en el de Ávila Camacho. Metido de hoz y coz en una novela que se ocupa de aquel tiempo, aquel México extraordinario, lleno de exiliados y de profesores de la más alta escala intelectual, esas dos artistas surrealistas ocupan en mis textos y preocupaciones literarias un lugar prioritario.
He hurgado en sus vidas, he visto sus cuadros en exposiciones y películas y son fundamentales en la tertulia intelectual de los libertarios del Café Tacuba, en la calle del mismo nombre de la Ciudad de México, donde yo mismo he pasado veladas interminables recorriendo las leyendas de todos esos personajes extraordinarios que alguna vez pasaron por aquí y dejaron su huella en el aire de su propia leyenda.
Nadie que sea artista escapa a la influencia del surrealismo, aunque sea en la más mínima referencia de color y volumen
Si antes dije que Leonora era una artista en el sentido picassiano, ahora digo una vez más que, frente a otros pareceres dignos de tener en cuenta, Remedios Varo me parece una artista de la misma escala, con una obra contundente y eterna que crece en el tiempo que pasa y en el tiempo presente. En cuanto al sentido picassiano del término artista, recuerden la frase de Picasso: “Un pintor pinta lo que vende; un artista venda lo que pinta”. Ahí está la clave de todo.
En mi concepto, el surrealismo es una visión interminable del mundo, un espejo que devuelve a ese mismo mundo las imágenes escondidas en lo más profundo del subconsciente humano, la profundidad de una creación que nace en las cesáreas y crece con los siglos hasta conseguir el exquisito punto del surrealismo, después del cual nadie que sea artista se escapa de su influencia, aunque sea en la más mínima referencia de color y volumen.
Leonora Carrington, pues; Remedios Varo, entonces: las brumas inmorales, según el piropo del poeta Octavio Paz. Dentro el cine Renoir Princesa no se oía volar una mosca, no se escuchó ni una tos, nadie se movía: la Leonora de Martín-Domínguez hipnotizaba a los espectadores. Una excelente clase del mejor arte del mundo. Enhorabuena. Fuera del cine caía el agua del cielo en cataratas de mayo. A pesar del cambio climático, nada nuevo bajo el sol en todos los meses de mayo.