El alma de los grandes libros no se puede clonar
- Como sucede con todas las adaptaciones de grandes novelas, dudo que la serie televisiva 'Cien años de soledad' alcance la excelencia de la obra original.
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Cada vez estoy más seguro de que en los grandes libros hay un alma parecida a la nuestra. Aunque parezca o sea una superstición, no estoy haciendo una metáfora. Hablo de un alma de verdad, de las que pasan por encima del tiempo sin mancharse ni romperse y se perpetúan en la eternidad. Por eso tengo para mí que es imposible llevarlas al cine con la misma fuerza, intensidad y profundidad que tienen los grandes libros, aquellos que consideramos que son obras maestras.
Desde el principio de su existencia, el cine ha pretendido clonar el alma de los grandes libros, novelas y poemas, sin poder conseguirlo del todo. Eso sí, ha conseguido elevar a obra de arte audiovisual muchos de esos grandes libros, pero no ha podido robarles el alma, sino que se quedan en espejo de aquella gran novela intemporal que todos hemos leído.
De una gran novela como Moby Dick, por ejemplo, se hizo una inmensa película y, para el gran público que no ha leído el inmenso relato de Melville, el capitán Akhab se identifica con el magnífico actor Gregory Peck. Bien, lo dicho: es una gran película, pero no es ni igual ni superior a la narración escrita por Melville.
De otra obra maestra de la literatura como El gatopardo, el rey de la belleza cinematográfica, Luchino Visconti, consiguió una inmensa obra de arte y, para el gran público que no alcanzó a leer la novela de Lampedusa, el rostro y el cuerpo del príncipe de Salina son los del grandísimo actor Burt Lancaster. El rostro del actor está todavía colgado desde un cuarto piso en una enorme fotografía en la librería Feltrinelli, junto a Quatri Canti, en Palermo, copiando la eternidad del príncipe de Salina de la novela de Lampedusa.
Es imposible igualar en cine Madame Bovary o Guerra y paz, por muy buenas películas que se hagan, porque el alma de un libro no se puede clonar en imágenes. Estas se clavan en la pupila del espectador de una manera exacta, no hay margen para la imaginación, ni para que el alma de la novela baile en la imaginación de ese mismo espectador, mientras que la escritura literaria deja todo el margen del mundo para que el lector haga sus dibujos mentales de personajes e historias.
No hay nada que hacer con la mala literatura porque le falta exactamente eso de lo que ahora hablamos: el alma
¿Y los libros malos? Los libros malos, las novelas malas y los malos poemas son la mayoría de lo que se escribe y se quiere escribir en la literatura. Pero abandonen toda esperanza, como nos advierte Dante antes de leer su obra maestra: no hay nada que hacer con la mala literatura porque le falta exactamente eso de lo que ahora hablamos: el alma.
Los libros malos tienen un destino único, el olvido, ese infierno que jamás imaginó su autor que, por prisa, por dinero o por incapacidad, no consiguió insuflar vida a su escritura a la que creía literatura. Ese material abunda hoy más que nunca, pero el mal escritor no ceja: persiste con una contumacia que contiene en sí misma la ira colérica, la frustración constante y un absurdo entusiasmo que se retroalimenta de las entrañas podridas del fracasado literario. No sabe que la cuestión es esa: clonar con el dibujo el alma del escritor en el libro.
Ya he dicho aquí, otro miércoles, que he visto la película que se ha hecho de esa novela indescifrable y eterna que es Pedro Páramo, una obra maestra llena de personajes que son, junto a los lugares de la historia y la propia historia narrada, las almas del libro. Por mucho que se hayan dignamente esforzado guionistas, directores, intérpretes y técnicos de la película, la novela resulta para ellos inalcanzable: el alma está en la novela, no en la película.
Ahora se nos anuncia una serie televisiva de la gran novela titulada Cien años de soledad. Tengo todas mis expectativas depositadas en ella. Digo todas las expectativas y también todas las reticencias. Antes de este universo de las series, Anthony Quinn, entre otros productores de cine, quiso comprar los derechos a García Márquez para hacer una película, pero el Nobel colombiano no era partidario de esa posibilidad.
Millones de dólares no fueron suficientes para convencerlo: estoy seguro de que, como en el caso de la película Pedro Páramo, la serie de Cien años de soledad será un éxito cinematográfico y que la inversión económica y técnica habrá valido la pena. Pero no será lo mismo: el alma de la novela Cien años de soledad es inclonable, y perdonen el palabro que tanto me gusta.
Haré lo que digo esta misma semana: veré la versión televisiva de Cien años de soledad y, después, en el tiempo de la Navidad, volveré a leer íntegra —por cuarta vez— la novela de García Márquez. Por placer de lector, desde luego, pero también para ver si de verdad tengo razón y mi superstición sobrevive a esta prueba.