GOMORRA-1

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En plan serie por Enric Albero

'Gomorra'. Retorno al pasado

Análisis de la cuarta temporada de la serie inspirada en la obra de Roberto Saviano

12 julio, 2019 14:45

Queridos lectores, en el día de hoy vamos a tratar de explicar lo que ha dado de sí la cuarta entrega de Gomorra a partir de sus dos últimas secuencias, así que, a partir de ahora, deben asumir el riesgo de toparse con inoportunos descubrimientos.

Gomorra T4 | Tráiler VOSE | Sky Original

 1. Volare (o no)

La penúltima secuencia de la serie italiana que aquí se puede ver a través de Sky España tiene lugar en un aeropuerto. El aeródromo simboliza la voluntad de Gennaro Savastano (Salvatore Esposito) de abandonar el mundo de la Camorra, vivir gracias a los ingresos que le proporcionan sus negocios legales y brindarle un futuro limpio de balas a su hijo Pietro. Para ello no duda en entregarle la plaza de Secondigliano a Patrizia Santoro (Cristina Dell’Anna), la que hasta entonces había sido su lugarteniente y que será, también, la otra gran protagonista de esta escena. 

La cuarta temporada de esta teleficción inspirada en la obra literaria de Roberto Saviano narra, pues, el intento de ‘legalización’ de Gennaro, el ascenso al poder de Patrizia y la entrada en el juego de la familia Levante, emparentada genealógicamente con los Savastano. En esa penúltima secuencia los tres ejes argumentales que sostienen la trama se dan cita y sirven para certificar que, aunque Gennaro ha intentado dejar atrás su pasado criminal, le es imposible huir de su propia naturaleza. En el aeropuerto, metáfora de la que iba a ser su nueva vida, completará su vuelta como capo de Secondigliano. En la pista de despegue, con un avión que no volará a ninguna parte en segundo plano, ese hombre que iba a borrarse la cicatriz que le surca el pómulo con cirugía estética, aquel que estaba dispuesto a esconder tras una quemadura de láser el tatuaje ‘No confío ni en Dios’, eliminará a su gran aliada, aquella a la que le había cedido su trono. Segundos antes Michelangelo Levante (Luciano Giugliano), el miembro díscolo de ese clan rural que pretende poner sus manos sobre la ciudad de Nápoles morirá por una indigestión de plomo en el interior de un jet privado convertido en maqueta de aeromodelismo para su exclusiva exposición en el museo de los horrores. 

La utilización de los espacios como instrumento descriptor de la piscología (o del estado) de los personajes que los habitan siempre fue una de las claves estilísticas que ayudaban a entender Gomorra (las reuniones se producen en los bajos de los puentes, en edificios abandonados o en fábricas destartaladas, traslaciones de la podredumbre moral de los personajes). En el clímax, el aeropuerto se erige como la paradoja perfecta. A lo largo de los once episodios anteriores hemos visto a Gennaro hacer frente a todo tipo de dificultades para poder levantar la infraestructura que, en su opinión y en la de su esposa Azzurra (Ivana Lotito), les liberará de las ataduras de su pasado criminal: expropiación de terrenos, búsqueda de empresas para financiar la construcción, aparición de cadáveres enterrados durante las obras, intervención de la fiscalía… Todo para construir unas instalaciones que no son sino una promesa de huida, una puerta de salida a cualquier lugar del mundo alejado de ese Nápoles decrépito, de un gris perenne, techado de nubes cenicientas que amenazan tormenta. Sin embargo, el aeropuerto jamás cumplirá su función como plataforma de despegue —ni en lo literal ni en lo simbólico— y pasará a convertirse en una lápida más de las que circundan los alrededores de la urbe: será la tumba de Patrizia y Michelangelo Levante, protagonistas de un romance de inspiración shakespeariana (Montescos vs. Capuletos) en cuyo ilustre antecedente hallamos su conclusión. 

Es posible que algunos espectadores se sientan un tanto extrañados al ver cómo Gennaro rescata a Patrizia de la custodia policial para luego ejecutarla (podría haberlo hecho, directamente, en el piso franco). Sin embargo, el heredero del clan Savastano necesita saber si su antigua socia ha dado su nombre a la fiscalía y para eso tiene que hablar con ella, cara a cara (hay, en el fondo, cierto sentido de la lealtad en ese desenlace). 

Un último apunte relacionado con esta secuencia. En el arranque, Gennaro acude a visitar a su tío y ‘padrino’ de los Levante, Gerlando (Gianni Parisi), para pedirle que forme una alianza mafiosa junto a los hermanos Cappaccio, Enzo Sangue Blu (el gran protagonista de la 3T) y Patrizia, que será su sustituta, de manera que todos respeten sus zonas de actuación y compartan al proveedor de cocaína que él les proporcionará. Para convencer a su tío, amante de los pájaros, Gennaro le regala un jilguero especial llamado ‘Lágrimas de Cristo’ que Gerlando conservará en una jaula (como hace con el resto de sus aves). Esa acción, que niega la naturaleza volátil del pájaro, rima directamente con la secuencia de clausura a la que aquí hacemos referencia: un avión que no volará, varado en un aeropuerto que, como la pajarera, se convertirá en el sepulcro de quienes lo ocupan.

2. La cueva

La secuencia final de esta cuarta entrega de Gomorra nos deja a Gennaro Savastano ocultándose en un sótano de una de las casas de Secondigliano, toda vez que ha decidido recuperar el poder. Ese gesto final mezcla dos de los principales tropos visuales de la serie. El primero, al que ya hemos hecho referencia, es el espacio. La cueva, el búnker, como metáfora del repliegue sobre sí mismo al que se ha visto abocado un capo que quería escapar de todo y que termina recluido en un zulo, solo consigo mismo, para estar a salvo de los enemigos y de la fiscalía. El segundo rasgo característico de Gomorra es el uso del travelling de seguimiento, quizá el movimiento de cámara más utilizado a lo largo de la serie y especialmente en esta última temporada. Por una parte, esa elección visual nos obliga a acompañar continuamente a los personajes —y descubrir casi al mismo tiempo las sorpresas casi nunca agradables que les pueden esperar a la vuelta de cada esquina— y por otro lado, nos sitúa en la posición de quien camina por un laberinto que, una vez más, tiene doble sentido: uno puramente urbanístico/arquitectónico (sumergirnos en el caos de pasadizos de Secondigliano o el dédalo de callejuelas de Forcella) y otro existencial (la vida como un camino tortuoso, plagado de trampas, que desemboca en un callejón sin salida). De ahí que en esa última secuencia acompañemos a Gennaro en su vuelta a Secondigliano y la cámara de Claudio Cupellini ‘nos meta’ junto a él en ese habitáculo minúsculo. La mirada a cámara final no es más que otro gesto hacia los espectadores que han compartido el errabundo viaje de Gennaro en busca de una redención imposible. 

3. English breakfast

En ese intento por ponerle un candado a su vida anterior y echar la llave al mar, Gennaro y su mujer viajan a Londres para comprar una empresa extranjera que funcione como tapadera legal de su aeropuerto. El capítulo cuarto se desarrolla por completo en tierras británicas y arranca con una operación de import-export: la efigie de una virgen (¿hay algo más italiano que una madonna?) llegará a la capital inglesa, allí, desnudada de pintura, ofrecerá su carne dorada en holocausto, paso previo a su conversión en la forma más pura del capitalismo: el lingote de oro (la temporada se prodiga en descripciones que revelan los mecanismos de camuflaje empleados por las organizaciones criminales para mover droga, capitales o armas: el mejor ejemplo lo hallamos en ese travelling continuado del capítulo décimo que nos muestra la ruta de la cocaína).

Esa deslocalización de la trama introduce nuevos matices no poco importantes que van desde el vestuario de Gennaro —que deja la chupa para ponerse traje— hasta los cambios en la dieta (que no aceptan de buen grado). En ese intento por adquirir respetabilidad, el matrimonio Savastano se descubrirá estafado por una falsa empresa intermediaria en un episodio que recuerda a determinados títulos de la obra de David Mamet. De hecho, Gennaro y Azzura son víctimas de una gran mascarada compuesta por no pocos puntos de interés: desde la presentación de la mediadora, Leen (Louise Bradley), mediante un travelling de seguimiento de su rubia cabeza (imposible no pensar en alguno de los ladinos personajes interpretados por Rebecca Pidgeon a partir de las obras de Mamet), hasta la primera reunión con Patrick Galvin (Barry Ward), que será quien cierre el trato, al que la planificación siempre situa por encima de Gennaro y su consejero económico Alberto Resta (Andrea Renzi). Con todo, el momento clave se produce con la visita a las oficinas de Wimpro, la compañía que desean comprar. Toda esa secuencia está organizada como una gran representación: Gennaro deberá acudir in extremis a una reunión de accionistas puesto que hay una parte que no está dispuesta a vender; entrará a la sede por la puerta de atrás y, como todavía no tiene voz ni voto en la junta, contemplará el encuentro desde un emplazamiento más elevado, como si ocupara un palco en la ópera. Abajo, en el escenario, Patrick Galvin —que además lleva el nombre de un dramaturgo irlandés— hace su papel y luego sube para comunicarle que, si compran la voluntad de dos de los accionistas (con el 7 y el 5% de las acciones respectivamente) estos podrán convencer al 39% restante para culminar la transacción. El engaño está servido, nada de lo que ha visto Gennaro es real (y la puesta en escena, sutilmente, así lo evidencia). 

La adquisición de esas dos voluntades también está filmada con exquisito gusto. Se produce en un sports bar y Azzurra es la encargada de hacer el pago, así que toda la conversación gira alrededor de ella, el eje (también fílmico) sobre el que pivota la planificación: si no ocupa el plano, siempre está presente en el contraplano (o está rodado desde su posición). Hasta ahí llega el intento de los Savastano por comprarse una nueva vida: cuando suena ‘Ce Pienz’, la canción de El Barrio junto a Michele Sbam y las calles de la City se llenan de hip-hop trasalpino —en un capítulo que se abría con el viaje de una virgen italiana al son del ‘Virgin Mary’ de Lonnie Donegan— y la operación parece que se ha cerrado positivamente, todo se tuerce. Será en ese punto cuando la genética camorrista se despierte en el interior de Gennaro —que ha descubierto que entre el mundo de los negocios y el del hampa apenas hay diferencias— y ya solo haya tiempo para la venganza.

4. First blood

Si hemos empezado por el final, acabemos por el principio. En su primer episodio de esta cuarta temporada, Francesca Comencini, la encargada de fijar la impronta visual de la toda la entrega, ya avanza que todo lo que sucede desde ese inicio y hasta el desenlace estará marcado por la violencia más despiadada. La 4T de Gomorra arranca con un alcalde con ínfulas plantándole cara a Gerlando Levante que es quien le consiguió su puesto en el Ayuntamiento comprando tantos votos como fueran necesarios. Tras una tensa conversación entre ambos en el caserón campestre del segundo, el alcalde convocará nuevas elecciones tras dejar desierto el puesto de primer edil: la bala que le atraviesa el cráneo, cortesía de Ciccio Levante (Gennaro Apiccella), le impedirá cumplir con las obligaciones propias de su cargo. Comencini hace que la sangre que brota tras el estallido de la cabeza empape la lente de la cámara (o sea, nuestra pantalla): PRIMER AVISO. Por cierto, el exalcalde es enterrado en la cantera propiedad de los Levante, otro de los grandes espacios de la temporada, también cargado de simbolismo (la destrucción del paisaje como metáfora de un modelo de vida caníbal; las entrañas de la tierra como cementerio).

La temporada deja, además, otros momentos impactantes que utilizan con inteligencia el recurso de la anticipación. Citaré solo un par. En el primer episodio, e insistiendo en qué tipo de violencia marcará el desarrollo de la temporada, veremos un atentado contra los hermanos Cappaccio. Comencini no solo juega bien la carta del suspense (los espectadores ya sabemos quién lleva la bomba y que puede estallar en cualquier momento) sino que, además, mediante un movimiento de grúa que describe la zona en la que se producirá la deflagración, se nos avanzan las consecuencias que puede tener esa acción. Antes de que se produzca ya sabemos que allí habrá una masacre. 

Dejo para terminar el asesinato de Alberto Resta (capítulo 8). Tras los errores cometidos en la operación llevada a cabo en Londres, el asesor económico de Gennaro teme por su vida. La secuencia se abre con il consigliere mirando, desde las alturas, la accidentada y hermosa costa napolitana. Se ha citado allí con su jefe para visitar unos terrenos que quieren comprar. Tras una conversación tan tensa como una camiseta talla XS en el cuerpo de Chris Hemsworth, Gennaro acompaña a Alberto hasta su coche. Todo parece haber ido bien. El bueno de Resta sube a su BMW, enciende el motor y respira profundamente. Aliviado, se dirige hacia su casa, pero solo llegará hasta la primera curva. Sin frenos, su coche se precipitará al vacío que, durante toda la charla anterior, el ya difunto consejero y el empleador que lo acaba de despedir, contemplaban. Otro apunte más sobre una de esas (pocas) series a las que la longevidad no les sienta nada mal.

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