Jeremy Allen White en la tercera temporada de 'The Bear'

Jeremy Allen White en la tercera temporada de 'The Bear'

En plan serie

'The Bear', temporada 3: cocina caníbal

El chef Carmy quiere que el menú de su restaurante cambie cada día, al contrario que los creadores de la serie, que llevan sirviendo lo mismo tres temporadas.

17 agosto, 2024 01:49

En los primeros compases de la nueva temporada de The Bear, el chef Carmen Berzzato (Jeremy Allen White) manifiesta una ambición: conseguir una estrella Michelin. Para ello, decide que el menú que se sirve en su restaurante cambiará cada día. Todo se resume en un axioma acuñado por el propio Carmy: “evolucionar constantemente a través de la pasión y la creatividad”.

Paradójicamente, y en oposición a ese deseo, se encuentra la propia serie. Tras tres entregas, Christopher Storer y su equipo siguen sirviendo el mismo menú que presentaron en 2022. De hecho, podríamos recuperar las críticas de las dos temporadas anteriores, ahorrarnos unas horas de curro y servirles un refrito que seguiría haciéndole justicia a lo que esta producción para Hulu estrenada el pasado miércoles por Disney+ nos ofrece.

The Bear sigue contándonos lo mismo de siempre. Nos habla del estrés inherente al mundo de la hostelería. De las largas jornadas, los pases extenuantes y las estrecheces económicas. De un frenético ritmo laboral incrementado por los anhelos de su propietario. De las continuas fricciones entre la cocina y la sala. De las dificultades para elaborar una reducción de ego que rectifique una convivencia indigerible que hace que lo de La guerra de los Rose nos parezca un divorcio tranquilo.

En fin, que el neocapitalismo nos achucha y hay que lidiar con ello a costa de nuestra salud. Ni hablar de plantear alternativas o contradecir al sistema. La vida es así y Disney no va a pagar para que inventemos una nueva.

Curiosamente, los nuevos aportes refieren al pasado de los personajes, convirtiendo The Bear en una serie autófaga, una suerte de uróboro narrativo que no puede avanzar porque está continuamente mordiéndose la cola, devorándose a sí misma.

Convencido de que Fishes (capítulo 2.06) marcó un antes y un después en la televisión contemporánea, Storer explota los traumas de raíz psicologista y los exprime a conciencia. Carmy y su ruptura con Claire, elongada hasta el infinito porque amar es no tener que decir nunca lo siento. El funeral de la madre de Marcus (Lionel Boyce) y el duelo posterior. La consagración del sexto capítulo al pasado y los problemas económicos de Tina (Liza Colón-Zayas), un personaje arrinconado durante toda la temporada y sin ningún peso específico.

O la recuperación de Donna (Jamie Lee Curtis) en el episodio dedicado exclusivamente al parto de Natalie (Abby Elliott) en otra puesta en marcha de la embotelladora de emociones en almíbar (tampoco faltará la aparición del hermano muerto).

En lo narrativo, las escasísimas novedades llegan con la oferta que recibe Sydney (Ayo Edebiri) para marcharse a otro restaurante, el único dilema nuevo que los guionistas plantean y que se resolverá en la ya anunciada cuarta temporada.

El primer episodio, una recapitulación musicada de todo lo acontecido hasta el momento, ya nos adelanta que ese será el funcionamiento del show. La cicatriz que surca la mano de Carmy como huella del dolor de la experiencia. Una experiencia que regresará constantemente en forma de pequeños flashbacks en los que el chef visualiza episodios de sus vidas pasadas que ahora intenta metabolizar para crear nuevos platos.

Una pastilla de Avecrem vivencial que enriquecerá, prácticamente, todos los capítulos, siempre con Jeremy Allen White, un Gene Wilder moderno doctorado en crossfit, mirando al tendido, como si la intensidad fuese un sol que amanece por el horizonte y su luz bastase para transmitir emociones.

Carmy (Jeremy Allen White, a la derecha) y Richie (Ebon Moss-Bachrach, a la izquierda) en la tercera temporada de 'The Bear'

Carmy (Jeremy Allen White, a la derecha) y Richie (Ebon Moss-Bachrach, a la izquierda) en la tercera temporada de 'The Bear'

The Bear es como las hamburguesas de Dabiz Muñoz para Burger King: puedes ponerles bengalas, pero la carne sigue siendo de quinta gama. El "cada segundo cuenta" y la ya gastadísima metáfora sobre el tempus fugit. Las conversaciones de perca entre los Fak, porque llamarlas de besugo sería hacerle un flaco favor a un pescado tan exquisito. Natalie, los problemas contables y su inmenso embarazo. Richie, sus gritos, sus reniegos y la relación con su ex y con su hija. Los (nuevos) cameos estelares, en este caso a cargo de Josh Hartnett y John Cena y de un montón de conocidos chefs, de René Redzepi a Thomas Keller (el capítulo final es todo un masaje al ego de las nuevas estrellas de la cocina moderna). La banda sonora ultracool. En fin, you know.

Que The Bear goce de tanto predicamento se debe, principalmente, a su vibrante montaje, obra de Joanna Naugle y Adam Epstein. El trabajo de edición sirve, antes que nada, para disimular las carencias de la propuesta, como algunos de esos trampantojos utilizados habitualmente en la alta cocina para redefinir viejas recetas que, en realidad, solo buscan ocultar bajo un halo de falsa belleza que saben peor que cuando las cocinaba tu abuela.

Richie (Ebon Moss-Bachrach), Sydney (Ayo Edebiri) y Carmy (Jeremy Allen White) en la tercera temporada de 'The Bear'

Richie (Ebon Moss-Bachrach), Sydney (Ayo Edebiri) y Carmy (Jeremy Allen White) en la tercera temporada de 'The Bear'

Ahora bien, y seamos justos, las mejores ideas de la serie las encontramos en este campo. Quizá en el tercer episodio (Doors) hallemos el mejor exponente de lo que queremos proponer. En él observamos los distintos altibajos de una jornada laboral en el restaurante, algo que la serie ya ha mostrado en infinidad de ocasiones, solo que esta vez será la música la que establezca la cadencia del relato, siempre en relación con las distintas situaciones dramáticas que se plantean.

El mash up de composiciones clásicas —de Mascagni a Saint-Saëns pasando por Mendelssohn o Vincent Wallace— que puntúa cada parte de la historia fija el ritmo del montaje: cuando la intensidad crece, los planos acortan su duración; cuando hay un impasse de calma, las imágenes tienden al reposo.

En líneas generales, la teleficción de Disney+ tiene claras sus pautas rítmicas y tonales. Cuando hay un servicio, el montaje es frenético, se acumulan las secuencias sintéticas y priman los insertos. Cuando la acción se traslada al exterior o se despega de lo puramente laboral, hay distensión y mayor amplitud.

En ese sentido, el cuarto episodio (Violet) muestra ideas compositivas interesantes. La recuperación de la vida diaria de los personajes fuera de su lugar de trabajo deriva en una planificación en la que predominan las tomas largas, casi siempre únicas y casi siempre estáticas, para filmar esa cotidianidad más o menos tranquila —por más que no deje de estar salpicada de pequeños conflictos— tan difícil de conquistar para los empleados de The Bear.

Ese, junto con la colocación de Sydney como cruz de una balanza que Carmy y Richie desequilibran cada uno por su extremo, es el mejor ejemplo de diseño visual de una serie que insiste en avanzar mirando constantemente hacia atrás en un ejercicio de cocina caníbal destinado a la autoextinción. Bon apetit.

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