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Entreclásicos por Rafael Narbona

Arthur Conan Doyle: tras la pista de Sherlock Holmes

El creador del investigador admitió que aborrecía a su personaje, pese a que le había proporcionado fama y reconocimiento

16 julio, 2019 06:01

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Según nos cuenta Arthur Conan Doyle, mucha gente llegó a creer que Sherlock Holmes era un personaje real. Cuando un grupo de escolares franceses visitó Londres por primera vez, manifestó unánimemente que su primera visita sería a Baker Street, la residencia del famoso detective. Harto de Sherlock Holmes, Conan Doyle decidió acabar con su vida en las cataratas de Reichenbach, Suiza. El profesor James Moriarty, su eterno adversario, forcejeó con el espigado y astuto investigador al filo de un precipicio. Aparentemente, ambos cayeron al agua y se ahogaron. Los lectores no tardaron en expresar su indignación. Una señora de avanzada edad envió una carta al escritor escocés con un encabezamiento tan airado como contundente: "¡Es usted un animal!". La reina Victoria tampoco ocultó su contrariedad, asegurándose de que su malestar llegara a oídos de Conan Doyle. Mary Foley, madre del escritor, ya había mostrado su oposición a la idea de matar al célebre personaje. En una carta, adoptó un tono de inusual dureza en una mujer que mantenía una estrecha relación de complicidad con su hijo: "No debes hacerlo, te lo prohíbo absolutamente…". Abrumado por las reacciones, Conan Doyle rescató a su personaje de las garras de la muerte, pero algunos lectores no quedaron complacidos: "Puede que el señor Holmes no falleciera a resultas de aquella caída, pero sin duda sufrió graves lesiones, porque nunca volvió a ser él mismo". Indudablemente, el poder de la ficción, inmune a los estragos de la rutina, rebasa las tibias evidencias del mundo real.

En un nuevo intento de poner fin a la exitosa carrera de su personaje, Conan Doyle anunció que Holmes había resuelto retirarse para cultivar el arte de la apicultura en South Downs. Poco después, recibió un montón de cartas con ofrecimientos verdaderamente asombrosos, donde quedaba muy claro que la imaginación había desplazado a la sensatez y a la objetividad: "¿Necesitará el señor Holmes una ama de llaves para su casa de campo las próximas navidades?". Algunas cartas se dirigían directamente al detective: "Veo, por lo que dicen los periódicos, que plantea usted retirarse y dedicarse a la apicultura. Si en efecto es así, me gustaría ofrecerme para prestarle los consejos que requiera. Confío que lea esta carta con el mismo buen ánimo con que fue escrita, pues le hago este ofrecimiento como pago a las muchas horas de entretenimiento de las que he disfrutado gracias a usted". Los conflictos para discriminar entre realidad y ficción no afectaban únicamente al sagaz Holmes. Conan Doyle fue invitado a viajar a Polonia para resolver el asesinato de un aristócrata. El escritor declinó la oferta, convencido de que el método hipotético-deductivo de su personaje produciría resultados insatisfactorios en la práctica, lo cual no le impidió involucrarse en varios casos donde consideraba que se había cometido un error judicial, enviando a un inocente a la cárcel. Aficionado al espiritismo y las ciencias ocultas, Conan Doyle compartía con el doctor Watson la opinión de que despejar un enigma significaba destruir el poético encanto de un misterio. Un mundo explicado por la razón siempre parecerá banal y decepcionante

Conan Doyle admitió que aborrecía a su personaje, pese a que le había proporcionado fama y reconocimiento. Pensaba que sus aventuras habían eclipsado el resto de su obra, que incluía novelas históricas, ensayos, libros de viajes, crónicas de guerra, cuentos de terror y algunos poemas. A pesar de la aversión hacia Holmes, admitía que no le era completamente ajena su forma de ser. Para un autor que había creado infinidad de villanos, resultaba embarazoso reconocer que había proyectado aspectos de su personalidad en todos sus personajes. Sin embargo, consideraba que no se trataba de algo anómalo, pues el interior de cada ser humano laten distintas personalidades, a veces ferozmente contrapuestas. En su poema 'La habitación interior', escribe: "Hay otros sentados, / sombríos como la muerte, / en la aciaga penumbra / de mi habitación. / Presencias oscuras, severas o amables, / ahora un salvaje, ahora un santo, / pálidas e imprecisas / en la media luz". Conan Doyle cuestionó las ilustraciones de Sidney Paget, que concibió un Sherlock Holmes más atractivo que el del papel, basándose en la fisonomía de su hermano Walter. Holmes es muy alto, "más de seis pies, pero tan delgado que aún parecía de mayor estatura" (Estudio en escarlata), con "un rostro afilado como una navaja de afeitar, con una gran nariz aguileña y ojos pequeños y muy juntos".

Una de las ilustraciones de Sidney Paget

La posteridad respetó estos rasgos, pero se tomó ciertas licencias. Sidney Paget, que trabajaba para The Strand Magazine, ilustró treinta y ocho de las sesenta historias protagonizadas por Holmes entre 1887 y 1927, incorporando al atuendo del detective una gorra de cazador y una capa. El actor William Gillete, que interpretó el personaje de Holmes en el teatro, añadió una pipa curva. El detective utiliza distintas clases de pipas en sus peripecias. Gillete escogió una pipa curva porque le permitía declamar y ser escuchado con más nitidez. Gillete también creó la coletilla "elemental, querido Watson", que no aparece en ninguno de los relatos. Holmes sí emplea a menudo el adjetivo "elemental", alardeando de ingenio, y suele referirse a su amigo con un afectuoso "querido Watson", pero nunca llega a fundir estas expresiones. 

¿Qué es lo que nos cuenta realmente Conan Doyle sobre su personaje? Sherlock Holmes no es un asceta, ni un hombre frío. Aunque a veces puede ser brusco, suele ser cortés y emotivo. Ama la música y el deporte. Toca el violín con un Stradivarius adquirido en condiciones muy ventajosas y practica el bartitsu, un arte marcial mixto que combina el boxeo, la lucha libre, la esgrima y el uso de armas como el estilete y el garrote. Melancólico y depresivo, como el propio Conan Doyle, consume cocaína disuelta al siete por ciento hasta que Watson logra convencerle de que no es un hábito saludable. Maestro del disfraz, ha escrito monografías sobre técnicas de reconocimiento mediante el estudio de las orejas, los tatuajes y las huellas de los zapatos. Capaz de identificar diecinueve tipos de tabaco, ha conseguido descifrar ciento setenta códigos secretos diferentes. Excéntrico y enemigo de los convencionalismos, no pone en tela de juicio los valores de la sociedad victoriana y no oculta su admiración por el imperio británico.

Con profundos conocimientos de química y literatura sensacionalista, desprecia las materias que no pueden aportarle nada en sus investigaciones. Watson comprueba estupefacto que apenas conoce la teoría heliocéntrica. Hijo de un hacendado y descendiente de una estirpe de pintores, realiza estudios universitarios, pero no sabemos con exactitud qué carrera elige. Presunto misógino, conserva una foto de Irene Adler, a quien llama enfáticamente "la mujer". Adler le aventajó en ingenio, desmontando uno de sus planes más elaborados en Escándalo en Bohemia. Las objeciones de Conan Doyle contra Sherlock Holmes son de índole literaria: "Le considero un buen amigo. Si alguna vez me he cansado de él es porque es un personaje sin matices. Es una máquina de calcular, y cualquier cosa que añadas debilita esa impresión. Eso hace que las historias sólo se diferencien entre sí en las aventuras y en la construcción de la trama". Su opinión sobre el doctor Watson no es más favorable: "A lo largo de siete volúmenes no hace ni una sola broma ni muestra un atisbo de sentido del humor". 

Para crear a Sherlock Holmes, Conan Doyle se basó en el Auguste Dupin de Poe, el primer detective de la historia de la literatura, y en Jospeh Bell, cirujano y profesor de la Universidad de Edimburgo. Durante un tiempo, Doyle trabajó como auxiliar de Bell. Bell tenía un gran olfato para diagnosticar una patología con sólo observar al paciente. Además, colaboró con la policía y elaboró un perfil sobre la posible identidad de Jack el Destripador. Aunque alguna vez declaró que no recordaba cómo se le había ocurrido el nombre de su personaje, hay varias teorías. Uno de sus antepasados irlandeses se llamaba William Sherlock, y no es un secreto que sentía una profunda estima por el jurista, médico y escritor Oliver Wendell Holmes. Se trata de simples teorías, pues no hay datos definitivos. Conan Doyle opinaba que la literatura policíaca era un género menor: "Las buenas obras literarias son las que hacen que, tras haberlas leído, el lector sea alguien mejor. Pero nadie puede mejorar –en el sentido elevado al que me refiero– por leer a Sherlock Holmes, aunque pueda haber disfrutado de una hora agradable al hacerlo. No era mi intención hacer una obra mayor, y ninguna historia de detectives podrá serlo nunca; todo lo relacionado con temas criminales no es más que una forma barata de despertar el interés del lector". Jorge Luis Borges no compartía ese punto de vista. En un tiempo donde el caos se ha inmiscuido en la literatura, justificando su presencia con la pretensión de recrear el flujo de la conciencia, el género policial ha preservado las cualidades clásicas de equilibrio, proporción y elegancia. Escribe Borges: "Yo diría, para defender la novela policial, que no necesita defensa; leída con cierto desdén ahora, está salvando el orden en una época de desorden. Esto es una prueba que debemos agradecerle y es meritorio". 

En una entrevista realizada por Bram Stocker, Conan Doyle atribuye su vocación literaria a su padre, Charles Doyle, pintor de "imaginación desbocada y extraña", y a su madre, de ascendencia anglo-celta, "una narradora maravillosa, con la habilidad de bajar la voz hasta convertirla en un susurro aterrador cuando llegaba un pasaje crítico del relato". El deseo de emular aquellas historias le impulsó a escribir desde la adolescencia. No sería justo omitir la influencia de su tío abuelo Michael Conan, célebre caricaturista que le incitó a leer a los clásicos, recomendándole que rehuyera la empobrecedora especialización. Nacido el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo, Doyle estudió con los jesuitas, de los que no conservaba buen recuerdo. Cursó estudios de medicina sin mucho entusiasmo. Trabajó como médico en los barrios bajos de Birmingham, donde acumuló experiencias que más tarde volcaría en sus libros. Aficionado al rugby, el criquet, el atletismo y el boxeo, fue portero del Portsmouth. Pionero en el uso de los esquíes nórdicos en los Alpes suizos, a los cuarenta y dos años aún podía jugar un intenso partido de rugby sin perder el aliento. Médico de un ballenero en el Ártico, prestó sus servicios profesionales en un vapor que bordeó la costa occidental de África. Durante el viaje contrajo unas fiebres que casi acaban con su vida. Establecido en Londres como oftalmólogo, su escasa clientela le permitía leer y escribir entre consulta y consulta. Entre sus influencias, cabe citar a Stevenson, Dickens, Poe y Walter Scott. Doyle sólo volvió a ejercer la medicina en Sudáfrica, cuando se ofreció como médico voluntario en la guerra de los Boers. Nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico en 1902, intentó alistarse a los cincuenta cinco años en el ejército británico para combatir durante la Primera Guerra Mundial, pero fue rechazado por su edad. Diputado por Edimburgo, rompió con el catolicismo en sus últimas décadas de vida, incapaz de soportar el dogmatismo clerical. Algunos han interpretado su interés por el espiritismo y los fenómenos paranormales como un intento de paliar el vacío espiritual que le provocó la pérdida de la fe. Falleció en su hacienda campestre de Crowborough el 7 de julio de 1930. En su lápida podemos leer: "Temple de acero, hoja firme". 

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El sabueso de los Baskerville, publicada por entregas en The Strand Magazine entre 1901 y 1902, es la historia más lograda de la serie de Sherlock Holmes. Aparecida casi diez años después de la presunta muerte del detective en las cataratas de Reichenbach, la acción se sitúa en una época anterior. Desde el principio de la obra, el investigador comparece en todo su esplendor y rareza. Se levanta tarde, pasa noches en vela, alardea de sus dotes de deducción, oculta sus planes a Watson, urde una celada que casi le cuesta la vida a su cliente. A veces parece un mago, pero su perspicacia es estrictamente lógica. Nunca obra de forma irracional o bajo la inspiración de fuerzas sobrenaturales. Sus ardides son asombrosamente sencillos. En una ocasión, averigua lo que hace Watson, observando a su amigo mediante la superficie reflectante de una cafetera. Los flirteos de Conan Doyle con el espiritismo nunca interfieren en las historias de Sherlock Holmes, un severo racionalista que disipa un misterio tras otro, mostrando que lo extraordinario sólo es una frágil apariencia incapaz de soportar el acoso de su método deductivo. Holmes trata a Watson de forma condescendiente, lanzándole dardos que podrían destruir la autoestima de la mente más equilibrada: "Hay hombres que, sin estar dotados de genio, poseen una destacada capacidad de estimularlo en otras personas. Confieso, estimado colega, que le debo mucho". Holmes es un adicto al peligro. Cualquier aventura es preferible a la rutina. La inminencia de algo emocionante o terrible rescata a la vida del tedio y la futilidad: "Este es el momento dramático del destino, Watson, cuando en la escalera oye uno unas pisadas que se aproximan a nuestra vida y no se sabe si lo hacen para bien o para mal". 

El linaje de los Baskerville está maldito por la violencia de Hugo, un antepasado violento que murió en las fauces de un sabueso de aspecto infernal. Al igual que Moby Dick, el sabueso no parece un simple animal, sino la encarnación del mal, una criatura demoníaca que profana las ideas de bien, justicia y belleza. Un manuscrito del siglo XVII narra la historia de la fatídica noche de san Miguel, cuando el sabueso mató a Hugo. El manuscrito nace de la intención de combatir o atenuar el horror: "Si la he puesto por escrito es porque menos terror produce lo que se sabe con claridad que lo que sólo se supone y se insinúa". En el páramo de Dartmoor "andan sueltos los poderes del mal". Sherlock Holmes finge sentirse sobrepasado por el caso: "Hay un reino en el cual el más astuto y experimentado de los detectives se encuentra desamparado". No sin cierta afectación, Holmes manifiesta que sus pesquisas se internan en un territorio inexplorado: "Hasta la fecha he limitado mis investigaciones a este mundo. He combatido modestamente el mal, pero tal vez resultaría una labor demasiado ambiciosa emprenderla con el propio Padre del Mal". No obstante, las pisadas del sabueso en el barro insinúan que quizás el misterio no llegue tan lejos. 

Una pista material diluye la sombra de lo demoníaco, indicando que el hombre y no el Mal ha sido la causa del crimen que se investiga. Durante el relato, Holmes se relaja con su pipa de arcilla negra y su violín. A pesar de que planea la sombra de lo sobrenatural, no ha cambiado de parecer sobre la estrategia que debe seguirse para resolver un misterio: examinar las probabilidades y elegir la más factible. Cuando las dificultades se incrementan, no se desanima: "Nada hay más estimulante que un caso donde todo se vuelve contra uno". Ha descubierto que su antagonista es un hombre, no el Mal, pero no es un rival corriente, sino una mente brillante: "Presiento un florete tan rápido y ágil como el mío, que me tocó en esta ocasión limpiamente". El primer asalto se disputa en Londres y acarrea una derrota. Los siguientes asaltos tendrán lugar en el páramo de Dartmoor, un escenario fantasmagórico, con altos y afilados peñascos, arenas movedizas y restos arqueológicos. Holmes se ausentará con un pretexto poco creíble y Watson asumirá la investigación, demostrando una vez más su coraje e integridad. Esas cualidades no le servirán de nada frente a un enigma de apariencia infernal. Sherlock Holmes no ha desaparecido. Se ha escondido en el páramo para observar, examinar las pistas y atar  todos los cabos. Cauto y meticuloso, opina que no es conveniente anticiparse al momento propicio. "Bástale a cada día su propio mal", exclama, apropiándose de la máxima evangélica. Holmes vence finalmente sobre el mal, pero no sobre un Mal metafísico, sino sobre la maldad humana. El sabueso no es un ser demoníaco, sino una desdichada criatura explotada por un espíritu ambicioso y sin escrúpulos. El linaje de los Baskerville no está maldito, pero se advierte fiereza y orgullo en las sucesivas generaciones. La herencia de Caín pervive en un apellido donde la voluntad de poder desborda cualquier inhibición moral. Un Baskerville nunca se conforma con su destino. Siempre intenta ir más allá, desafiando a la providencia si es necesario. 

¿Se puede afirmar que El sabueso de los Baskerville sólo es un entretenimiento? ¿Sherlock Holmes sólo es "una máquina de calcular"? Me parece injusto rebajar el relato a mero pasatiempo. El sabueso de los Baskerville es una parábola sobre el mal que reivindica el papel de la razón para librar al hombre de mitos y supersticiones. Pese a su pasión por el espiritismo y lo paranormal, Conan Doyle razona como un ilustrado. Su prosa limpia, elegante y precisa encadena deducciones, sin excluir pequeños arrebatos líricos. Holmes no es tan sólo un investigador superdotado, sino una mente clarividente que se enfrenta a la realidad con optimismo. Nada es tan oscuro y temible que no pueda ser esclarecido. Eso sí, el precio que se paga por disipar las tinieblas tal vez es demasiado alto: vivir en un mundo desencantado. Conan Doyle se equivoca. Leer a Sherlock Holmes sí nos hace mejores, pues nos recuerda que siempre podremos oponer a las imperfecciones del mundo los inagotables prodigios de la imaginación.

Nota bibliográfica:

-Conan Doyle, Arthur: El sabueso de los Baskerville. Madrid, Cátedra, Letras Populares, 2017. Edición e introducción de Julián Díez. Traducción de Ramiro Sánchez 

- Mis libros. Ensayos sobre lectura y escritura. Traducción de Jon Bilbao. Madrid, Páginas de Espuma, 2017

@Rafael_Narbona

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