Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó' (1939)

Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó' (1939)

Entreclásicos

Vivien Leigh: "Mañana será otro día"

Quizás la eternidad solo es una interminable sesión continua que proyecta Dios en un cosmos sumido en la tibia oscuridad de una vieja sala de cine.

9 enero, 2024 01:35

Con quince años descubrí que el tiempo no era un obstáculo insalvable para el amor. Aunque Vivien Leigh había muerto en 1967, yo me enamoré de ella en 1978, cuando vi por primera vez Lo que el viento se llevó en un cine de verano.

Bajo un cielo saturado de estrellas y con el olor del mar impregnando el aire de la noche, su rostro resplandecía con una belleza atemporal. Sus ojos verdes albergaban todos los matices que puede expresar una mirada: serenidad, pasión, coraje, ambición, miedo, nostalgia, espanto, esperanza, desengaño.

Todos esos sentimientos se sucedían vertiginosamente, mostrando que Scarlett O'Hara era una mujer apasionada, intensa y con un fondo trágico. A pesar de que todos los jóvenes del condado de Georgia suspiraban por sus atenciones, ella solo estaba interesada por Ashley Wilkes, un aristócrata elegante, circunspecto y con un gran sentido del honor.

['Lo que el viento se llevó', un clásico más allá del cine]

Interpretado por Leslie Howard, Wilkes no es un galán, sino un hombre ecuánime, pragmático y melancólico. Scarlett le considera el perfecto caballero del Sur, un ideal encarnado, lo cual es una hipérbole, pues también es un hombre débil, fatalista y sin muchas ambiciones.

Cuando ella le declara su amor, Wilkes objeta que nunca serían felices, pues son demasiado diferentes. Obstinada y soñadora, Scarlett continuará amándole durante años, incluso durante sus tres matrimonios, efímeros enlaces fruto de las conveniencias y no de afectos sinceros.

Solo al cabo de mucho tiempo comprenderá que el Wilkes real no coincide con su ensoñación romántica. Resultaba imposible no enamorarse de una mujer así. Al margen de su apabullante belleza, poseía el encanto de las mariposas que flirtean con el fuego, prefiriendo morir a alejarse del calor de la llama que enciende sus sentidos.

La guerra transforma a Scarlett. Al finalizar el enfrentamiento entre el Sur y el Norte, su mirada ya no se parece a la que exhibía en Tara o Los Doce Robles, ligera, festiva y burlona. Ha sufrido el asedio de Atlanta, ha contemplado cómo morían centenares de soldados mientras servía como enfermera en un hospital de campaña, ha disparado a la cara de un desertor yanqui que pretendía violarla, ha trabajado en el campo recolectando algodón, ha creado un aserradero, utilizando como mano de obra a presidiarios blancos, ha perdido a sus padres y a su hija Bonnie.

En sus ojos, han brotado el desencanto, la ira y el luto. Ha madurado, pero a costa de dolor y frustración. Su último marido, Rhett Butler (Clark Gable), podría haberla hecho feliz. Sin embargo, ella pensaba que solo le había aceptado por su dinero e insistencia. Cuando al fin descubre que le ama, será demasiado tarde, pues harto de convivir con la sombra de Wilkes, Rhett ha decidido romper la relación y no le conmueven sus súplicas. “¿Qué será de mí?”, solloza Scarlett, pidiéndole que no se marche.

Clark Gable y Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó'.

Clark Gable y Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó'.

“Francamente, querida, no me importa”, responde un despechado Gable, que se aleja sin mirar atrás. El personaje de Rhett Butler posee un indudable encanto. Cínico, caballeroso, amoral, su sonrisa seduce sin esfuerzo, pero su atractivo palidece al lado de Scarlett, una superviviente nata.

Sin su independencia, su rebeldía y su desprecio por los convencionalismos, no habría logrado rescatar a Tara de la ruina. Melania, la mujer de Wilkes, es dulce, bondadosa y desprendida, pero carece de su fuerza. Interpretada por Olivia de Havilland, su conducta revela que la virtud no es la mejor aliada para sobrevivir en los momentos más aciagos.

Vivien Leigh poseía todo el glamur del Hollywood clásico, con su corte de sueños, ilusiones y excesos. Lejos de sentirse halagada por ello, no se cansaba de repetir que ella era una actriz de teatro y no una estrella. Sabía que su belleza eclipsaba sus dotes interpretativas y no lograba superar las dudas sobre su talento. Vivien arrastraba una inseguridad patológica gestada durante su infancia solitaria.

Nacida en la Darjeeling, India, el 5 de noviembre de 1913 como Vivian Mary Hartley, era la hija única del matrimonio compuesto por Ernest Richard Hartley, próspero hombre de negocios, y su esposa Gertrude Mary Frances, una mujer culta y refinada. A los tres años, Vivian debutó como actriz en el grupo de teatro aficionado de su madre, recitando una canción infantil.

Vivien Leigh.

Vivien Leigh.

En esas fechas, comenzaron a despuntar sus bruscos cambios de humor. Su actuación en la pieza teatral The Mask of Virtue, dirigida por Sidney Carroll, despertó el interés del director de cine Alexander Korda, que asistió al estreno. Carroll cambió la ortografía de su nombre en el cartel de la obra, transformando a Vivian en Vivien. El azar no siempre es ciego. A veces, puede ser el mejor aliado de la belleza.

En esa época, Leigh conoció a Laurence Olivier y de inmediato comenzaron un idilio que escandalizó a sus contemporáneos, pues ambos estaban casados. Tras presenciar una de sus actuaciones teatrales, Vivien visitó a Laurence en el camerino y le besó en el hombro, exteriorizando sin pudor lo atraída que se sentía por él. La amistad, la pasión sexual y la rivalidad profesional se mezclaron en una relación salpicada de trifulcas e infidelidades mutuas.

La inesperada elección de Vivien para el papel de Scarlett O’Hara convirtió a la actriz en una figura internacional. Myron Selznick, representante de Laurence Olivier, presentó a Leigh a su hermano David durante el rodaje del incendio de Atlanta: “Hey, genio, te presentó a tu Scarlett O’Hara”. Al día siguiente, Vivien hizo una prueba ante David O. Selznick y George Cukor. Cautivados por su intensidad y bravura, productor y director comprendieron que no había nadie más adecuado para un papel por el que habían luchado estrellas como Paulette Goddard, Jean Arthur, Bette Davis y Joan Bennett.

Vivien Leigh y Laurence Olivier / Foto: Wikimedia.

Vivien Leigh y Laurence Olivier / Foto: Wikimedia.

Vivien había leído varias veces la novela de Margaret Mitchell y había estudiado a fondo la personalidad de Scarlett. Incluso había elaborado una infancia imaginaria sobre el personaje para comprender mejor sus reacciones. Siempre fue una actriz escrupulosa y metódica, dispuesta a darlo todo, incluso a costa de su salud física y mental.

Leigh sufrió durante el rodaje de Lo que el viento se llevó. George Cukor, con el que se entendía perfectamente, fue despedido y Victor Fleming ocupó su lugar. Machista, egocéntrico y despótico, Fleming humillaba a Leigh constantemente con comentarios obscenos. “Mueve tu trasero inglés”, solía repetirle con desprecio.

Aunque Cukor se había quedado fuera de la película, Vivien y Olivia de Havilland se reunían con él en secreto para escuchar sus indicaciones sobre la forma de interpretar a sus personajes. Leigh no se llevaba bien con Gable ni con Leslie Howard. Corría el rumor de que Gable, abiertamente homófobo, había presionado a Selznick para que despidiera a Cukor por su orientación homosexual.

También circulaba la leyenda de que Gable había ejercido de joven la prostitución gay y Cukor lo sabía, lo cual resultaba insoportable para el actor y por eso no dejó de conspirar hasta que se eligió un nuevo director.

Leigh se quejaba de que la dentadura postiza y el aliento a cebolla de Gable convertía la experiencia de besarlo en un suplicio. Por su parte, el actor señalaba que los cuatro paquetes diarios de tabaco que fumaba Leigh imprimían a sus besos un sabor muy desagradable. Vivien acabó el rodaje agotada, pues trabajaba siete días en semana, a veces durante jornadas de dieciséis horas.

En una conversación telefónica con Larry, el apodo familiar de Lauren Olivier, confesó: “... ¡cómo odio actuar en el cine! ¡Lo odio, lo odio, y no quiero volver a rodar nunca más una película!”.

Leigh ganó un Oscar por su interpretación de Scarlett O’Hara. Además, el Círculo de Críticos de Cine de Nueva York le otorgó el premio a la mejor actriz del año. Laurence Olivier, que había interpretado ese mismo año a Heathcliff en Cumbres borrascosas bajo la dirección de William Wyler, no consiguió ningún reconocimiento por su trabajo. En sus memorias, admitiría que palideció de envidia durante la ceremonia de los Oscar y llegó a fantasear con golpear a Vivien con la estatuilla que le había concedido la Academia.

Vivien Leigh y Robert Taylor en 'El puente de Waterloo '(Mervyn LeRoy, 1940).

Vivien Leigh y Robert Taylor en 'El puente de Waterloo '(Mervyn LeRoy, 1940).

Vivien interpreta a una bailarina que se enamora de un capitán británico durante la Primera Guerra Mundial y que, tras leer su nombre en una lista de bajas, se prostituye con una amiga para sobrevivir en un Reino Unido asediado por los nazis. Cuando reaparece su amado, que había sido dado por muerto por error, se suicida, arrojándose bajo las ruedas de un camión, avergonzada por su conducta. El puente de Waterloo obtuvo un gran éxito y contó con la aprobación de la crítica. Siempre fue uno de los filmes preferidos de Vivien, que hizo un gran papel, encarnando la tragedia de una mujer destruida por los prejuicios de su tiempo.

Poco después, Vivien Leigh y Olivier invirtieron sus ahorros en una versión teatral de Romeo y Julieta que se representó en Broadway. Esta vez no hubo suerte. Las críticas fueron desfavorables y se deploró la ausencia de la pareja en Reino Unido, donde las bombas nazis no cesaban de causar estragos.

En 1941, el matrimonio estrenó Lady Hamilton bajo la dirección de Alexander Korda. La película, que narra el idilio entre Emma Hamilton y Lord Nelson, se hizo muy popular en Estados Unidos y atrajo la atención de Winston Churchill, que organizó una proyección para el presidente Franklin Delano Roosevelt, asegurándole que mostraba acontecimientos similares a los que vivía el mundo bajo la tiranía de Hitler.

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Los Olivier colaborarían con Churchill en los próximos años, asistiendo a cenas y actos públicos. Leigh demostró su patriotismo, rechazando un generoso contrato cinematográfico para visitar a las tropas británicas desplegadas en el norte de África.

En 1944, comenzaron los problemas de salud. Se le diagnosticó tuberculosis en el pulmón izquierdo y durante el rodaje de César y Cleopatra (Gabriel Pascal, 1945), sufrió una caída que le provocó un aborto espontáneo. El accidente hundió a Vivien en una depresión que solo cedió para dejar paso a un estado de euforia. En 1947, Laurence Olivier fue nombrado Sir y Leigh se convirtió en Lady. Un año después, Vivien interpretó a Anna Karenina bajo la dirección de Julien Duvivier. Su mal estado psicológico afectó a su trabajo, restándole calidad. La película solo logró una aceptación discreta por parte del público y la crítica.

Durante una gira teatral por Australia y Nueva Zelanda, la inestabilidad neurótica de Vivien se agravó. Afectada por el insomnio, se peleó con Olivier en público. Ambos se abofetearon y se insultaron a gritos. Cuando finalizó la gira, Olivier comentó a un periodista que estaba hablando con “un par de cadáveres andantes”. Más tarde, añadió que había perdido a su esposa en Australia. A su regreso a Reino Unido, Vivien interpretó a Blanche Du Bois, el personaje creado por Tennessee Williams en Un tranvía llamado deseo.

Vivien Leigh y Marlon Brando en 'Un tranvía llamado deseo'.

Vivien Leigh y Marlon Brando en 'Un tranvía llamado deseo'.

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Después del éxito en el cine, Vivien volvió al teatro. Interpretó con Olivier Antonio y Cleopatra, de William Shakespeare, y César y Cleopatra, de Bernard Shaw. Aunque se elogió su trabajo, el crítico Kenneth Tynan comenzó a atacar a Viven, asegurando que no estaba a la altura de Olivier, lo cual afectó mucho a la actriz, que se obsesionó con sus palabras hasta el extremo de cuestionar su propia valía profesional.

En 1953, Vivien viajó a Sri Lanka para participar en el rodaje de La senda de los elefantes, pero sufrió un colapso nervioso y la productora le dio su papel a Elizabeth Taylor. Al mismo tiempo, inició un romance con Peter Finch, que se distanció de ella al advertir su inestabilidad. Aunque volvió a trabajar con Olivier en el teatro representando obras de Shakespeare, un nuevo aborto espontáneo le provocó una honda depresión.

La gira europea organizada por Olivier para representar Tito Andrónico fue un desastre, pues Vivien protagonizó varios enfrentamientos violentos con su marido y otros miembros de la compañía. De vuelta en Londres, Leigh Holman, su ex marido, con el que conservaba una buena relación de amistad, pasó una temporada con ella para ayudarla a recobrar el equilibrio.

En 1958, Vivien inició un idilio con el actor Jack Merivale, que no ignoraba sus problemas de salud mental. Merivale habló con Laurence y se comprometió a cuidar a Leigh. A pesar de sus crisis, Vivien triunfó en la comedia teatral Look After Lulu!, de Noël Coward. La interpretación era un islote donde a veces se aplacaban sus demonios interiores. En 1960, Vivien y Olivier se divorciaron. Merivale y Leigh Holman atendieron a Leigh durante los siguientes años, logrando que su salud mejorara.

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Algunos acusaron a Olivier de desentenderse de su ex mujer. Katharine Hepburn fue especialmente dura. Llegó a afirmar que Laurence era “un gran actor y un pequeño hombre”. Embarcada en un gira teatral por Australia, Nueva Zelanda y América Latina, Vivien ganó un premio Tony por su actuación en el musical Tovarich.

Aún hizo dos películas, La primavera romana de la señora Stone (José Quintero, 1961) y El barco de los locos (Stanley Kramer, 1965). Kramer destacó el valor de Leigh durante el rodaje: “Estaba enferma, y aun así derrochó coraje para hacer la película; fue casi increíble”.

Sin embargo, el papel de Leigh como Mary Treadwell, un mujer madura y seductora, la desestabilizó, causando problemas en el set. Aunque Simone Signoret y Lee Marvin se mostraron comprensivos, Leigh perdió los estribos durante la escena de una agresión sexual, golpeando a Marvin en la cara con el tacón de un zapato. Pese a todo, Vivien obtuvo el premio L'Étoile de Cristal por su interpretación.

En 1967, la tuberculosis reapareció y le obligó a interrumpir los ensayos de una obra de teatro que iba a representar con Michael Redgrave. A pesar de una aparente mejoría, la noche del 8 de julio sufrió una crisis que acabó con su vida. Jack Merivale descubrió su cuerpo en su apartamento del 54 de Eaton Square.

La actriz había intentado ir al baño cuando sus pulmones se llenaron de líquido y se asfixió. Al hacerse pública la noticia, todos los teatros de Londres apagaron sus luces durante una hora. Se celebró un funeral católico en la Iglesia de Santa María de Cadogan Street, en Londres, al que asistieron las grandes figuras del cine y el teatro británicos.

Vivien Leigh y  Warren Beatty en 'La primavera romana de la señora Stone'.

Vivien Leigh y Warren Beatty en 'La primavera romana de la señora Stone'.

De acuerdo con sus últimas voluntades, sus cenizas se esparcieron en el lago situado junto a su casa de campo en Tickerage Mill, cerca de Blackboys, Sussex Oriental. En 1985, se emitió un sello con su imagen en una serie dedicada al cine británico y en 2013 se lanzó otra serie que conmemoraba el centenario de su nacimiento. Es el único caso de alguien que, sin pertenecer a la familia real, ha aparecido más de una vez en los sellos británicos.

Se ha especulado mucho sobre la inestabilidad psíquica de Vivien Leigh. Hoy se considera que sufría trastorno bipolar. Las numerosas sesiones de electrochoque a las que se sometió solo empeoraron su estado. Su promiscuidad, quizás exagerada por los amantes de los escándalos, solo era un síntoma de su desorden interior.

Desgraciada, trágica y hermosa, siempre será recordada por dos papeles: Scarlett O’Hara y Blanche DuBois. Solo doce años separan cada interpretación, pero en ese período se hallan todas las claves de su evolución.

La ambición y fortaleza de los inicios se convirtió enseguida en inseguridad y melancolía. Scarlett parece indestructible. En cambio, Blanche siempre está a punto de romperse. Al parecer, eran las dos caras de Vivien Leigh. Vivien combatía el sufrimiento con cuatro cajetillas diarias de tabaco y grandes cantidades de alcohol. Esos hábitos auguraban una muerte temprana, pues sus pulmones, gravemente dañados por la tuberculosis, no podían soportar ese estilo de vida.

Poco antes de fallecer, Vivien asistió a un pase de Lo que el viento se llevó. A mitad de película, se levantó y anunció que se marchaba. Cuando le preguntaron por qué, explicó que no podía soportar ver en la pantalla a sus compañeros de rodaje, pues la mayoría habían muerto y eso le entristecía profundamente. No ignoraba que la muerte también le rondaba a ella.

Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó'.

Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó'.


En una ocasión, había comentado que era Escorpio y que los escorpiones son autodestructivos. Vivien escribió en su diario a finales de los cuarenta que había logrado mucho más de lo que había soñado y que no podía quejarse, pero lo cierto es que ni los Oscar, ni el título de Lady, ni la mansión y el Rolls Royce que compartía con Olivier, aplacaron sus tendencias depresivas.

Yo siempre la recordaré como Scarlett O’Hara, pues su interpretación de Blanche me produce mucha tristeza y no he vuelto a verla desde hace mucho. Olivier apuntó en varias ocasiones que Vivien se parecía mucho al personaje de Tennessee Williams. Prefiero evocar a Leigh en Lo que el viento se llevó, afirmando que “después de todo, mañana será otro día”.

Scarlett siempre será para mí un símbolo de vida, pasión y resistencia. Einstein decía que el tiempo solo es una persistente ilusión, que el pasado, el presente y el futuro constituyen una totalidad que se actualiza en función del observador. Creo que tenía razón, pues cada vez que veo a Vivien Leigh en la pantalla con su pamela amarilla y su traje blanco con adornos vegetales, siento que sigue viva y que yo estoy más vivo por el hecho de contemplarla.

Quizás la eternidad, ese anhelo que acompaña al ser humano desde sus inicios, solo es una interminable sesión continua que proyecta Dios en un cosmos sumido en la tibia oscuridad de una vieja sala de cine.

'Phidias  muestra el friso del partenón a sus amigos', de  Lawrence Alma-Tadema (1868).

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