Me gustan las chicas un poco chifladas, como Holly Golightly, el personaje creado por Truman Capote en Desayuno con diamantes y que Audrey Hepburn interpretó en la adaptación cinematográfica de Blake Edwards. Las chicas un poco chifladas son informales y caóticas. Siempre llegan tarde porque no se molestan en mirar el reloj. No entienden por qué el tiempo no se adapta a sus necesidades. Piensa que el tiempo debería estirarse como un chicle y no ser tan intransigente y antipático.
Me gustan las chicas un poco chifladas porque desprecian el sentido común. Ignoran los semáforos, se enamoran del chico equivocado, prefieren los vinilos al streaming, se caen continuamente al subir las escaleras, pero con mucho estilo, levantándose con la ligereza de una bailarina que desafía a la gravedad. Me gusta Twiggy, con sus minifaldas de Mary Quant, sus enormes gafas de sol, negras como escarabajos, sus interminables pestañas postizas, sus medias de colores y rayas a la altura de las rodillas, sus ojos maquillados hasta lo inverosímil.
Twiggy era una chica un poco chiflada, que rozaba el 1'70 (le faltaban tres mezquinos centímetros) y que cambió nuestro concepto de la belleza, priorizando la elegancia sobre la voluptuosidad. Twiggy acompañó a los Blues Brothers en su única película, antes de que un cóctel de heroína y cocaína se llevara a John Belushi al otro barrio.
[Los 10 diamantes de Audrey Hepburn: la elegancia que revolucionó Hollywood]
Me gustan las chicas un poco chifladas porque aprecian el amor de las serpientes, permitiendo que se anillen alrededor de su cuello. Por supuesto, las serpientes se enamoran de ellas en el acto y ya no quieren volver a su terrario. Me gustan las chicas un poco chifladas porque tienen paciencia para soportar a los abuelos, fingiendo que escuchan por primera vez una historia que ya han oído mil veces.
Me gustan las chicas un poco chifladas porque pueden ser divertidas, ingeniosas y disparatadas, sin tener que recurrir al alcohol ni a las drogas. Solo se intoxican con fantasías románticas poco comunes: ser raptadas por un gánster de buenos sentimientos; posar con armas de mentira entre criminales de verdad; entablar amistad con falsificadores y timadores que excusan sus delitos en nombre de la amistad.
Me gustan las chicas un poco chifladas porque desprecian el sentido común. Ignoran los semáforos, se enamoran del chico equivocado
Me gustan las chicas un poco chifladas porque son esbeltas como jirafas y tienen los ojos enormes, duros como el cristal, como si fueran muñecas antiguas, que oscurecen a todos los peluches que le hacen la competencia en los escaparates. Me gustan las chicas un poco chifladas porque son tan ingenuas que cenarían con Charles Manson, buscando ese lado humano que ha pasado desapercibido para el resto de la sociedad.
Me gustan las chicas un poco chifladas porque fotografían a los pingüinos, asegurando que son reencarnaciones de antiguos filósofos estoicos. Me gustan las chicas un poco chifladas porque son sexys, sin ser ordinarias ni procaces. Las chichas un poco chifladas jamás se pondrían unas tetas de silicona. Las chicas un poco chifladas son transparentes, siluetas etéreas que purifican el mundo al soplar con ambos carrillos.
Las chicas un poco chifladas nunca llevan dinero suelto para el autobús. Si se montan en taxi, se inventan una historia distinta cada vez, atribuyéndose personalidades diferentes. Les parece injusto pasar por la vida con una sola identidad. Las chicas un poco chifladas son como muñecas rusas, pero cada muñeca es diferente y la última es la más hermosa. Si llueve, las chicas un poco chifladas comienzan a multiplicarse como copias idénticas, trastornando el orden natural.
La realidad, esa cosa tan fea y obstinada, no las comprende, pero se complace con su presencia. Al mojarse no se hacen malas, como los mogwai, sino excéntricas. Se ponen impermeables amarillos, pero dejan que el agua les empape la cara y les estropee el peinado. Las chicas un poco chifladas tienen problemas con su flequillo. Se lo dejan crecer, se lo cortan, se lo muerden. Se desesperan y buscan consuelo en un pájaro azul, que les besa suavemente los labios.
Me gustan las chicas un poco chifladas porque pueden ser divertidas, ingeniosas y disparatadas, sin tener que recurrir al alcohol ni a las drogas
Las chicas un poco chifladas no pertenecen a este mundo. Están aquí, pero vienen de lejos, de un pasado mejor. No son aficionadas a los vicios autodestructivos. No actúan como Jean Seberg, intentando suicidarse una y otra vez, hasta que por fin lo consiguió. No se inyectan speedball como Edie Sedwick o Janis Joplin. No se queman tan rápido como Billie Holiday, cuyo dolor interior aún crepita en su voz rota y desgarrada. Pienso que nadie debería inmolar su vida en el altar de los placeres artificiales. Las chicas un poco chifladas no recurren a los barbitúricos, no sufren comas etílicos, no conducen ebrias, con la melena inflada por el viento, no se inyectan veneno en las venas.
Las chicas un poco chifladas no son tan promiscuas como Lana Turner o Gloria Swanson, diosas que convirtieron su lecho en un quirófano de sábanas sucias, donde el placer era un tiovivo enloquecido, sin nombres ni afectos. Las chicas un poco chifladas son las amigas eternas que nos acompañan hasta el final, las que disculpan nuestros pecados y evitan juzgarnos con dureza.
Me gustan las chicas un poco chifladas porque son sexys, sin ser ordinarias ni procaces
Las chicas un poco chifladas no presumen de sus amigos. Se preocupan por ellos. Los cuidan, los escuchan, les ofrecen su regazo, susurrándoles al oído que no se entristezcan por estar solos y no tener adónde ir, porque ellas son el remedio de su soledad, el fuego que calentará su corazón sin chamuscar su alma.
Marilyn se encuentra entre esas chicas un poco chifladas. Los idiotas de Hollywood la trataron como un trozo de carne, insistiendo en los primeros planos de su trasero, pero Marilyn, incluso en su faceta de mito sexual, con infinidad de amantes, nunca dejó de ser una chica un poco chiflada que amaba a los caballos salvajes y consolaba a los pobres cowboys de rodeo (en realidad, vagabundos derrotados por la vida), asumiendo las obligaciones de madres insensibles, indiferentes a los huesos magullados de sus hijos inadaptados.
Hablo, por supuesto, de Monty, tan desdichado y neurótico. Todos saben que Marilyn una vez comentó que solo había una persona más desgraciada que ella en Hollywood: Montgomery Clift. Pobre Monty, tan grande como su sufrimiento.
Las chicas un poco chifladas son brujitas de buen corazón. No arrojan maleficios. Alivian el dolor de los humillados y los vencidos, los vejados y los excluidos. Audrey Hepburn, maltratada por una odiosa publicidad que expone su cara en bolsos, monederos y cajetillas de tabaco, era una chica un poco chiflada. En Desayuno con Diamantes, Audrey es la amiga de un escritor sin talento. Es su papel, la esencia de su encanto. Ser la amiga de un perdedor que malogra una oportunidad tras otra.
Las chicas un poco chifladas son informales y caóticas. Siempre llegan tarde porque no se molestan en mirar el reloj
Audrey era un ángel y, de hecho, ése fue su último papel (Always). Un ángel que aparecía entre un océano de flores, mostrando que el cielo es un lugar maravilloso porque ella ya se encuentra allí, con sus pantalones blancos y un jersey de cuello alto a juego. Las chicas un poco chifladas deberían gobernar la tierra. Si lo hicieran, suprimirían la tarde del domingo, tan triste y tediosa. Suprimirían los lunes, los exámenes de septiembre, los atascos de tráfico, los crímenes machistas, la violencia con los animales, la amargura de los ancianos olvidados por sus familias, la soledad no deseada, la desesperación que lleva al suicidio.
Los grandes directores de cine se enamoran de las chicas un poco chifladas. George Cukor las amaba como solo puede amar a una mujer un homosexual, cuyo destino es vivir confinado en la áspera piel de un hombre, pero con el delicado corazón de una dama del Sur.
Las chicas un poco chifladas son actrices que se niegan a repetir el guion, pues consideran que pueden improvisar diálogos más brillantes y poéticos. Yo me casé con una chica un poco chiflada. Me hubiera gustado ser Clint Eastwood. No en su papel de Harry, el Sucio, sino en el de Walt Kowalski (Gran Torino), que defiende a una joven asiática de una pandilla de violadores, pero solo soy un hombre tímido y bajito. He tenido la suerte de que una chica un poco chiflada se enamorara de mí y espero compartir con ella la eternidad.