Este año se celebra el trigésimo quinto aniversario de la primera entrega de Prince of Persia. En 1989, un jovencísimo Jordan Mechner publicaba para los ordenadores Apple II la versión original de un juego cuya influencia se extendió como la pólvora durante toda la década siguiente. Mechner hizo uso de la rotoscopia para conseguir unas animaciones de un realismo y de una fluidez inusitadas por aquel entonces, dando un paso de gigante en el maridaje entre cine y videojuegos que ha estado presente desde los inicios del medio.
Más tarde, en 2003, volvió con Ubisoft para dirigir The Sands of Time, título que dio origen a dos secuelas directas y a su propia adaptación cinematográfica en 2010, una cinta protagonizada por Jake Gyllenhaal en la que Disney invirtió doscientos millones y al final fracasó a la hora de encontrar una audiencia suficiente para que Hollywood se tomara en serio el mundo de los videojuegos. Por aquella época, Ubisoft ya se había centrado en Assassin’s Creed, cuya primera entrega fue concebida en un principio como un spin-off de la saga, y metieron la licencia en un congelador. Hasta ahora.
Prince of Persia: The Lost Crown es una nueva interpretación de la franquicia sin ninguna conexión narrativa directa con ninguno de los títulos anteriores. En una Persia ancestral que se pierde en la noche de los tiempos, donde historia y mitología se entremezclan como parte del mismo poema épico, el joven Sargon y su hermandad de inmortales defienden el reino frente a la invasión del imperio Kushán. Tras la victoria y la vuelta a Persépolis, su mentora, Anahita, traiciona al reino, secuestra al príncipe heredero y huye con él a la ciudad secreta de Monte Qaf (o Kafkuh), el nido del legendario Simurgh.
['Assassin's Creed Mirage', los mil aromas de Bagdad]
La reina ordena a los inmortales seguir su rastro y recuperar a su hijo, pero una vez en la prodigiosa metrópolis, el grupo se separa en sus laberínticas intersecciones y extraños fenómenos empiezan a suceder. Nada es lo que parece en Monte Qaf. El tiempo, lejos de ser un río que desciende con aguas tranquilas, se ha transformado en un mar embravecido en una noche de tormenta.
¿Quién iba a suponer que la clave para la resurrección de Prince of Persia estaba en convertirlo en un metroidvania? Lejos de los exacerbados costes de un Assassin’s Creed, pero con un estilo irrefutable donde Ubisoft Montpellier ha puesto toda la carne en el asador. El estudio es conocido por algunas de las propuestas más artísticas del gigante francés, como Rayman Origins (2011) o Valiant Hearts: The Great War (2014), y su buen hacer es indiscutible.
Con The Lost Crown lo que han hecho es una reinterpretación de todos los pilares de la saga, ahondando como nunca en la faceta mitológica y dando paso a un juego donde acción, plataformas y exploración se dan la mano para crear una experiencia vigorosa y desafiante. Monte Qaf está lleno de trampas enrevesadas, secretos, enemigos traicioneros y poderes que van desbloqueando diferentes rutas. Es muy ortodoxo en sus postulados, pero ha sabido también innovar donde hacía falta, como la habilidad para tomar pantallazos y agregarlos al mapa, estableciendo recordatorios orgánicos que repasar cada vez que conseguimos un nuevo poder.
Aunque el juego está diseñado en 3D, se juega desde una perspectiva 2D, un formato que se ha terminado denominando 2,5D y que permite dotar a los escenarios de un nivel de detalle espectacular. Cada uno de ellos suele girar en torno a una idea concreta, explorando un amplio abanico de mecánicas a la hora de recorrerlos, como la oscuridad opresiva de las alcantarillas o un escalofriante carcelero que hay que sortear en los archivos y que si nos sorprende nos teletransporta a una celda, una traba onerosa a nuestro progreso.
Algunos son realmente memorables y marcan un hito en el género, como un nivel que tiene lugar en medio de una cruenta batalla naval con una vuelta de tuerca, una idea brillante que lo transforma en un espectáculo visual sin parangón. La historia es sencilla, pero está muy bien llevada y a pesar de incluir un buen número de personajes, figuras mitológicas y manipulaciones temporales, no se vuelve confusa en ningún momento. Además, Ubisoft ha apostado por incluir un doblaje en farsi que hace maravillas en cuanto a la inmersión.
La lengua persa posee una fonética muy particular que encaja a la perfección con estos personajes de leyenda, sobre todo en las cinemáticas más dramáticas y espectaculares, que abundan en la segunda mitad y en los combates contra jefes donde el estudio ha llegado hasta el final en su intento por emular a Final Fantasy y la épica de las mejores series anime. Son enfrentamientos vertiginosos, duelos entre semidioses que progresan en un crescendo inclemente, con ataques que llenan la pantalla de haces de luz y exigen dominar todas las mecánicas simplemente para sobrevivir, casi siempre a duras penas.
No llevamos ni tres semanas de 2024, pero ya tenemos un serio candidato a juego del año. Prince of Persia: The Lost Crown es la constatación de que se pueden hacer juegos de una factura impecable controlando sus dimensiones. No es precisamente un juego corto (me ha llevado 18 horas llegar a los títulos de crédito y me he dejado una ristra de misiones secundarias por el camino), pero va al grano y no tiene que hacer frente a la miríada de expectativas que vienen con, por ejemplo, un gigantesco juego de mundo abierto.
Después del desaparecido remake de The Sands of Time (2003), cuya suerte en estos momentos no está muy clara, Ubisoft nos ha deparado una alegría que nadie esperaba para este 35 aniversario de un juego icónico. Absolutamente imprescindible.