Gloria Fuertes y Beethoven, de otra manera
La poesía de Fuertes vive pegada a lo real, a lo cotidiano, pero no deja de ser poesía
No hace mucho, surfeando la red, entré en un documental sobre Gloria Fuertes en La 2. Estaba dando un recital, como hacía a menudo, y pronunció una frase que me llamó mucho la atención. Después, he buscado ese documental sin éxito, lo que me da rabia. Recuerdo sus palabras como si las estuviera oyendo ahora mismo: "Yo quería ser poetisa, o poeta, o como se llame eso de escribir de otra manera". Se me quedó clavado "eso de escribir de otra manera".
En aquel momento saqué la impresión de que improvisaba, pero a lo mejor estaba leyendo versos autobiográficos, como era su costumbre. Los asuntos aparentes de la frase eran dos: su vocación literaria y el nombre de su oficio, que en español resulta inestable en femenino. Asomaba también cierta reivindicación feminista, pero entre tema y tema, entre variante y variante del nombre, soltó una definición luminosa de la sustancia de tal oficio que resultaba aún más impactante por estar dicha de pasada y con palabras llanas, como casi todas las suyas. Ya sabemos que los poetas ven de pronto lo que nadie más ve y que aciertan aunque estén pensando en otra cosa. Dan en el clavo hasta cuando tiran al aire.
Sin darle importancia, como sin querer, Gloria Fuertes nos dice que hacer poesía es escribir "de otra manera". O, abriendo el zum, mirar, o incluso vivir, de otra manera. Representar es presentar de otra manera. El arte, a lo mejor, no es más que eso: lo otro, la alteridad, nada más. Lo de Gloria es como la vieja mímesis aristotélica, pero avanzando en sentido contrario: el poema no pretende reproducir la realidad, acercarse lo más posible a ella, sino al revés, alejarse de ella, establecer otra realidad distinta, crear otra vez el universo.
Yo lo veo más claro fijándome en los tiempos verbales. La vida ocurre en indicativo, pero el arte, no. Las obras de arte (como los sueños, los pensamientos, los recuerdos, las mentiras, los planes y los juegos) son la vida formulada en subjuntivo o en otros tiempos verbales levemente irreales. Los niños lo tienen claro cuando juegan. Usan el pretérito imperfecto: "Hacíamos que...", "tú eras... y yo era..." No sé si los niños de hoy siguen usando estas cláusulas. En todo caso, la diferencia entre uno que te cuenta su vida y ese mismo que te cuenta un cuento o te recita unos versos es muy poca. No es más que un ligero cambio de dimensión, un suave despliegue de una segunda realidad, como la de los niños, mediada por una simple convención que acuerdan los jugadores o el creador y su público: ahora, representamos.
Por esas indisciplinadas vaguedades y otras parecidas se paseaba mi mente mientras oía a la gran Gloria. Lo bonito de sus palabras me parecía la llaneza. Lo chocante de su poesía es que, efectivamente, es de otra manera, pero sin dejar de ser de esta. Vive sentada a caballo en la linde. Quiero decir que ella, para escribir de otra manera, no necesita adoptar otro tono, otro tema u otra mirada. Sigue sonando coloquial y sigue pareciendo prosaica, pero no. "Yo soy así, como me estáis viendo. Yo soy así, como me estáis oyendo", dice. Y también: "Todo lo que escribo es verdad". Sí, pero no. Su poesía vive pegada a lo real, a lo cotidiano, pero no deja de ser poesía, porque dentro de sus versos hay algo, un guiño, una sonrisa, que parece decirnos: "Como os estaréis dando cuenta: esto es otra cosa, esto está dicho de otra manera". Ese gesto levísimo y escurridizo es la llave que conecta o desconecta la representación. La clave del arte.
Y, entre fuertes y glorias, se me vino el recuerdo de otro gran momento "otro", de otra alteridad clarividente. Se parecen poco, pero en mi vagabundeo mental aparecían juntas. Beethoven no llega a decir literalmente "de otra manera", pero casi: "¡O, amigos!", dice, "¡En esos tonos, no!". Todo el mundo sabe cuándo suena esto: en el instante clave de la Novena sinfonía, cuando la orquesta y el coro se han quedado en silencio y se levanta de su silla inopinadamente un barítono para, con esas palabras, que son del propio Beethoven, las primeras palabras pronunciadas jamás en una sinfonía, animar a sus colegas a cambiar el curso de la historia de la música. "Cantemos de otra manera", viene a decir después.