Llevar al teatro la trilogía La lucha por la vida de Pío Baroja es empresa de calado. Hablamos de condensar tres novelas en dos horas y media preservando el estilo directo y sobrio de su autor; y por otro, de mantener el interés de las andanzas del protagonista Manuel por los bajos fondos madrileños de principios del siglo XX con una trama que, como sugiere el título, cuenta su supervivencia en compañía de personajes de la más baja estofa social.
José Ramón Fernández, autor de la adaptación, y Ramón Barea, en la dirección, han logrado un buen espectáculo que supera los retos antes citados, ameno y que te mantiene expectante hasta su desenlace. Además, da una idea bastante completa de los temas e ideas que interesaron a Baroja. La producción, del Teatro Arriaga de Bilbao, fue impulsada el año pasado para conmemorar el 150 aniversario del nacimiento del autor. Ahora puede verse en el Teatro Español hasta el 14 de abril.
Se asienta la obra en un elenco de diez actores “transformistas” que se multiplican en un centenar de personajes para componer ese Madrid lumpen y descarnado. La prosa sencilla y agresiva de Baroja adopta una deriva esperpéntica sobre el escenario. Estas novelas no están escritas en clave de farsa, pero cuando vemos a sus personajes en carne y hueso, da la sensación de que su estilo está muy cerca de Valle, lo que vendría a darle la razón al manco en aquello de que el sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética deformada.
Esta vecindad de los dos autores es fruto de la aportación de Barea al crear junto a sus actores una manera tragifársica de interpretarlo, a veces cercana al sainete. La farsa es un género que Baroja cultivó en piezas para el teatro como Arlequín, mancebo de bolica; Chinchín comediante y El horroroso crimen de Peñaranda del Campo (adaptado por Alonso de Santos), amén de otras con aire de sainete como Adiós a la bohemia, que sirvió como libreto para la zarzuela de Sorozábal.
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Por La lucha por la vida de Baroja desfilan chulos, prostitutas, traperos, mendigos, estafadores, gacetilleros, guindillas, malgastadores de herencias, clérigos, falsos aristócratas… casi todos personajes vulgares con propósitos corruptos, protagonistas de peripecias a través de las cuales el autor nos filtra su pesimismo y falta de confianza en el género humano. El novelista, en su estilo irónico y distante, pocas veces hace concesiones a sus personajes y en estas novelas a casi todos les designa un trágico y descarnado destino.
Barea podía haber optado por un enfoque trágico o melodramático, pero ante el riesgo de resultar ridículo tendría que haber eliminado la vulgaridad de estos personajes y haberles añadido paletadas de dignidad, lo que hubiera sido un desastre mayúsculo. No le queda otra que presentarlos como caricaturas grotescas, figuras vulgares y patéticas, casi muñecos de historieta.
La única concesión que hace es la recreación de don Pío que él mismo interpreta estupendamente. Su presencia está ideada para ser el demiurgo de la función, sirve de argamasa de las historietas, va dando pinceladas ideológicas y de carácter del autor y de su tiempo y, como dice en el programa de mano, hace que la obra transcurra con un distanciamiento brechtiano para privarnos de emoción. Sin embargo, es precisamente en su caracterización donde asoma la compasión y la fragilidad; su simpatía por el personaje ha evitado pintarle con ese rasgo huraño y pesimista con el que nos ha sido transmitida la figura del autor.
Desde un enfoque no naturalista, los actores ofrecen una muestra de virtuosismo interpretativo para componer tantos tipos y situaciones como se dan. Ione Irazabal e Itziar Lazkano no descansan ni un segundo, capitanean casi todas las escenas, ya sean hombres o mujeres lo que les toque hacer. Sorpresa la de Leire Ormazabal, enérgica actriz dotada para la farsa; Aitor Fernandino y Alfonso Torregrosa son actores contundentes y seguros en un reparto que cierran Olatz Gamboa, Sandra Ortueta, Diego Pérez y Arnatz Puertas.
La escenografía de José Ibarrola está inspirada en los muros de una edificación de ladrillo destruida, como tantas en las que buscan refugio los personajes. En el muro se proyectan sombras y otros efectos videográficos que ayudan a contextualizar situaciones, por ejemplo, la ejecución con garrote de un personaje. Las paredes y escotillones se abren y cierran para facilitar transiciones y la construcción y deconstrucción de cuadros humanos.
Interesante el figurinismo de Betitxe Saitua, que parte de un elemento que identifica e informa de la pobreza de los personajes: el parche que rehabilita harapos y ropa vieja, y que se repite de manera estilizada en el vestuario de los actores.
La lucha por la vida
Teatro Español. Hasta el 14 de abril.
De Pío Baroja
Adaptación José Ramón Fernández
Dirección Ramón Barea
Con Ramón Barea, Aitor Fernandino, Olatz Ganboa, Ione Irazabal, Itziar Lazkano, Sandra Ortueta, Alfonso Torregrosa, Leire Ormazabal, Diego Pérez y Arnatz Puertas
Diseño de espacio escénico José Ibarrola
Diseño de iluminación David Alcorta
Diseño de vestuario Betitxe Saitua
Diseño de espacio sonoro Adrián García de los Ojos
Audiovisuales Ibon Aguirre
Una producción del Teatro Arriaga de Bilbao