El físico J. Robert Oppenheimer,  en 1946, año en el que comenzaría su persecución política

El físico J. Robert Oppenheimer, en 1946, año en el que comenzaría su persecución política

Entre dos aguas

Biden repara la memoria de Oppenheimer, el padre de la bomba atómica

El físico teórico sufrió, según la actual administración estadounidense, un proceso  "injusto y parcial" por parte de la Comisión de Energía Atómica en 1954

19 enero, 2023 02:45

Jacob Robert Oppenheimer (1904-1967) fue un físico brillante. Aunque no de la talla de Einstein, Bohr, Heisenberg, Fermi o Feynman, su nombre ha quedado inscrito en los anales de la historia de la física y de la política del siglo XX.

Estudió Física en Harvard y una vez graduado en 1925 se trasladó a Europa, en un momento crucial para la física, justo en los años en que allí se acababa de alumbrar la mecánica cuántica, una teoría que no sólo cambiaría la física sino también el mundo. Cuatro años después, de regreso a su patria, compartió puestos docentes en la Universidad de Berkeley y en el Instituto Tecnológico de California, en Pasadena.

Durante la década de 1930 y comienzos de la de 1940 produjo magníficos trabajos en electrodinámica cuántica, física nuclear y de altas energías, así como dos seminales artículos sobre contracción estelar. En aquella época, sus simpatías se inclinaban claramente hacia la izquierda política, pero nunca se demostró que hubiese sido miembro del Partido Comunista; de hecho, parece que comenzó a abandonar sus simpatías comunistas a raíz del pacto entre Hitler y Stalin, que permitió al primero iniciar la Segunda Guerra Mundial.

Oppenheimer llegó a la convicción de que no tenía sentido embarcarse en una carrera de armamento nuclear frente a la Unión Soviética

Su brillantez científica y su encanto personal eran tales que sus estudiantes le adoraban, siguiéndole cuando se trasladaba de Berkeley a Pasadena y viceversa. Habida cuenta de semejantes atributos, no es sorprendente que en 1943 el general Leslie Groves le eligiese para liderar el laboratorio de Los Álamos, la última pieza del Proyecto Manhattan, laboratorio creado para construir bombas atómicas de un poder nunca antes imaginado, utilizando el uranio-235 y el plutonio fisionables preparados en otros centros.

Convertido en héroe nacional después de Hiroshima y Nagasaki (agosto de 1945), poco tiempo después comenzó una nueva etapa de su vida, que lo convertiría en miembro del reducido “panteón” en que se encuentran los científicos víctimas de la intransigencia política. Sus enemigos fueron aquellos que en Estados Unidos deseaban beneficiarse, frente a la Unión Soviética, del poder nuclear con el que inesperadamente se habían visto dotados: los militares del Pentágono, pero no sólo ellos, también figuras tan poderosas como el implacable y tramposo director del FBI, Edgard Hoover, el senador Joseph McCarthy y el físico Edward Teller.

El problema era que Oppenheimer llegó a la convicción de que no tenía sentido embarcarse en una carrera de armamento nuclear frente a la Unión Soviética, buscando bombas aún más poderosas, como la bomba termonuclear de hidrógeno. Y su opinión no era la de una persona cualquiera, sino la del “padre de la bomba atómica”, la de alguien que figuraba en los comités más importantes que aconsejaban sobre estos temas.

De hecho, se esforzó por retrasar los planes sobre las nuevas bombas, y la mayoría del Comité Asesor de la Comisión de Energía Atómica (que monopolizaba todo lo referente a la energía nuclear, para usos pacíficos o no), organismo que él dirigía, le apoyó. Pero el presidente Truman decidió dar luz verde a la fabricación de la bomba de hidrógeno.

Aun así, los enemigos de Oppenheimer no abandonaron su objetivo: librarse de él. La persecución dio como fruto que el 3 de diciembre de 1953, el presidente Eisenhower ordenase que se pusiese una barrera entre Oppenheimer y los secretos atómicos, dando también instrucciones para que se investigase la posibilidad de “otras acciones, judiciales o de otro tipo”.

Y así fue como terminó, entre el 12 de abril y el 6 de mayo de 1954, ante la Junta de Seguridad de Personal de la Comisión de Energía Atómica, donde fue interrogado, y donde prestaron testimonio otras personas para declarar sobre su lealtad.
El 27 de mayo aquella Junta emitió, por mayoría, su recomendación: “No existe evidencia de deslealtad –se lee en ella–. Por otra parte, no creemos que se haya demostrado que el Dr. Oppenheimer esté libre de sospecha en lo que se refiere a la conducta, carácter y asociación. No podemos, por consiguiente, recomendar que se le devuelva la autorización de acceder a secretos”.

En 1971 se publicó la transcripción de las sesiones de aquel juicio, bajo el título In the Matter of J. Robert Oppenheimer, un volumen de 1.084 páginas. En el prólogo, Philip M. Stern, escribió: “Esta investigación reveló con detalles únicos en qué chocante medida el gobierno de Estados Unidos, en nombre de la ‘seguridad’, puede fisgonear en los más íntimos detalles de la vida de un ciudadano.

Durante once años, el correo de Oppenheimer fue abierto; sus llamadas telefónicas controladas; instalados micrófonos ocultos en su despacho y en su casa; todos sus movimientos, seguidos. Todo este fisgoneo se justificaba para proteger nuestra ‘libertad’ de un control totalitario. Entre 1947 y 1952 casi cinco millones de personas fueron investigadas. Del noventa y nueve y medio por ciento de ellas no existía nada sospechoso en sus historias previas”.

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Ahora, el pasado 16 de diciembre de 2022, la Administración del presidente Biden ha revertido la decisión de 1954. Su portavoz, la secretaria de Energía de Estados Unidos, Jennifer Granholm, ha afirmado que la investigación de la Comisión de Energía Atómica “fue defectuosa” y que “según pasa el tiempo, ha salido a la luz más evidencia de la injusticia y parcialidad del proceso al que fue sometido Oppenheimer”.

Por su parte, el senador de Vermont, Patrick Leahy, ha manifestado que esta decisión “reafirma que los científicos que dependen del Gobierno, como el célebre Oppenheimer, o los técnicos que realizan diariamente su trabajo, incluso aquellos que suscitan cuestiones relativas a la seguridad, o que expresan opiniones no populares, pueden hacerlo libremente, y que sus opiniones deben ser revisadas equitativamente basándose en hechos, no en inclinaciones personales o políticas”.

Aunque hayan transcurrido sesenta y nueve años desde que Robert Oppenheimer fuera condenado, la decisión de la Administración Biden debe ser bienvenida.

Joan Manuel Serrat. Foto: Pau Venteo / Europa Press

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