Image: Estreno de “Pan y rosas”, de Ken Loach

Image: Estreno de “Pan y rosas”, de Ken Loach

Cine

Estreno de “Pan y rosas”, de Ken Loach

Emigrar como objetivo

14 febrero, 2001 01:00

Una escena del filme de Ken Loach, Pan y rosas

Con motivo del estreno el próximo viernes del último filme de Ken Loach, Pan y rosas, un alegato en pro de los derechos de los emigrantes latinoamericanos de Los ángeles, EL CULTURAL hace un repaso a los títulos clásicos y contemporáneos que han desarrollado los efectos y causas de la inmigración, desde Chaplin a Gutiérrez Aragón. Además, Paul Laverty, guionista de Pan y rosas, escribe sobre el proceso de elaboración del filme, mientras que el escritor Jorge Berlanga recorre la filmografía clásica. El documental Cuatro puntos cardinales cierra el recorrido sobre lo esencial de un género de indudable actualidad.

Desde la primera y dramática secuencia de Pan y rosas, el espectador presiente que la angustia se ha instalado en su cuerpo y que en las dos próximas horas no le va a abandonar. Maya (esperanzador debut de Pilar Padilla), una joven mexicana, cruza la frontera con dos "coyotes" como guías, eslabones imprescindibles del lucrativo tráfico de seres humanos a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México. Una escena que pulsa todas las emociones asociadas a la compasión y la solidaridad, para que no queden dudas de quién es la víctima en la batalla social que determinará todo el filme. A su llegada a Los ángeles, marcada por un incidente inesperado, Maya pronto caerá en la cuenta de que la odisea que ha dejado atrás es sólo el principio de las injusticias.
A partir de entonces, el director Ken Loach (Tierra y libertad, Mi nombre es Joe), instalado de por vida en el aprovechamiento del cine como herramienta para la denuncia social, compone en la pantalla un documento de la otra población de Los ángeles que siempre permanece oculta en los guiones de la meca del cine: la comunidad de emigrantes iberoamericanos. El guión escrito por Paul Laverty -colaborador habitual de Loach desde La canción de Carla- se basa en las protestas sindicales enmarcadas en la campaña Justicia para los Limpiadores, una lucha de David contra Goliat que encontró sus momentos más intensos durante la pasada década, y en la que los más débiles -inmigrantes latinoamericanos que trabajan como limpiadores en bloques de oficina- se enfrentaron a los más poderosos -los empleadores y propietarios de los edificios de oficinas- por la conquista de unos derechos laborales primarios.

A partir de la íntima mirada a una familia de inmigrantes instalada en la ciudad desde hace años -Rosa, la hermana de Maya, trabaja como limpiadora, está casada con un norteamericano enfermo de diabetes y tiene dos hijos-, el cineasta británico abre su óptica al elemento social y económico que ahoga a una población de 2.000 trabajadores de la ciudad. Por procedimientos que no conviene revelar, Rosa (Elpidia Carrillo) consigue un empleo de celadora a su hermana en el mismo edificio y con el mismo grupo que ella trabaja. A pesar de las lamentables condiciones del contrato, el tiránico jefe de celadores Pérez (George López, que como el resto del reparto despliega una naturalidad asombrosa, poniendo en evidencia una vez más la excelente mano de Ken Loach para dirigir a los actores), hace ver a Maya que su situación es de privilegio. Lamentablemente, nadie puede quitarle la razón, porque además de conseguir trabajo inmediatamente también legaliza su residencia en el país, una excepción a la regla en la lucha por la supervivencia de los "espaldas mojadas" que desembarcan en el nebuloso espejismo de la tierra prometida.

Mecanismos de combate

Avanzado el metraje, que no da cuartel al aburrimiento o a la trivialidad (cada escena, cada diálogo, cada personaje tiene su razón de ser en un guión inteligentemente estructurado), entra en escena el organizador sindical Sam, a quien da vida un inspirado Adrien Brody (¡qué papel tan distinto al que le adjudicara Terrence Malick en La delgada línea roja!). Es fácil imaginarse a un sindicalista amante de la "burrocracia", pero el personaje creado por Laverty es lo menos serio y burocrático que una situación desesperada pueda exigir, y quizá por ello capaz de contagiar el sentimiento de fraternidad necesario a los limpiadores para que se atrevan a romper las normas y poner en peligro sus medios de subsistencia y la seguridad de sus familias (no sólo las que algunos se han traído de su lugar de origen, sino las que se han quedado al otro lado y subsisten con el poco dinero que reciben desde Estados Unidos).

Los empleados se unen para exigir pan y rosas. Pan porque es lo básico (un empleo, un sueldo decente, un trato humanitario) y rosas porque ellos también tienen derecho a disfrutar de los privilegios de la sociedad del bienestar (seguros médicos, vacaciones retribuidas, cobro de horas extraordinarias, jornadas laborales de menos de doce horas). "Criamos a sus hijos y limpiamos el suelo que pisan, pero ellos ni siquiera nos ven", se lamenta Maya. Y si la Unión consiguió hacerse notar en la atmósfera de absoluta indiferencia y crueldad que respiraba la comunidad latinoamericana, es porque pusieron en marcha mecanismos de combate muy ingeniosos. No hay más que rastrear las hemerotecas para constatar que lo que Pan y rosas nos cuenta no sólo resulta verosímil sino que además es verídico. Señalar a los responsables más significativos irrumpiendo en comidas de negocios, reuniones de accionistas o actuaciones públicas con eco mediático son sólo un botón de muestra del ruido y la furia con la que los limpiadores de la ciudad pusieron en jaque a las autoridades de la nación.

Ficción y documento

De hecho, los fragmentos del filme que muestran cargas policiales contra manifestantes corresponden a imágenes rodadas en junio de 1990, cuando cien policías antidisturbios cargaron contra una marcha pacífica de limpiadores en Century City. El estilo visual de Ken Loach -a caballo entre la ficción planificada y la espontaneidad del documento a pie de calle-, comulga plenamente con su intención de aportar realismo a cada segundo del metraje, que además se refuerza mediante la natural interpretación de los actores (el realizador no tiene reparos en incluir tomas donde los actores claramente se trastabillan, tal y como le ocurre a todo el mundo cuando habla). Hay que añadir la singularidad de que, debido al grupo social que protagoniza la película, está rodada en inglés y español: los personajes hablan una u otra lengua tal como harían en la realidad, dependiendo a quién se dirigen, y en muchas ocasiones empleando el intoxicado "spanglish" propio de la comunidad hispanohablante. Una comunidad que por fin tiene cabida en el cine, aunque sólo sea para mostrar a los norteamericanos que en Los ángeles, además de estrellas y grandes cineastas, también conviven muchos Tijuanas.