'El agente topo', James Bond octogenario
Un original documental que, desde los códigos del thriller de espías, realiza un poderoso alegato contra la soledad a la que hemos sometido a buena parte de nuestros mayores
19 marzo, 2021 09:55¿Cómo es posible que una película tan sometida al azar como El agente topo funcione con tal precisión en sus dos principales vertientes: como hondo retrato documental del cruel abandono que sufren muchos de nuestros mayores en los últimos años de su vida y como delicioso divertimento que juega tanto al thriller de espías como a la comedia? Los miles de imponderables que podrían haber truncado el filme en cualquiera de sus etapas –ya que todo lo que ocurre es real, no hay ningún guion que fuerce las situaciones– hacen que pensemos en la película de la directora chilena Maite Alberdi (Santiago, 1983) como un auténtico milagro fílmico, cuya originalidad ha conquistado a los espectadores allá donde se ha proyectado, como demuestra el Premio del Público que recibió en el pasado Festival de San Sebastián.
Todo arranca, desde los códigos del cine negro pero con cierto tono paródico, con un anuncio en un periódico: “Se necesita adulto mayor hombre. Jubilado entre 80 y 90 años. Autovalente, de buena salud, discreto y con manejo en tecnología. Para realizar una investigación: con disponibilidad para vivir fuera de su casa por tres meses”. La oferta de trabajo corresponde a Rómulo, un investigador privado al que una cliente le ha encargado que compruebe si su madre recibe un trato adecuado en la residencia de ancianos en la que está internada, ya que sospecha que puede estar sufriendo robos y vejaciones.
A la entrevista de trabajo (o casting, según se mire) se presenta un grupo de simpáticos abueletes muy predispuestos pero con problemas importantes para desenvolverse en uno de los requisitos principales, el manejo de la tecnología (lo que dará pábulo al primero de los muchos gags que contiene el filme).
La tapadera de Alberdi
El elegido finalmente es Sergio, viudo desde dos meses atrás, que tras ser aleccionado por Rómulo en el arte del espionaje (desde el uso de cámaras ocultas en gafas o bolígrafos hasta la manera de comportarse para no levantar sospechas) se interna en la residencia durante 90 días. Allí lleva ya un par de semanas rodando Alberdi, que supuestamente pretende realizar un documental convencional sobre la institución que nada tiene que ver con la misión secreta de Sergio. A la solidez de la tapadera de la directora contribuye el que ya hubiera realizado un jugoso acercamiento a la tercera edad a través del grupo de amigas que protagonizaban La once (2014). Así, Alberdi consigue que todos los internos participen con naturalidad en este thriller, sin asociar la presencia de Sergio con la de las cámaras.
En el rostro inteligente y perspicaz de Sergio se encuentra buena parte del magnetismo de la propuesta de Alberdi
Gracias al montaje y a la música (lo que inserta la realidad de lo narrado en el terreno de la ficción), la película funciona como emocionante relato de espionaje a pesar de que las ‘escenas de acción’ (la infiltración en cuartos, las pesquisas
para identificar al ‘blanco’ o al posible ladrón) se desarrollen en slow-motion. Además, encontramos recursos típicos del cine negro, como esa voz en off de las notas diarias que le manda Sergio a Rómulo para informarle de los avances en la investigación y que conectan de manera hilarante a El agente topo con filmes como El halcón maltés (John Huston, 1941) o El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1951).
En cualquier caso, la película poco a poco se abre hacia otros territorios gracias en gran medida a la personalidad y a la buena planta de Sergio, que con su inocencia, empatía e inteligencia, y obligado por su misión a entablar conversación con los residentes, se gana el aprecio de todos, en especial el de las ancianas, que representan cerca del 90 % del total de ingresados. Esto provoca que la investigación, que en un momento dado se queda sin solución de continuidad, desemboque en una segunda parte más centrada en lo humano. Pero, ¿qué hubiera sido de El agente topo con otro protagonista? Es difícil imaginarlo ya que en el rostro compasivo e inteligente de Sergio y en su manera de relacionarse con los demás se esconde buena parte del magnetismo del filme.
Comedia romántica
Por momentos, la película se dirige hacia la comedia romántica gracias al enamoramiento cuasi adolescente que sufre una de las mujeres internas por el protagonista y que tiene su punto álgido en el descacharrante guateque que se celebra en un momento dado, con Sergio elegido como rey del baile desenvolviéndose como un perfecto galán. Además, parte del encanto del relato consiste en atender a las melancólicas historias que le cuentan sus nuevos amigos, unos secundarios que ni el mejor guionista podría haber desarrollado (mención especial para Martita, esa anciana que vive en el ensueño del que todos participan de que es una niña a la que su madre ha olvidado de ir a recoger).
Así, el filme, a pesar del tono divertido y juguetón de su primera mitad, no evita reflejar los aspectos más oscuros de la vida en una residencia de ancianos, mostrando la dificultad que supone para aquellos que todavía disponen de una buena salud mental el convivir con la demencia de muchos de los ingresados. También el abandono al que someten los familiares a muchos de estos abuelos. Lo dice con una frialdad que encoge el corazón la señora que recita poemas de rima consonante: “Mis cuatro hijos eran toda mi felicidad para mi vejez, pero aquí me tiene que no es tanta la felicidad. A los cuatro hijos los crie y son bien ingratos para venirme a ver, no son de los que vienen domingo a domingo. Pero yo no los reprocho porque tienen obligaciones, tienen otros compromisos. No pueden estar pendientes de su mamá. Es cruel esta vida después de todo”.
El agente topo se convierte en una defensa del valor humano de las personas de la tercera edad. También, en una denuncia de la soledad a la que en muchas ocasiones les hemos sometido. Pero, sobre todo, es el reflejo del talento
y la intuición de su directora, Maite Alberdi.