Un fotograma de 'Joyland', película dirigida por Saim Sadiq

Un fotograma de 'Joyland', película dirigida por Saim Sadiq

Cine

'Joyland': el infierno de ser homosexual en el ultrapatriarcado de Pakistán

Premiado en Cannes y Valladolid, el filme de Saim Sadiq rinde homenaje a la belleza de la cultura de su país a la vez que critica su profunda homofobia

10 febrero, 2023 02:40

La familia como cobijo pero también como prisión. Es lo que plantea Joyland, del debutante Saim Sadiq (Alhore, 1991), en la que vemos una versión extrema del famoso “patriarcado”. La idea del “honor” pesa como una losa en los países musulmanes y aquí le amarga la vida a todo el mundo.

El protagonista es Haider Rana (Ali Junejo), un joven casado con Mumtaz (Rasti Farooq) en un matrimonio infeliz porque él es homosexual. Viven con el padre de él, patriarca de la familia, su hermano, su esposa y sus hijos. Como no se cansa de repetir el viejo (Saalma Perzeeda), dinero nunca han tenido pero sí honor. El dichoso honor.

Los Rana viven haciendo ver que son felices, pero ninguno lo es. En este caso el título, Joyland (“tierra de alegría”) parece sugerir que es una ironía. Más que eso, como explica el director, se trata de poner un espejo en el que sus dichas serían posibles si no fuera por unas convenciones sociales que los estrangulan: “Para mi representa lo que están buscando los personajes, lo que se merecen, es un homenaje al tipo de vida que podrían vivir. No es un titulo irónico, es un título aspiracional, todo el mundo podría beneficiarse de un cambio, esa es la tragedia, lo fácil que sería esa felicidad”.

Los Rana viven amargados haciendo ver que son felices pero todo estalla cuando Haider encuentra trabajo en un show erótico. Ingenuo para los estándares occidentales pero muy subido de tono para los de la mucho más conservadora sociedad paquistaní, el atrevimiento del chico causa un revuelo. Es mejor, sin embargo, al “deshonor” de vivir siendo un mantenido por su esposa.

Todo se complica cuando, para colmo, comienza una relación romántica con la coreógrafa y primera bailarina de su compañía, una mujer transexual Biba (Alina Kahn), que sueña con quitarse el miembro viril. Es como una catarsis colectiva.

Un poder que pesa como un lastre

Con una población de 231 millones de personas y un PIB per cápita de 1500 euros —en España es de 30.000, veinte veces más—, Pakistán es ese país que solo sale en las noticias cuando hay problemas. Bellamente rodada con una fotografía en colores saturados que reproducen la belleza de la luz oriental, Joyland es al mismo tiempo un tributo a la belleza no solo del paisaje; también los colores, la moda, las tradiciones y los ritos del país. Pero también un lamento por ese potencial perdido por unas normas y conductas arcaicas. En términos de física aristotélica, Pakistán es ese país que es más potencia que acto.

Dice el director: “No creo que haya luz y oscuridad, trato de ver a estos personajes sin encontrar respuestas sencillas. No solo quiero ver su miseria, también la alegría en sus vidas, la profundidad de las relaciones que tienen y su potencial. Al final, hay un choque entre tradición y modernidad y en Pakistán estamos en el punto intermedio. Vemos una sociedad en proceso de cambio y el cambio nunca es fácil, es siempre muy incómodo. Requiere mucho esfuerzo porque tienes que destrozar algo para que se convierta en algo nuevo”.

"Creo que la situación de la sociedad pakistaní no es tan diferente de la española". Saim Sadiq

La familia se convierte en el centro de la sociedad pakistaní. Un núcleo organizado casi como si fueran militares encerrados en un cuartel en el que el “cabeza de familia” ejerce de general, los demás están para recibir órdenes y en el escalafón más bajo están las mujeres, cuyos deseos y aspiraciones son aplastados. Cuando Haider comienza a bailar sin camiseta en un escenario ritmos orientales y se enamora de una transexual, toda la familia explota, dejando al descubierto una represión y tristezas devastadoras.

“Creo que la situación de la sociedad pakistaní no es tan diferente de la española u otros países occidentales en los años 50”, explica Sadiq. “Existe el dilema de cómo cambiar, pero al mismo tiempo no perder nuestros valores tradicionales y el valor de la familia. Mucha gente ahora mismo tiene que escoger entre su libertad individual y su familia, lo cual es muy duro. En Pakistán se está produciendo un cierto cambio pero también hay muchos que están intentando pararlo”.

"Si siempre has vivido con la cabeza debajo del agua no sabes que hay vida fuera del agua". Saim Sadiq

Quizá el motivo por el cual resulta difícil ese cambio es que hay unos, los hombres mayores, cabezas de familia, que perderán cuotas de poder. El problema, según el cineasta, es que “no parecen muy felices en la situación actual. Hay una cierta adicción a ese poder porque lo han tenido desde siempre y cuando la gente no conoce otro sistema también hay miedo a lo nuevo. Si siempre has vivido con la cabeza debajo del agua, no sabes que hay vida fuera del agua. La consigna con los actores fue que en esa familia nadie dice la verdad, todos ocultan sus verdaderos sentimientos. Al final hay un momento pero mienten sin parar”.

Efectivamente, en el conato de explosión rebelde de la familia Rana, uno de los más perjudicados es el propio patriarca, condenado a ser viudo el resto de su vida y no poderse casar con otra mujer, viuda como él. “Esos hombres defienden su poder, pero lo que yo me pregunto es el precio que ellos mismos tienen que pagar por él. ¿Realmente están en contacto con sus emociones? ¿De verdad se están realizando? El hecho de que no tengan derecho a ser débiles les hace menos humanos porque no pueden mostrar sus debilidades. Si ese poder les hiciera más felices, pues oye, pero no veo que suceda. Todo lo contrario”.

Una sociedad homófoba

Con sus planos dilatados, la película también reproduce el “tempo” de los países orientales, menos frenético que el de las hipercapitalistas sociedades occidentales. “Yo soy de Lahore, que es una ciudad con más de once millones de habitantes. Aquí nadie corre para nada. La gente está contenta con lo que tiene. En mi película los personajes no tienen grandes ambiciones: excepto la transexual, nadie persigue nada muy grande. La gente se sienta durante horas a disfrutar el momento y no hacer nada. Hay algo de disfrutar del instante de una manera casi espiritual”.

En ese universo que la mentalidad occidental siempre percibe de una manera un tanto mágica, surge una homofobia brutal. “En Pakistán es legal ser gay pero no transexual, lo cual no quiere decir que sea más sencillo. La ventaja, entre comillas, de ser gay sobre todo es que es más fácil disimularlo y esconderte. En el caso de las trans, resulta mucho más visible”.

En la película, sin embargo, vemos una paradoja. “De alguna manera”, cuenta el cineasta, “lo que sucede es que las trans siempre han existido y siempre han sido visibles. Se las respeta más porque se las ve como algo demasiado distinto y menos peligroso. Son personas que ya viven muy marcadas y en determinados lugares donde hay más aceptación. A los gays se les ve demasiado parecidos a los demás y por tanto más perversos. Es ridículo pensar que por conocer a un gay te vas a convertir en gay o que nuestras tradiciones, las cosas que nos gustan, vayan a terminar porque se acepten con normalidad. Hay un gran nivel de ignorancia. En mi país si eres homosexual, te escondes”.

Joyland cobra interés no solo por sus valores cinematográficos, también porque es una de las pocas películas de ese inmenso país que llegan a nuestras pantallas. “En Karachi se producen algunas películas muy comerciales enfocadas al público local”, dice Saiq. “Películas como la mía hay muy pocas, porque es muy difícil conseguir la financiación. Tampoco es fácil encontrar al equipo técnico y el rodaje se convierte casi en una forma de aprendizaje para muchos de ellos. La parte positiva es que para nadie que participara era simplemente una película más, todos se dejaron la piel”.