Con 68 años a las espaldas, Béla Tarr entraba esta mañana en la Filmoteca de Cataluña algo abrumado por la presencia de cámaras. El interés público no es de extrañar, siendo uno de los nombres esenciales del cine europeo contemporáneo, imprescindible en tiempos de degradación social y política.
“No soy un cineasta político, solo tengo sensibilidad social”, explicaba, en la rueda de prensa que ha dado a continuación, “y me duele mucho cuando veo la dignidad de alguien pisoteada por unos tipos sucios que le roban las vidas y el futuro a la gente. Algunas veces reacciono. Algunas veces no lo veo necesario, pienso que no es mi papel”.
El húngaro, pequeño y apoyado en una muleta, restaba importancia a su papel: “No creo que pueda cambiar el mundo. Eso es cosa de la gente, aunque me siento parte del pueblo… Pero siento que eres político cuando algo va realmente mal y quieres hacer algo al respecto. Ya seas de la izquierda o de la derecha, todos tenemos nuestra propia responsabilidad”. Aunque, contundente, concluye: “Y evidentemente odio los fascistas”.
Ha venido de la mano de Filmin, la Filmoteca de Catalunya, l'Acadèmia del Cinema Català, la Escuela de Cine de Barcelona (ECIB) y Zumzeig, como ha contextualizado Esteve Riambau, aún director de la Filmoteca, quien también ha agradecido el papel del cineasta Manel Raga Raga como mediador.
Tarr ya tuvo una retrospectiva en Barcelona en 2005, pero vuelve con rumor renovado: las entradas para la totémica Sátántangó, su monumental obra de culto de 450 minutos que adapta la novela de László Krasznahorkai, ya se han agotado para la sesión de domingo. Son casi ocho horas de slow cinema.
Béla Tarr, o cuando el cine no es suficiente
La visita se ha planteado como homenaje a un maestro en sus postrimerías. De hecho, Tarr mismo anunció que había abandonado el cine en 2011, en el Festival de Nueva York, alegando a que sentía que ya había hecho todo su trabajo. Hoy ha insistido: “No voy a hacer más películas, porque para mí este formato no es suficiente”.
Ha explicado que la inspiración sólo le volvió en 2017, cuando organizó una exposición de 300 mil metros cuadrados en el museo EYE de Ámsterdam, y en Vienna, cuando montó Missing People, una instalación de arte total con parte de filme animado, parte expositiva y parte de música en vivo. Él la ha definido como una Gesamtkunstwerk, una obra de arte total.
“Sólo eso te permite enseñar la complejidad de la vida, y yo no quiero contar historias. ¿A quién le importan las historias? A mí desde luego no. El ser humano ha sido capaz de las brutalidades más absolutas, pero seguimos contándonos la misma vieja historia de siempre”.
A Tarr, un cineasta siempre apocalíptico, se le ha preguntado por su opinión respecto a la devastadora situación global. Su opinión: “Empecé cuando era muy joven, tenía 22 años. Entonces tenía una sensibilidad social y estaba lleno de ira. No sabía nada sobre hacer cine. Pero sabía que el mundo era un sitio de mierda para los humanos”.
Su optimismo sigue intacto, aunque “a medida que avanzas, película a película y paso a paso, te formulas preguntas que te empujan a buscar nuevas respuestas, a conectar con el mundo y a entenderlo mejor. Al principio creía que el mal era social, luego ontológico. Hoy pienso que es cosmológico”
Contra la religión, doble dosis de sensibilidad
El húngaro no ha venido a contarnos patrañas, porque “las películas no son historias o cuentos de nada. Para mí, son tiempo y espacio… Nuestra vida pasa en el tiempo y el espacio, algo que ignoran la mayoría de las películas”. La intuición, base para entender cómo retratar el espacio, parece ser la base de una fórmula que desconfía de lo que ya sabemos: “Tarkovski era religioso, creía en dios. En su cine, cuando llueve nos purificamos. Mi lluvia sólo da barro y dificulta el paso”.
Tarr, cuya última película fue El caballo de Turín, Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín, ha recibido este año el galardón honorífico concedido por la Academia del Cine Europeo, quienes destacan sus cualidades de director “legendario” y “excepcional”, así como la trascendencia de su cinematografía.
El cineasta ha tratado de explicar cómo monta sus películas: “Primero tienes situaciones. No digo historias, simplemente situaciones”, una suerte de “esqueleto, o marco” sobre el que hacer un casting –un proceso en el que siempre participa–, y que ante la imposibilidad de encontrar “un reparto perfecto, absoluto”, vuelve prioritario entender y moldear los caracteres de las personas que se eligen.
“Tu situación tiene que adecuarse a la personalidad de quien tienes. Y si no funciona, tienes que cambiar la situación, porque la vida cambia según quien la protagoniza”. El resto es fácil: “La escena sólo llega”.
Por lo demás, es cuestión de sensibilidad: “Conocí a Jean-Luc Godard cuando tenía 23 años, y hablé con él una sola vez. Entonces le pregunté cuál era su secreto. Estaba sentado delante de mí cuando me dijo: ‘No lo sé, simplemente llega’. Mi respuesta ahora es la misma: No sé cómo se hace el cine. Simplemente llega”.
A Tarr se le ha preguntado por su concepto de amor y de justicia, y ha desmentido poder participar en cuestiones “tan sofisticadas”: “Las cosas son mucho más prácticas. Tienes que levantarte a las tres de la mañana, estar en el set a las cuatro y media. Está oscuro, es noviembre. Hace frío. Todo el mundo está jodido, nadie sabe dónde paran los actores. Todos odian las mañanas. Y estás allí, y tienes que convencer a la gente. Lo juro por Dios. Nunca pienso en Gramsci a las cuatro de la mañana”.
Sobre su carrera, “es como preguntarle a un padre qué piensa de sus hijos. Digamos que el mayor tiene una cabezota, el segundo orejotas y el tercero, una narizota. Pero son tus hijos. Eres honesto y dices lo que piensas. No tengo remordimientos”.
Además de las sesiones que programarán la Filmoteca de Catalunya y Zumzeig, la plataforma Filmin ofrece un ciclo exclusivo que incluye las películas Nido familiar, The Outsider, La condena, Sátántangó, Armonías de Werckmeister, El hombre de Londres y El caballo de Turín.