'Lost in Translation' y 'Her': dos grandes películas que nacieron de la ruptura entre Sofia Coppola y Spike Jonze
Los dos filmes, que tratan sobre la soledad y están entre lo mejor del cine 'indie' del siglo XXI, han cumplido 20 y 10 años respectivamente.
9 enero, 2024 01:36Lost In Translation y Her son dos excelentes películas-espejo fuertemente entrelazadas y retroalimentadas entre sí que versan con maestría sobre la soledad, el vacío y la profunda necesidad que tiene el ser humano de conectar con los demás.
Además habría que añadirles el valor intrínseco de estar escritas y dirigidas por dos cineastas que fueron pareja en su momento, Sofia Coppola y Spike Jonze, y que ambas tratan sobre relaciones emocionales fallidas en el trasfondo de sus historias.
Y para redondear, los dos filmes cuentan con el curioso detalle de contar con la misma actriz protagonista, Scarlett Johansson, tanto en su versión humana habitual como en una versión virtual donde solo tenemos acceso a su voz.
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Perdidos en Tokio
A principios del siglo XXI la pareja formada por Jonze y Coppola era una de las favoritas de los amantes del séptimo arte. Ella venía de rodar Las vírgenes suicidas y él de meterse en la cabeza de John Malkovich y de firmar la disruptiva Adaptation. El ladrón de orquídeas. Sin duda eran los directores indies más cool del momento, así que en 2002 fueron juntos a Tokio para el rodaje de la segunda película de la directora, mientras él se encargaría de hacer el making-of.
Lo que vino después es historia y triunfo del cine independiente norteamericano: Lost in Translation se convirtió al instante en película de culto y la hija de Francis Ford Coppola fue la primera mujer de la historia en estar nominada por el guion, la dirección y la producción de una misma película recibiendo posteriormente el Oscar a mejor guion original.
Y es que este film supo captar perfectamente la intimidad de una relación que florece en un lugar extraño con dos personajes en plena crisis existencial y ser a su vez un retrato conmovedor de la búsqueda de significado y conexión en un mundo apresurado y aislado.
Una película concebida como una producción independiente, rodada en plan guerrilla por la ciudad de Tokio en menos de un mes, y que tuvo las dosis justas de improvisación y suerte para conferirle ese toque tan especial. Pero quizás una de las cosas más importantes de la película sea su capacidad inmersiva y sensorial. La película respira lentamente y nos transporta al corazón de una ciudad tan particular y tecnológicamente marciana mientras nos envuelve con las canciones de su excelente banda sonora, desde los meláncolicos sintetizadores de Squarepusher y las voces ensoñadoras de Death in Vegas a las particulares atmósferas de Air que proporcionan al espectador la sensación de fascinación extraña que posee la capital japonesa.
La protagonizaba una magnífica y joven Scarlett Johansson de tan solo 17 años que se quitó rápidamente la etiqueta de actriz infantil con este papel que la catapultó directamente al estrellato. Su personaje, Charlotte, representa la parte más teenager de la directora, con las dudas existenciales y la búsqueda vocacional propias de esa edad, y se bate cuerpo a cuerpo con un magnífico Bill Murray que daba vida al particular Bob Harris, un actor en horas bajas y con un jet lag permanente que intenta hacer promo como buenamente puede mientras su mujer (o más bien manager) le envía faxes sin parar desde el otro lado del mundo.
Y es que las primeras escenas del personaje de Bill Murray con su eterno aire perdido e insomne mientras está rodeado de japoneses hablándole en diálogos no subtitulados explícitamente para que el espectador pueda ser partícipe de su particular pérdida en la traducción, son ya legendarias.
Pero hay también multitud de detalles que hicieron de esta película algo especial. Tomemos por ejemplo la mítica secuencia del karaoke, cuando los protagonistas cantan las canciones de Pretenders y Roxy Music, la energía de toda esa escena desprende una naturalidad que pueden llegar a alcanzar el realismo propio de una noche típica de karaoke japo.
Ambos protagonistas revelan mucho de sus personajes en esa situación: Scarlett canta seductora con su peluca rosa "I'm gonna use my arms, I'm gonna use my legs" ("voy a utilizar mis brazos, voy a utilizar mis piernas"), mientras mira a un melancólico y etílico Bill Murray que, a su vez, entona como puede "More than this you know there's nothing" ("más allá de esto sabes que no hay nada") y de repente todo adquiere un significado casi literal de lo que están viviendo sus protagonistas. Lo que está pasando en ese momento es especial y de alguna manera la conexión entre ellos es profundamente real.
Todo esto parece fácil de conseguir, pero no lo es. Sofia lo consiguió apostando por la complicidad de sus protagonistas y con un gusto naturalista de primera. La magia ocasional del cine hizo el resto.
Pero a pesar de estos momentos, el poso dramático que sobrevuela a lo largo de la cinta provocado por las relaciones fallidas de los personajes con sus parejas conformaba un halo melancólico y triste, de tal manera que después del estreno de la película, no resultó tan sorprendente que, tras diez años de relación y cuatro de matrimonio, Sofia Coppola y Spike Jonze anunciaran su separación tal y como podría pasarle al personaje de Bill Murray al volver a su casa.
Y es que ficción y realidad a veces pueden ser dos caras de la misma moneda.
¿Sueñan las inteligencias artificiales con ovejas eléctricas?
Diez años (y una separación) después de la aventura en Tokio, Spike Jonze nos mostraba en Her, su cuarta película y última de ficción hasta la fecha, un retro-futuro cálido en lo visual y frio en lo personal, masificado y esclavo de la tecnología, y rodado en unos bellos tonos pastel por el gran director de fotografía Hote Van Hoytema. Todo ello para contarnos la historia de Theodore Wembley, un chico sensible y melancólico interpretado por un inusualmente equilibrado Joaquin Phoenix, que todavía no ha superado su reciente fracaso matrimonial y que se dedica a redactar oralmente cartas preciosistas de felicitaciones analógicas (en versión digital) con aroma clásico, mientras vive en un mundo cada vez más carente de contacto humano.
Así pues, la fábula tecnorromántica comienza cuando nuestro protagonista se decide a contratar un nuevo y revolucionario sistema operativo de inteligencia artificial, con voz de mujer (Scarlett Johansson) y autollamado Samantha, especialmente diseñado para charlar desenfadadamente con los usuarios y que se revelará como una especie de coach cibernético autoconsciente que acabará desembocando en una sorprendente conexión entre los dos protagonistas.
Es la historia de un flechazo tan real que casi parecerá humano y que conforma uno de los más brillantes y cálidos retratos fílmicos sobre la soledad de la sociedad actual, vía epifanía sentimental, en clave de extraña y virtual comedia romántica.
Y es que el aislamiento de Theodore es perfectamente reconocible en la sociedad que vivimos diariamente, saturada de inputs y apps para ligar, comer, comprar y todo lo que nos apetezca en cualquier momento, pero cada vez más desprovista del contacto humano de antaño.
Al igual que la película de Sofia Coppola, ambos filmes están situados en urbes asiáticas gigantescas y masificadas donde brilla la superioridad tecnológica para contarnos un mundo en el que parece que todo el mundo tiene la oportunidad de alcanzar la felicidad, pero a pesar de ello, no lo consigue.
Un dato curioso es que originalmente la voz principal no era de Scarlett Johansson, sino de la actriz Samantha Morton, que además era la pareja de Spike Jonze en ese mismo momento, y que al final del rodaje fue sustituida y regrabada en tan solo dos semanas desde un estudio de Los Ángeles por la característica y sensual voz de la protagonista de Match Point. Además para ello se volvieron a rodar algunas escenas entre los protagonistas como la del mítico orgasmo humano-virtual en el que, por lo que se cuenta, saltaron chispas por parte de Joaquin Phoenix y tuvo que tomarse un respiro al final de dicha escena. No era para menos.
El resultado fue una espectacular interpretación sonora que sin duda debería haber sido nominada al Oscar en su momento solo por la magnífica interpretación vocal de Scarlett llegando a convertirse en el personaje más humano, reconocible y divertido de toda la película. Sin duda, lo máximo a lo que podría aspirar una inteligencia artificial en el futuro.
También la excelente banda sonora compuesta para la ocasión por Arcade Fire y Owen Pallet recreaba perfectamente ese estado íntimo y cálido de soledad tecnológica que queda subrayado por toda la película.
Pero quizá la parte más personal de la cinta en la que Spike Jonze parece hablarnos de su matrimonio fallido con Sofia Coppola es cuando se refiere a los papeles de divorcio que tanto tarda en firmar el protagonista con su exmujer Amanda (interpretada por Ronney Mara), y de esta manera dar carpetazo emocional para poder salir hacia delante. Y es que el empuje y el apoyo de Samantha se tornará imprescindible para que nuestro tierno protagonista pueda superarlo, aunque sea a costa de un profundo desengaño amoroso-virtual.
Hay que resaltar como dato anecdótico que en su momento la directora no vio la película alegando que "no le apetecía mucho ver a Rooney interpretando una versión manipulada de ella misma". Una vez más, ficción y realidad…
Y por supuesto y como no podría ser de otra manera, las dos películas tienen dos finales similares aunque algo diferentes. En la cinta de Coppola, el emblemático abrazo entre los personajes de Bill Murray y Scarlett rodeados del trasiego habitual de una calle de Tokio mientras suena "Just Like Honey" de The Jesus and Mary Chain y se susurran algo al oído que el espectador nunca llegará a saber, pero que puede ser fácil de intuir, para después verles sonreír por fin plenamente. Y en la cinta de Jonze, asisitimos a ese momento íntimo en la azotea donde sus protagonistas Joaquin Phoenix y Amy Adams observan juntos el atardecer de la megalópolis después de perder a sus respectivos compañeros virtuales. Dos momentos de conexiones reales que se perderán (o no) como lágrimas en la lluvia.