Una joven periodista espera en una suite de hotel. Su agente le advierte, preocupada, que el artista al que entrevistará es irascible y quisquilloso. Cuando finalmente aparece, el pintor es encuadrado como una figura oscura, vistiendo capa, acercándose desde el fondo de un pasillo. Detrás, acecha la alargada sombra de la misoginia.
Pero Quentin Dupieux, bufón experto, lanza su primer truco: amparado por los cortes de montaje, y ante la mirada atónita de la periodista (Anaïs Demoustier), el cineasta devuelve al vampiro de los relojes blandos al fondo del pasillo, mientras este se aqueja, sin darse cuenta, de que lo han citado demasiado lejos. El gag funciona porque no rasga ni juzga, sólo juega.
Dalí, como Dios o como el Doctor Parnaso de Terry Gilliam, es uno y tres a la vez. Gilles Lelouch, Edouard Baer y Jonathan Cohen, alternándose en el papel, montan a Dalí sobre la pura pantomima, divirtiéndose mientras disfrazan a una verdadera “moñeca”: aristocrática, infantil, muy blanca. Una máscara de bruja de un euro, un personaje sin persona. Los verdaderos vampiros, en Daaaaaalí!, no llevan capa ni barretina, sino sonrisas encantadoras y halagos (ahí queda la bola de microabusos psicológicos que condensa el cretino interpretado por Romain Duris, el productor del documental que la Demoustier ha prometido al artista de Figueres).
Dalí para Dupieux es otra cosa. Porque sí, el mostacho retorcido vuelve loca a la joven periodista, empecinada en conseguir una Entrevista con el Genio a pesar de que él mismo le confiesa que la charla será puro show. Sin embargo, la joven persiste y cual guasón para ratapiñada, emprenderán un pilla-pilla lleno de bombas de humo que dé a ambas partes fuelle y vida, juego y razones.
Gracias a este juego del gato y el ratón, delicioso, la comedia está asegurada. Y nos preguntamos cómo no se nos ocurrió antes, que Dalí necesitaba a un Dupieux para renacer (lejos de su cara auténtica, la maltratadora y fascista), y que Dupieux podía encontrar en Dalí el tema perfecto para avivar la llama de su carrera, a la deriva entre una absurdidad espesa (Fumar provoca tos) y trucos que funcionan a medias (Increíble pero cierto).
En lo formal, ambos comparten idioma. Asceta practicante del humor pelado (integral e integrista) y al cargo de la dirección de fotografía de todas sus películas, el francés también pinta desde la planitud más relamida, fea, sin más. Las cosas son como son, por muy absurdas que resulten. En Daaaaaalí! el catalán es capaz de lo imposible por virtud del montaje: Dupieux ilustra cómo el pintor basa sus lienzos en mundos oníricos (totalmente tangibles, donde jornaleros con cabezas hiperbólicas se aquejan por lo precario de su trabajo de modelos) de los que puede salir sólo cruzando el borde del plano.
Es cine limpio en tiempos de necesario enfangamiento de la crítica cultural. Dalí funciona para Dupieux como un juguete más con el que activar el potencial íntegro de la comedia. El pintor se distrae en ensoñaciones progresivamente absurdas, que llevan la película a callejones sin salida y que pueden desecharse sin pudor, amparados por la pulcritud de los cortes de montaje. Daaaaaalí! avanza desandándose, repensándose juguetona y descubriéndose como un milhojas radicalmente libre.
Supongo que la tentativa de biopic es necesariamente una traición al espíritu disgregado y huidizo de un Dalí que era personaje, filósofo y artista, alternativamente y al mismo tiempo. “Un Dalí”, un sustantivo común para salvar al genio de su propia realidad, así como de un tiempo que no le ha perdonado. Dupieux abisma su alegre montaje hacia el drama una sola vez: cuando el pintor tiene un “delirio existencialista místico” que no es más que la visión de él mismo envejecido, en silla de ruedas.
Porque Daaaaaalí! nunca será un retrato, sino la constatación empírica de que el juego, el interpretarse tras un bigotillo ampuloso, es lo único que puede salvar a la comedia del paso del tiempo. ¿Es eso problemático en tiempos de una desestabilización iconoclasta necesaria? Claro. ¿Arrancará Dupieux un paréntesis a nuestra tirria, a golpe de carcajada? Sí, también.