En 1985 Steven Spielberg obtuvo un insospechado éxito de taquilla con El color púrpura, una película interpretada por un elenco de actores afroamericanos, lo que en ese momento era insólito. Con Whoopi Goldberg como protagonista, cuenta la historia de Célie, una joven que tiene dos hijos con un padre violador que los da en adopción.
Después, poco menos que la “vende” a un hombre mayor para que se case con ella, que también la trata a patadas. Durante muchos años, su única esperanza es reencontrarse con su hermana, Nettie, mientras aguanta los palos y las humillaciones de su marido y se encariña con su propia amante, la glamurosa cantante Shug Avery.
Ambientada a principios del siglo XX en la bellísima Georgia, al sur de Estados Unidos, la película triunfó en taquilla a pesar de algunos pronósticos agoreros, pero se estampó en los Oscar, donde no recibió ninguno de los 11 premios a los que aspiraba.
Casi cuarenta años después, el propio Spielberg produce una nueva versión de la historia con la diferencia fundamental de que se ha convertido en un musical, ya representado en Broadway. Tras la cámara, Blitz Bazawale, un cineasta africano que saltó al éxito internacional con The Burial of Kojo, ambientada en su Ghana natal.
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La historia es la misma y salvo por las canciones, una exploración de los ritmos afroamericanos -del blues al ragtime, y muy especialmente el góspel-, la película sigue casi al pie de la letra la estructura del filme original. Protagonizada por Fantasia Barrino en la piel de Célie, una mujer de corazón bondadoso y luchadora casi hasta la extenuación, solo la belleza de sus sentimientos logra compensar la dureza de la historia en la que apenas aparece un solo blanco (y cuando lo hacen, es para amargarle aún más la vida).
Mary J. Blidge, Alicia Keys y USHER
Desde el vibrante inicio con un sensacional número de góspel, esa música espiritual afroamericana tan maravillosa que haría creer en Dios al mismísimo Lenin, El color púrpura nos transporta a un mundo tan fascinante como duro en una historia que solo al final encuentra cierta esperanza.
La pobre Célie va de tragedia en tragedia con una entereza conmovedora, que da fe del inmenso sufrimiento de la comunidad de negros en Estados Unidos, actualmente unos 40 millones, un 12% de la población. Por si tuviera poco, su marido maltratador (llamado simplemente Mister) le recuerda que es “fea, negra y pobre” para que no se le olvide.
¿Cómo puede existir Dios cuando algunos nacen con todos los privilegios y otros están condenados a una vida de miseria? ¿Si Dios existe, por qué permite que mueran niños, o terremotos destruyan ciudades enteras? La cuestión del Mal, una problemática básica de la teología, pero también de la filosofía, es el tema vehicular de la película. "¿Por qué?, ¿por qué Dios le ha hecho sufrir tantas desgracias", se pregunta Célie.
El “color del púrpura” del título, la belleza del mundo incluso en el peor de los escenarios, es la prueba palpable de la existencia de Dios, que equivaldría a decir de la propia belleza y la esperanza, a pesar de una realidad manifiestamente injusta e incluso, como en su caso, terrible.
Volvemos a ver a unos personajes que ya forman parte de la narrativa clásica estadounidense. La orgullosa e inteligente Nettie (Halle Bailey), su hermana perdida; la despampanante y luminosa Shug Avery (Taraji P. Henson), que acaba aportando esperanza a la vida de Célie, o el bonachón pero machista Harpo (Corey Hawkins), enamorado perdidamente de Sofia (Danielle Brooks), una mujer de armas tomar que se niega a ser sumisa y que se enfrentará al racismo de los blancos pagando un precio muy alto. El racismo de Estados Unidos sigue helando el corazón.
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Además de la propia Barrino, Henson o Bailey, escuchamos también las voces de grandes estrellas de la música afroamericana como USHER en la preciosa Risk it All junto a H.E.R., a Mary J. Blidge en la blusera When I can Do Better sin olvidar a la mismísima Alicia Keys en la más festiva Lifeline.
Solo por la música valdría la pena ver una película canónicamente “hollywoodiense” en el mejor sentido del concepto, porque es cine “grande”, “inspirador”, con una narrativa clásica de dolor y superación que desemboca en esa escena final alrededor de una mesa que supone el triunfo de Célie, pero también de la luz sobre la oscuridad y emociona profundamente.