Hay películas que nacen bajo el marchamo de clásicos de culto instantáneo. Aunque no estén hechas para todos los paladares. Ni falta que hace. L’Empire de Bruno Dumont, a competición en la Berlinale, es una de ellas. Se trata de un OFNI en el más amplio y literal sentido de la terminología para designar esos “objetos fílmicos no identificables” que solo se explican a través de sí mismos, y que en contacto con el público son presas o bien de la absoluta euforia o del rechazo radical.
Para este cronista, es la marcianada más hilarante que vamos a encontrar no solo en el festival, sino quizá en todo el año. Ha puesto el listón muy alto. Hay que dejarse seducir por su código asilvestrado y completamente libre, sin falsas pretensiones, para disfrutarla como ninguna otra película.
En la línea del humor surreal y delirante del creador de El pequeño Quinquin (2014) o La alta sociedad (2015), el francés se mantiene fiel a su escenario de dunas arenosas de la costa francesa y su fauna rural de actores no profesionales (que interpretan sus disparatadas acciones y líneas de diálogo con absoluta seriedad) para poner en escena una alocada batalla cósmica entre el bien y el mal que se ofrece como hiperbólica sátira de los artefactos épicos de ciencia-ficción generados por CGI que han monopolizado la industria del cine y la televisión.
De Star Wars a Juego de tronos, con claras referencias a sus elementos en clave “muchachada nui”, el simplismo y absurdo de estos relatos de confrontación de fuerzas metafísicas se pone de manifiesto en L’Empire al trasladar su solemnidad narrativa al marco costumbrista, sarcástico y conscientemente cutre y desmañado, que conforma el particularísimo y revolucionario universo de Dumont.
Fiel a sus formas, las intenciones son claramente irónicas, y el humor es absolutamente irresistible una vez que aceptamos sus reglas. Cuando parece que no puede tensar más el sentido del ridículo (o más bien cómo ridiculiza la solemnidad de sus objetos de sátira), siempre tiene un as guardado en la manga. Es algo propio del Dumont que, en la segunda etapa de su filmografía, ha perdido todo complejo a la hora de llevar a la pantalla sus fantasías y reflexiones sobre el estado del cine.
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Con un alien demoníaco en forma de ectoplasma conocido como Zeros que habita la forma humana de un guía turístico, y un sensual ángel del bien al frente de los Unos en la batalla, Dumont representa su propia versión de una épica invasión alienígena que también transcurre en los confines intergalácticos, en impresionantes naves espaciales en forma de catedral gótica (el bien) y del Palacio de Versalles (el mal).
Su extrañeza tiene un enorme encanto, los momentos de sexo y violencia son absolutamente memorables, es imposible recordar la película sin sonreír, y su condición de agujero negro en la creación cinematográfica actual, a pesar de su engañosa apariencia lúdica, anida un saludable fondo de reflexión. Puro arte termita.
El fantasma de Isabelle Huppert
El coreano Hong Sang-soo, habitual en la cita alemana, donde cada año va sumando una entrega más de su prolífica filmografía, ha vuelto a reclutar a Isabelle Huppert, ya por tercera vez, en su universo en prosa poética. La poesía adquiere en The Traveler’s Needs, de hecho, un papel preponderante a través del célebre poeta coreano Yung Dong-jo, que falleció en un campo de prisioneros japonés con solo 17 años.
En tres bloques, nos narra la historia de la misteriosa Iris (Huppert), una francesa que ha aterrizado en Corea sin que nunca sepamos muy bien para qué, a quien le gusta beber makgeolli y que da clases de francés de un modo muy peculiar para establecer un vínculo emocional con el idioma.
Es una presencia enigmática la suya, casi fantasmagórica, como nos sugiere el film mediante un par de fugas, y descubrimos en un momento dado que vive en el apartamento de un joven poeta cuya relación nunca queda del todo clara, pero que la madre del poeta, que aparece de improviso en el apartamento, no termina de entender ni de aceptar.
Como la mayoría de las películas de Sang-soo, los detalles de la trama son extremadamente simples, con una estructura repetitiva y una naturaleza cómica no forzada, pero la complejidad del film procede siempre del modo en que la puesta en escena, los diálogos y los ritmos de las secuencias interactúan con las emociones. La libertad de los actores, en escenas largas sin apenas cortes, es extraordinaria.
Muy pocos cineastas logran semejante nivel de finura y delicadeza a la hora de transmitir un estado existencial a las imágenes y la narrativa de forma tan precisa y evocadora al mismo tiempo. Su literalidad es abstracta, y el film bien puede reflexionar sobre el lenguaje y el modo en que las personas se relacionan entre sí cruzando las fronteras culturales, si bien hay mucho más en juego, de ahí que su prosa sea lírica.
The Traveler’s Needs no se cuenta seguramente entre las mejores piezas del coreano, pero sigue siendo una garantía para encontrar instantes de gran cine, capaz de retratar lo mundano envuelto en un clima de serenidad etérea, flotante. Pero bajo la superficie subyace un fondo existencial que, en este caso, queda inscrito en la enigmática figura de Iris, que en la piel de Huppert actúa como un verdadero agente del caos en la ordenada sociedad coreana.