Pepe llegó al zoológico privado de Pablo Escobar en 1981, junto con el resto de 1500 especies de animales que el narco trajo a la inmensa Hacienda Nápoles (a 250 kilómetros de Bogotá) desde el Wildlife Park de Dallas.



Con sobornos, traslados y las pensiones completas de todas las especies exóticas de su “Arca de Noé” (jirafas, leones, tigres, avestruces…), la broma costó al capo unos 200 millones de dólares.

Tras el asesinato del colombiano en 1993, la Hacienda Nápoles se abandonó y la fauna quedó desregulada. Hoy la mansión es un parque temático en cuya puerta principal se puede contemplar la avioneta en la que Escobar exportó su primer alijo de cocaína.



La finca no es sólo cuestionable como destino turístico por el carácter oscurísimo de su regente… El lugar es además el origen del mayor descalabro en la vida salvaje del Río Magdalena. Y todo empezó con Pepe.

Sabían que… Los hipopótamos crían como conejos

Pepe fue el primer hipopótamo en evadirse de la finca, en 2007: “Pepe es un ‘cimarrón’, un esclavo que se escapa de su propietario y se va a vivir a las montañas”, explica el cineasta Nelson Carlos De Los Santos Arias en la rueda de presentación de su película, en Competición Oficial.



Bajo la forma de ensayo experimental, la cinta Pepe despliega un abanico de reflexiones en primera persona (¿o deberíamos decir “primer hipopótamo”?) acerca de los recovecos filosóficos que dispara la vida del animal en la finca de Pablo Escobar.

Según escribía las notas del cineasta en el dosier de la película, Pepe es “un primer colonizador que llega por error”, y concretaba ante la prensa: “Lo que me interesaba era todo el simbolismo que emana de esta historia. Pepe me devuelve a la primera gran emigración forzada, en la que se trajo a tanta gente de África a América. Pensaba en el movimiento, el desarraigo…”.

Fotograma de la película 'Pepe'.

Si la llegada de Pepe resulta simbólicamente muy poderosa, todo lo que sigue lo es aún más. Pepe se estableció en el Río Magdalena y tuvo una cría con la hipopótama de la finca de Escobar, que lo había seguido.



Los pescadores de la zona alegaron poder convivir con ellos, pero al poco el Ministerio de Medio Ambiente decretó que las bestias eran demasiado peligrosas y consumían una cantidad excesiva de pasto al día.

Entonces, como en Colombia no hay tradición de caza de grandes mamíferos, se aceptó la oferta de dos alemanes duchos en la persecución de hipopótamos en Namibia, colonia alemana de África, que proponían dar muerte al animal a cambio de quedarse con su cabeza.



Así fue: se procuró a los alemanes un batallón del ejército y de tres tiros mataron a Pepe. La foto con la carcasa resulta espeluznante, pero recuerdan los lugareños que lo peor fue el hedor del cadáver, que el ejército abandonó con prisas.

Viaje inmersivo al alma de un hipopótamo muerto

Hoy la descendencia de Pepe suma más de un centenar de ejemplares, cuentan el Instituto Humboldt y la Universidad Nacional… El hipopótamo se ha convertido en una especie invasora de primera categoría.



Nelson Carlos De Los Santos, antes premiado en FIDMarseille y Locarno, explicaba el paralelismo entre lo hipopótamo y lo humano: “El Caribe también fue el punto de inicio de la colonización, una auténtica pandemia que afectó a un buen número de países, y no sólo Colombia”.

En la película del cineasta dominicano, sin embargo, Pepe nos habla fuera del tiempo y con voz gravísima, como un dios antiguo. Carlos De Los Santos –director, guionista, director de fotografía, montador y músico, porque en el cine experimental uno hace de todo– ha explicado que siente reverencia por la especie y que, de hecho, las ballenas y los hipopótamos vienen de la misma familia: “Son mamíferos que se separaron cuando las ballenas partieron al mar y los hipopótamos quedaron en tierra, pero comparten la misma piel”.

Nelson Carlos De Los Santos Arias, director de 'Pepe' en la presentación de la película en la Berlinale. Foto: EFE/EPA/CLEMENS BILAN

Pepe es en cualquier caso, una película de piel. Una exploración intestinal, nocturna, que en ningún momento “explica” la historia del animal sino que abre preguntas, en boca del mismo Pepe pero también recreando escenas de la cotidianidad de los pescadores locales y pasajes ambientados en las colonias de hipopótamos de Namibia, alrededor de las dimensiones existenciales y poéticas del desarraigo.



“Es en la articulación de las imágenes y los sonidos donde se produce la gramática de una historia”, contaba Carlos De Los Santos, que concibió la película “como una experiencia inmersiva, que podías vivir cerrando los ojos y sólo escuchando”.

Quizás porque nunca habremos oído a un hipopótamo filosofar en afrikaans, pero la experiencia vale la pena.

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