Rodó una película española de Tarzán en África, trabajó para la productora de Espartaco Santoni, hizo fortuna distribuyendo en España películas rusas cuando aún existía la Unión Soviética, y sobre todo convirtió Alta Films en la distribuidora independiente más importante de España (llegó a tener un 50% del mercado de cine nacional). Además, creó los cines Renoir, que siguen siendo un icono del cine de autor y en versión original en nuestro país. Y, como colofón, fue presidente de la Academia cuatro años, entre 2011 y 2015.
Enrique González-Macho (Santander, 1947) comenzó muy joven en el mundo del cine, hace 60 años exactos, como meritorio de producción en películas de serie B como Fuerte perdido, el primer wéstern cien por cien español dirigido por José María Elorrieta en el que el pueblo de Seseña se convertía en el Far West.
Desde entonces, lo ha sido todo, desde productor de películas como Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003) o La noche de los girasoles (Jorge Sánchez-Cabezudo, 2006) -aunque él, a pesar de sus más de 40 películas, insiste en que no se considera productor- a distribuidor en España desde 1982 de cineastas tan importantes como Ken Loach, Mike Leigh, Hal Hartley, Atom Egoyan, Michael Winterbottom, Emir Kusturica, Michael Moore y un largo etcétera.
Fue también el artífice del boom en España del actor argentino Ricardo Darín y de buena parte del cine latinoamericano, con la distribución de filmes como El hijo de la novia (2001) o El secreto de sus ojos (2009), y responsable del lanzamiento de muchas de las mejores películas españolas de ese tiempo, como Historias del Kronen (Montxo Armendáriz, 1995), Familia (Fernando León de Aranoa, 1996), 7 vírgenes (Alberto Rodríguez, 2005), Azuloscurocasinegro (Daniel Sánchez Arévalo, 2006), Todas las canciones hablan de mí (Jonás Trueba, 2010) y muchísimas más.
Sin embargo, González Macho protagonizó un sonoro escándalo cuando un 25 de noviembre de 2015 el diario El País anunciaba en portada que estaba siendo investigado por Hacienda por el “fraude del taquillazo”. Para los que no lo recuerden, se le acusaba de haber comprado entradas de cine de sus propias películas para alcanzar los mínimos de taquilla a los que en esa época la ley obligaba para tener subvención. Según su opinión, fue una vendetta del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, por su descarnada lucha por revertir la subida del IVA a los cines del 8 al 21%, que “arruinó al sector”. Nos cuenta que lo pasó muy mal porque le “hundieron la vida” y que incluso llegó a tener “pensamientos oscuros”.
Actualmente, lo han absuelto de tres de los cuatro juicios (tiene uno pendiente) y asegura que prueba de su total inocencia es que ni siquiera la abogacía del Estado ha recurrido las sentencias. Antes de que estallara el escándalo, González Macho ya había dimitido de la presidencia de la Academia (que no está renumerada, y lo hizo aduciendo que “no es rico” y necesitaba dedicarse a su actividad profesional) y desmantelado Alta Films. Sigue al frente de los Cines Renoir, aunque solo es dueño de un pequeño porcentaje, ya que los accionistas mayoritarios son la familia vasca Gorbea.
González Macho contó muchas de sus aventuras, con sus muchos triunfos y algunos fracasos, en sus memorias, Mi vida en V.O. (Atticus, 2020), un libro delicioso escrito con la periodista Begoña Piña en el que repasó, con abundantes pinceladas de humor, una trayectoria que le permite ahora tener una perspectiva única de la evolución del cine español y del propio cine en España.
Pregunta. En Mi vida en V.O. aseguraba que “nunca” perdonaría a la Academia de Cine el comunicado en el que se desmarcaba de usted después del artículo en El País en el que se le acusaba de haber defraudado a Hacienda. ¿Sigue pensando lo mismo?
Respuesta. Nunca lo perdonaré. Todo esto surgió a raíz de mi lucha contra la subida del IVA a los cines del 8 al 21 % en 2012, que fue muy dura. Yo di un discurso en los Goya que no le gustó nada al ministerio de Hacienda. Al ministro, Cristóbal Montoro, lo vi varias veces. La primera vez solo habló él, tenía una tipa al lado escribiendo todo lo que decía. La segunda, le interrumpí y le conté mi opinión, algo que no le gustó demasiado. En la tercera reunión, a la media hora me echó.
»Luego la cosa se complicaba aún más porque el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, no se llevaba bien con el secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle. Wert era como un toro miura y eso tenía una cosa buena: iba de cara. Luego me llamó cuando salió el artículo de El País para preguntarme qué podía hacer por mí y eso siempre se lo agradeceré.
»A mí me llegó que en el Ministerio de Cultura decidieron ir a por mí y a por Enrique Cerezo. Me imagino que con Cerezo no se atreverían. Me encausaron de una manera brutal con cuatro querellas por malversación. He trabajado con todo el mundo del cine español y nadie puede decir que le haya estafado o le haya engañado, ni por equivocación. Lo habré hecho bien o mal, pero no he engañado a nadie.
P. Desapareció de la vida pública después de ese artículo. ¿Le cambió totalmente la vida?
R. Que te caiga eso en una doble página de El País, un artículo en el que el periodista me acusó, me imputó, me juzgó y me condenó… Allí está, así de claro. Se me hundió la vida. He tenido pensamientos muy oscuros en estos cinco años. Me han llamado de todo. De cuatro juicios, he tenido tres en diez años y he sido absuelto con todos los pronunciamientos favorables. La última sentencia de 117 páginas pone a parir el tema, el propio juez dice que no tiene sentido. Ni siquiera han recurrido los abogados del Estado, a los que les sale gratis.
»El cuarto no se ha celebrado todavía, 11 años después. Prescribía un día a las doce de la noche y mandaron el escrito a las siete de la tarde. El País, que publicó dos páginas acusándome, sacó una columna hablando de mi absolución. He oído eso de que “algo habrá hecho”, y no he hecho nada. Luego me pidieron una entrevista, pero con ese periodista no quiero saber nada.
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P. ¿Cuál es su visión de todo el asunto?
R. La argumentación de Hacienda era torticera. Decían que las cifras que dábamos no coincidían con las de Comscore, pero es que Comscore es una empresa privada que hace un sondeo de mercado, y ellos mismos dicen que es orientativo, ya que no tienen la recaudación de todos los cines. Controlan un 80 o 90 por ciento de los cines, sus cifras nunca son las verdaderas. Por supuesto, es muy útil, porque a mí me da igual saber que una película ha hecho un millón o 900 mil, lo que importa es la tendencia. Tuve la suerte de que mis cuentas anuales las auditaba Garrigues y de que ellos mismo me defendieran a precio módico, porque son “buenos días, 1.500 €”, “cómo está usted, 1.500 más” y “que vaya muy bien, otros 1.500”. Ellos me han cobrado menos porque el caso ha generado jurisprudencia, y eso les viene bien por imagen. He tenido unos abogados muy buenos.
»Y, al final, el que me salvó la vida fue Fernando Lara, que fue director general del ICAA. En el juicio se vio que todo coincidía al céntimo. Y Lara se percató de que no conocían para nada la Ley del cine. Sale de testigo y dice que hay muchas equivocaciones. Y claro, le dijo al juez que conoce bien la ley porque la hizo él. Se la contó de arriba abajo, y el juez lo escuchó atentamente, a los quince minutos tenía suficiente. Estoy tranquilo con el juicio que me queda, es difícil que el veredicto contradiga a los precedentes.
P. ¿Saca alguna lección de esta experiencia?
R. A mí me ha servido. Es un consuelo muy triste, pero me ha servido para descubrir que algunos que pensaba que eran amigos, en realidad no lo eran, mientras que otros que no pensaba que lo fueran, resulta que sí lo eran. Cuando cerré Alta, me llamó el juez de lo mercantil para que comiéramos juntos. Me preguntó que por qué demonios tenía que cerrar. Le dije que estaba moralmente muy mal y que prefería hacerlo en ese momento, que tenía dinero y podía liquidarlo bien. Lo he pasado muy mal. Tenía una actividad febril, la producción, la distribución, la Academia…
Un ministerio secundario
P. Cambiemos de tema. En su libro contaba que al director francés Robert Guédiguian le preguntaron si le preocupaba que una victoria de Sarkozy en las elecciones conllevara un recorte de las subvenciones al cine, y respondió que “en absoluto” porque en Francia el cine es una “cuestión de Estado”. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, fue a la última gala de los Goya. ¿Cree que en España por lo menos comienza a serlo?
R. Yo he estado con Sánchez, vino dos veces a la Academia. Una vez fue con Carmen Alborch, porque ella le ayudaba a introducirse en este mundo. Luego me invitó a comer un día. Desde que es presidente ya no lo he vuelto a ver, porque no estoy en esos círculos. Siempre han nombrado ministro de Cultura al que no sabían que hacer con él o al más tonto.
»Mira la metedura de pata con el de Sumar, Ernest Urtasun. El presidente ha acabado haciendo una especie de ministerio secundario y le ha quitado competencias para controlarlas él [González Macho se refiere a la reciente creación de una “Dirección General de Asuntos Culturales” que depende directamente de la Presidencia y que ha asumido competencias de Cultura].
»Urtasun va y dice que hay que “descolonizar los museos”. ¿Vas a devolver los Tizianos a Italia, y que ellos nos devuelvan los Velázquez? No puedes decir en España que vas a acabar con la tauromaquia, a mí además me gusta. Nos acabaremos yendo a Francia a ver los toros, como con el cine en los años 60 y 70. Los cines del sur de Francia se hicieron ricos con los españoles, porque aquí no se podían ver determinadas películas.
»Recibo un boletín interno diario que hace la industria del cine de Estados Unidos, y hasta allí explican que en España se ha creado un ministerio de Cultura paralelo para cortarle los pies a Urtasun. No podían sustituirlo al mes de haberlo nombrado. Antes estaba Iceta, pero ¿qué coño pintaba? Y el anterior era un tal Uribes, que a ese sí que le importaba todo un pimiento. Y cuando ha habido alguno bueno, en cuanto empieza a levantar cabeza, se lo cargan. Y, en cada cambio de Gobierno, el primero que cae siempre es el ministro de Cultura. Si es del PSOE, de Cultura, y si es del PP, de Cultura y Deporte, pero siempre es el primero en caer.
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P. ¿Hay una dejación, pues, en materia de cultura?
R. La cultura tiene una fuerza de transmisión importante. Los periódicos parece que quieren llevarse bien con la cultura, pero, en el fondo, ni caso. El poder político, por su parte, ha querido llevarse bien con los intelectuales, sean de izquierdas o derechas, pero siempre la han jodido. Mira el tío este que nos llama “señoritos que viven del Estado” [se refiere a la declaración de Juan García-Gallardo, vicepresidente de Castilla y León de Vox]. Acabamos de ver una huelga muy importante de agricultores, y han negociado 7.000 millones de euros del Estado. A la industria del cine le dan 70, y no creo que el cine sea cien veces menos importante.
Los viejos prejuicios
P. En su libro recuerda los tiempos en que la Iglesia calificaba a los cines como lugares “pútridos”. A los actores antiguamente no se les enterraba en campo santo. ¿Perviven viejos prejuicios?
R. Por un lado, ha cambiado a mejor la valoración social y, por el otro, hay más odio que antes. Mira al tío este de Vox que nos ha llamado “señoritos”... Todo cambió en la gala de los Goya del ‘No a la guerra’ [fue en 2003 por la guerra de Irak en la que España se había involucrado]. A Aznar le gustaba el cine, o más bien el mundo del cine. Es el único presidente que ha montado comidas en la Moncloa con gente del cine, quizá porque le gustaba estar con Assumpta Serna y Maribel Verdú, aunque también se vio con productores, distribuidores… A esas comidas siempre asistía Rodrigo Rato, que era Dios en ese momento. Pero después de aquella gala, Aznar decidió que había que liquidarnos a todos. Aquello fue muy fuerte.
P. ¿Fue un error esa gala?
R. Yo creo que no, aunque sí que nos dejó a todos un poco acojonados. Hubo reacciones muy fuertes, también dentro de la profesión. Eduardo Campoy, que era el presidente de los productores españoles, quiso que se destituyera a Marisa Paredes como presidenta de la Academia. Hubo tensiones. La gala fue un poco burda, demasiados gritos, pero fue lo correcto.
»Me ha dolido que en estos últimos Goya no hubiera ni una ligera mención a lo que está pasando en Gaza. Nos afecta a todos, aunque sea por egoísmo. Y lo de los dos guardias civiles es también terrible, un asesinato asqueroso y repugnante. Fueron a matarlos. No se trata de transformar la gala en una reivindicación, pero se tendría que haber hablado más de eso. El sector no está aislado.
P. ¿Qué le ha parecido la última gala de los Goya?
R. Una modernez. Los Javis, vestidos muy rarito, no hicieron nada, dos tonterías. Les salvó Ana Belén. ¡No había guion! Los Javis ni siquiera tuvieron interlocutores. Eva Hache estuvo interactuando todo el rato con los que estuvieron en las galas que hice yo. Pero, por experiencia, sé que es difícil. Este año, la gala parecía la fiesta del consejo de administración de Banesto, las únicas caras conocidas eran las de los nominados. Las estrellas no fueron.
»Ha habido una transformación muy buena en la Academia, que la ha salvado económicamente, pero parece que ahora quieren que los Goya sea más transversal, cuando siempre ha sido muy del sector del cine. Antes, la gente se mataba por estar allí, aunque fuera de figurante. Y ahora hay mucha gente que no sé quién es. Me pasa incluso con los entregadores, excepto Almodóvar, que es más listo que el hambre y montó el numerito al final.
P. ¿Cree que la gala se equivocó al no rendir homenaje a Víctor Erice ante el estreno de su primera película en treinta años?
R. Yo a Erice no lo puedo ni ver. Hizo una película magnífica como El espíritu de la colmena (1973), luego una correcta como El sur (1983), y ya un adefesio como El sol del membrillo (1992), que era vivir cada día de TVE. Asistí al pase del “membrillo” en Cannes. Había tres mil personas en el Palacio. Empieza la película: “bravo, bravo”. A los quince minutos era como un tablao flamenco, porque los asientos hacían ‘clac’ al cerrarse. Clac, clac, clac. Flamenco puro. Al final de la película no llegamos ni 200 personas: los españoles, dos chinos durmiendo y un portugués por allí arriba.
»Tuve una comida con Erice y con Carmen Alborch cuando era ministra de Cultura. Se pasó todo el rato llorando. Decía que no hacía cine porque nadie le cree, porque le odian y le tienen envidia. ¿Pero qué dices? Ha arruinado todo lo que ha tocado. Los japoneses querían comprar El sol del membrillo, porque El espíritu de la colmena fue uno de los mayores éxitos del cine extranjero en Japón, pero cuando la vieron no la querían ni gratis.
»El espíritu de la colmena quizá sea la mejor película del cine español, pero El sur es una película que está bien, sin más, y no se atrevió a hacer la segunda parte. Andrés Vicente Gómez perdió un dineral en la preparación de El embrujo de Shangai. Era amigo de Abbas Kiarostami, pues mucho gusto.
Peliculitas que no han hecho un duro
P. ¿Qué opina de la actual cosecha de cine español?
R. Estamos entre la modernez y el descubrimiento de grandes talentos, aunque los grandes talentos en realidad no se descubren, se hacen cuando ya llevan mucho tiempo rodando. Una película reciente muy célebre, cuyo título no voy a revelar, no puede estar peor rodada. Es una película de emociones y no hay un solo primer plano. Es todo “estás diciendo cosas muy importantes”, con una neblina delante que no deja ver las caras, planos muy bonitos… ¡retrata una lechuza así! Billy Wilder metía un primer plano de Jack Lemmon que se comía la pantalla, y llorabas, o te reías. Y, además, todos susurran, es un dramón y no entiendes nada de lo que dicen. Eso sí, con un amanecer al fondo precioso.
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»Una cosa que me pone los pelos de punta es que los periodistas de cine están empeñados en que el cine español es una serie de películas que se están haciendo ahora, y no es eso. En los medios de comunicación hay mucho ignorante, como lo hay entre los que hacen las películas. Y mucho deseo de ser el más guapo. No puede ser que todas las películas sean una obra maestra, como dice un conocido crítico.
»Son películas que apoyaré siempre como exhibidor, y en alguna he tenido algo de mérito en que haya llegado a los Goya. Muchas están dirigidas por mujeres, como Cinco lobitos (Alauda Ruiz de Azúa, 2022), Alcarràs (Carla Simón, 2022) o 20.000 especies de abejas (Estíbaliz Urresola, 2023), pero son peliculitas. Si el cine español es eso, no ha hecho un duro.
»20.000 especies de abejas, que es una buena película y fue premiada en Berlín, ha recaudado 900.000 euros. Cinco lobitos, 400.000. No es nada. Poca gente va a ver este tipo de cine, y lo sé porque es el público que recibo como exhibidor. Pero hay otros públicos. Me encanta que Oppenheimer haya hecho 20 millones, porque eso es un montón de gente yendo al cine. Es necesario el cine de Santiago Segura, con el que no me une nada, o el éxito de La sociedad de la nieve. El cine tiene que ser variado: histórico, de animación, musical, para niños… Los niños no quieren ver una obra maestra.
P. Como gran impulsor del cine independiente, ¿reivindica el cine popular?
R. Hay una película que me ha gustado mucho “salvarla” como Te estoy amando locamente (Alejandro Marín, 2023). En las primeras sesiones casi no había público, pero me acerqué al final de la proyección y la gente aplaudía. Eso es muy difícil. Al día siguiente volví y la gente seguía aplaudiendo. Puse menos pases para que se llenaran y ya lleva 22 semanas en cartel. En una sola de mis salas ha hecho 160.000 euros de los 500.000 que ha recaudado. Al director le ofrecí que hiciera pases de la película para los Goya y, mira, ha tenido tres nominaciones y ha ganado uno por la canción. Es muy sencilla, pero hay un cineasta detrás.
P. ¿Y qué le falta al cine español para ser mejor?
R. Hay un problema grave en el cine español y es que en los créditos aparecen 76 productores. Uno ha puesto 100.000 euros, el otro prestó la casa… es una lista interminable. Antes había verdaderos productores de cine y ahora hay muy pocos. Tuvimos a Elías Querejeta, que era de los mejores de Europa. Las películas se vendían como “producción de Querejeta”.
»Y, voy a ser cruel, la mayoría de los directores fracasaron o no les fue tan bien cuando dejaron de trabajar con él, porque allí había un verdadero productor de cine, que es el que sabe qué quiere hacer, cómo lo quiere hacer y con quién. Todo tenía una coherencia. Fernando León de Aranoa hizo una película pequeña maravillosa como Familia y luego Barrio (1998), Los lunes al sol (2002)… eran producciones de Elías Querejeta. Luego se va con no sé quien y las demás están correctas o bien, pero no son las primeras. Con Montxo Armendáriz o con Manuel Gutiérrez Aragón pasó lo mismo.
»Aprendí mucho con él cuando trabajamos durante cinco o seis años. Fue un honor que me dejara distribuir sus películas. Empezamos con Historias del Kronen. Se podía pasar toda la tarde para ver si el logo de TVE estaba a la izquierda o a la derecha del cartel. Era curioso que comía siempre una sopa de cocido con tres garbanzos, si había cinco, decía al camarero que quitara dos. En Cannes era el único productor que iba al Grand Hotel y allí recibía a la gente, pasaba todo el cine europeo. No hizo una sola mala película.
P. ¿Y quién hace ahora las películas?
R. Las películas son de las financieras. Es lo que me gustaría saber.
P. Ha dicho que hay que valorar más a directores como Santiago Segura. ¿Cree que en España se desprecia el éxito?
R. No hay desprecio por el éxito, hay envidia. Hay que buscar el éxito y que una película sea rentable para poder hacer la siguiente. Y el que no lo entienda que no entre en este juego. Nosotros a veces también cometemos errores, porque el cine quiere ser más glamuroso y aparente de lo que es en realidad. Cuando era presidente de la Academia tenía como vicepresidenta a Marta Etura. Va y me hace un reportaje en una revista posando con modelos carísimos, que tuvo mucha resonancia. Le dieron hasta en el carné de identidad. No era justo, pero hay que ir con cuidado.
»Y, luego, la gente se vuelve loca por conocer a los famosos. Primero, los critican y, después, cuando los conocen, dicen que son muy amigos suyos aunque apenas los hayan saludado. Yo no soy nada mitómano. He conocido a muchos actores que se han hecho famosos, a algunos les he ayudado yo. Raro es el que, cuando sube, sigue siendo normal. Lo aparentan, pero ahí está eso de “soy el mejor, no se me puede decir nada, y si la película sale mal es culpa de los demás”.
»La fama es difícil. Todos tenemos nuestro ego, yo también, pero hay que ir con cuidado. Cuando me dieron el Premio Nacional de Cinematografía me cagué en las patas. Yo soy comerciante, no soy un artista, y esto es como si cogen a la Mula Francis y le dan el premio a la mejor interpretación. Y menos mal que al día siguiente salía en El País Agustín Diaz Yanes poniéndome bien, pero lo pasé mal, pensaba que cuando se enterara la gente del cine que me daban el mismo premio que a Buñuel o a Saura…
P. Volviendo a la política cinematográfica. Al repasar en su libro la labor de Pilar Miró como directora general de Cinematografía, le reconoce que apoyó a grandes directores españoles, pero le reprocha que se desplomara la producción de películas y la cuota del cine español bajara del 20 al 7 %. ¿Esos datos lo echan todo por tierra?
R. Yo a Pilar la quería mucho. Ella era de UGT y todos los demás de Comisiones Obreras. Eso era muy gracioso. Hizo cosas muy buenas y muy malas. No puedes decir, siendo directora general de Cinematografía, que hay que hacer “este cine”. Por una parte, bien, porque era justo lo contrario de la comedieta sexi y tonta que había en el cine español. Apoyó a Saura, a Patino, a Gutiérrez Aragón o a Almodóvar, e hicieron grandes películas. Pero Miró machacó otros filmes que ya se estaban rodando y que nunca se pudieron terminar.
»Había que hacer el cine que ella quería y punto. Se pasó de que se produjeran 200 películas a 40. Se quedó la profesión hecha polvo. Los técnicos son técnicos y un foquista lo hace igual de bien con Buñuel que en un wéstern. Yo hice una película que es la peor del cine español, Las joyas del diablo (1969), y el mismo equipo acto seguido rodaba Tristana (1970) de Buñuel.
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P. Ha sido productor, distribuidor y sigue siendo exhibidor. ¿Con qué se queda?
R. Me han ido gustando todas las facetas. Hacía una cosa y me iba a la siguiente, no entendía por qué el productor no sabía qué hacía un distribuidor y un exhibidor. Los exhibidores y las distribuidoras se han peleado a muerte. Yo he luchado mucho por que los tres sectores se sentaran a hablar. Una noche invité a todos los jefes de las majors americanas a los Paradores de Cuenca, y les di el discurso moral, les dije que no podía ser que estuvieran siempre pegándose con todo el mundo. Los americanos tienen el 70% del mercado. Hubo una época en que la distribución tenía demasiado peso y chantajeaba a los cines. Luego, cuando hubo una concentración de los cines, la exhibición ganó importancia y hacía lo mismo con el otro.
»Me hice distribuidor, que es lo que más me gusta, con una apuesta alternativa y de cine español. Venía de producción y sabía cómo se hacía. En aquella época, la distribución estaba muy abandonada. Aposté por el cine iberoamericano. Darín es hijo mío, Campanella también… Nadie creía en ese cine y gané un dineral importante.
»Desde que dejé de hacerlo, ¿cuántas películas latinoamericanas han funcionado? Con que tengas a una minoría de la mayoría, tienes a mucha gente. Cuando me dio por lo ruso, la gente pensaba que estaba pirado, pero estoy muy orgulloso de tener todo el catálogo de Tarkovski. Le he donado a la Filmoteca más de mil y pico películas.