No tengo muy claro qué opinará el psicólogo, si es que lo tiene, de Celia Rico Clavellino (Sevilla, 1982) sobre su reiteración en el asunto de la relación entre una madre y una hija. La directora sevillana afincada en Barcelona firmó un debut poderoso en 2018 con Viaje al cuarto de una madre, una película sencilla, emotiva, con una buena dirección de actrices entre una madre costurera (excelente como siempre Lola Dueñas) y su hija díscola (Anna Castillo, con su garra habitual).
Con tono pausado, buena dirección de actrices, atención a los detalles, sin pasarse con los violines, la directora contaba cómo el amor de una madre esencialmente buena acaba convirtiéndose en una prisión emocional de sutil chantaje que le corta las alas a su hija. Se dejaba notar en aquel filme que Rico es una directora sensible, comprensiva con las flaquezas humanas y capaz de ponerse en la piel de los dos personajes para crear una película al final emocionante.
Los pequeños amores reincide en el mismo universo madre-hija pero con mujeres con edades muy diferentes. Por una parte, la hija (María Vázquez), una mujer de cuarentaypocos, intelectual, que no se ha casado ni ha formado una familia. Por la otra, su madre (Adriana Ozores), en sus sesenta y muchos, una mujer refunfuñona de la que se tiene que ocupar cuando se rompe una pierna intentando pintar una pared.
La hija, que vive en Madrid, regresa al hogar familiar en el pueblo y a relacionarse con una mujer a la que le unen lazos de amor fuerte e incontestable, pero que también tiene la capacidad de ponerla histérica, como sucede con frecuencia.
Mejor dirigida, con imágenes más cinematográficas y de mayor belleza estética, Los pequeños amores aborda la misma materia pero desde un ángulo muy distinto. Aquí la madre no intenta tanto chantajear a su hija, aunque sea sutilmente y "con buena intención", para que permanezca bajo su cobijo y no se marche de casa, sino que su propia presencia coloca a la más joven ante un espejo en el que de alguna manera no tiene más remedio que calibrar sus decisiones.
El afecto como forma de coacción
En el trasfondo, también late la idea del poder y de la confrontación entre el afecto y cómo este también puede convertirse en una forma de coacción. ¿Son realmente los padres de dejar completamente libres a sus hijos?
Tanto Ozores como Vázquez brillan a gran altura, demostrando una vez más el talento de Rico para el detalle sutil, el gesto revelador y medir bien el juego de acciones y reacciones que se establece entre ambas mujeres. Por ejemplo, la escena en la que la madre y la hija discuten por cómo lavar una sartén, revelando un sutil juego de poder y de claudicación, es reveladora, profunda sobre lo que quiere contar.
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Por una parte, conocemos a esa madre tacaña y generosa a la vez, que suelta "verdades" con demasiada alegría pero quiere de manera evidente a una hija a la que también admira por su inteligencia. Por la otra, esa mujer que ya comienza a ser madura, ilusionada con un amor complicado que vive en Estados Unidos, que no acaba de ser feliz, como casi todo el mundo.
En este universo femenino, la película introduce de manera acertada un personaje masculino que ejerce como vértice en la relación maternofilial. Se trata de joven pintor (Aimar Vega) que contratan para que haga las renovaciones necesarias en la casa. Es un chaval de pueblo que sueña con ser actor, con cierto carisma, cierto conformismo teñido de ilusión, que aporta aire fresco a un mundo un tanto asfixiante. Es un personaje reconocible, que parece cercano y real, bien interpretado y escrito en una película luminosa, tierna y divertida.