Frente a estos trabajos, El cielo rojo, que se hizo con el Gran Premio del Jurado del Festival de Berlín, nos puede parecer casi un pasatiempo. En apariencia, se trata de un filme veraniego, sensual, marcado casi siempre por la ligereza y el joie de vivre. En este sentido, son dos aspectos muy destacables tanto la estilizada y cálida fotografía de Hans Fromm como el diseño de sonido, al que inteligentemente no se le opone una banda sonora (toda la música procede de los vinilos o los móviles que reproducen los personajes).

Sin embargo, sobre este evidente homenaje a Éric Rohmer sobrevuelan dos factores capaces de amargarnos las vacaciones: el primero, la inquietante amenaza de la propagación de un incendio cercano por la zona en la que transcurre el filme. El segundo, el carácter irascible del introvertido Leon, el escritor protagonista interpretado por Thomas Schubert, a través del cual Petzold parece realizar una crítica al ensimismamiento y al egocentrismo de los creadores en la sociedad actual.

Invitado por su amigo Félix (Langston Uibel) a pasar unos días en su casa familiar de vacaciones de la costa báltica, donde podrá centrarse en el trabajo, León tiene que lidiar con la presencia inesperada de Nadja (Paula Beer), que le fascina y repele con la misma intensidad. El grupo se completa con Devid (Enno Trebs), el promiscuo y relajado socorrista de la playa cercana.

El esquema de comedia romántica hollywoodense saltará por los aires en el tercio final del filme, donde aparece el intenso dramatismo habitual de Petzold, con una tragedia anunciada: el fuego llegará y arrasará con todo.

Si hasta ese momento el filme parecía ir a la deriva, avanzando sin rumbo claro, es en el final donde el director alemán muestra su habitual talento, gracias a inesperados y sutiles movimientos de cámara que cambian el punto de vista (la secuencia en el hospital con el editor) o con la tan terrible como hermosa imagen de los cuerpos quemados, que dialoga con maestría con el Viaggio in Italia (1954) de Roberto Rossellini.