Aunque irregulares, La ley del mercado (2015), En guerra (2018) y Un nuevo mundo (2021) son filmes aguerridos, de denuncia social, que han convertido a Brizé en uno de los directores galos más cotizados en los grandes festivales. Su nueva película, Fuera de temporada, aun siendo un giro hacia el drama romántico de Mademoiselle Chambon (2009), también debutó en Venecia.

En un cónclave del departamento de ventas la película se podría definir como una mezcla entre Lost in Translation (Sofia Coppola, 2003) y Antes del atardecer (Richard Linklater, 2004), ya que se trata de una historia protagonizada por un actor en horas bajas en donde un amor del pasado regresa de manera inesperada. Y es un éxito del director: con toda su sencillez, la película es un dechado de sensibilidad, que no deja de lado una sana ironía.

Todo arranca cuando Mathieu (Guillaume Canet) llega a un lujoso balneario en Suiza. La depresión le acecha tras abandonar la preparación de una obra que iba a suponer su debut en el teatro pasado los cincuenta. El lugar, sin embargo, no disminuye su ansiedad.

Con un ritmo pausado, largos planos estáticos y simétricos, y una música trotona y melancólica, Brizé nos muestra el retiro de Mathieu, que se desarrolla entre el aburrimiento y el patetismo más absoluto.

Pero la suerte, esa circunstancia tan repudiada en el cine y que aquí sirve de motor narrativo, hace que Mathieu se reencuentre con Alice (Alba Rohrwacher), la mujer con la que compartía su vida antes de triunfar en el cine, que vive ahora con su marido y su hija en el pueblo del balneario. Siempre recurriendo a la distancia adecuada para atrapar las emociones, Brizé se aplica en rodar varios encuentros entre los antiguos amantes.

No hay nada realmente original en Fuera de temporada, ni en su argumento ni en su puesta en escena, sí dos secuencias extravagantes: la entrevista con cámara doméstica y la actuación de los imitadores de pájaros. Pero el filme resulta memorable por la verdad que desprenden sus personajes, gracias a dos maravillosas interpretaciones que dicen mucho más que unos diálogos muy medidos.

Canet desnuda sus inseguridades (las entradas, las canas, la pérdida paulatina de visión…) en Mathieu, un actor narcisista y simplón, pero con una magnética simpatía. Rohrwacher, por su parte, está sublime como esa madre supuestamente feliz, como esa mujer frustrada por su vida laboral, como esa amante abandonada que estuvo al borde de la locura. Al mismo tiempo seductora y frágil, la Alice de Rohrwacher justifica el pago de una entrada.