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El regreso de la saga de El Señor de los Anillos a la gran pantalla es algo desconcertante, como si los productores se hubieran planteado el reto de sacar adelante una película con los elementos menos carismáticos de la saga.

Así, estamos ante una historia ambientada 183 años antes de los acontecimientos que narra la trilogía original de Tolkien, centrada en una disputa intestina de Rohan, el reino de los jinetes guerreros, sin ninguna relación con los anillos de poder ni con los personajes clásicos (tan solo un fugaz cameo y una mención hacía el final). De hecho, apenas veremos ningún elemento fantástico en el filme. Cambiando algún detalle cosmético, El Señor de los Anillos: La Guerra Rohirrim podría haberse ambientado perfectamente en la Edad Media artúrica.

La película está protagonizada por Héra, la hija de Helm Hammerhand, el rey de Rohan, una joven valiente y audaz, a la que le gusta la aventura, que no se amolda al papel pasivo que se espera de una princesa. La petición de la mano de Héra por parte de los mezquinos dunlendianos acabará provocando la muerte del señor de estos a manos del rey Helm, lo que pondrá en marcha una cruenta guerra.

El pueblo de Rohan acabará refugiándose en una fortaleza que será más tarde conocida como el Abismo de Helm, donde siglos más tarde tendrá lugar la batalla de Las dos torres, y Héra se verá obligada a liderar la resistencia.

Aunque el empoderamiento femenino es el gran mensaje de El Señor de los Anillos: la Guerra de los Rohirrim, no es un elemento que fuera ajeno a la saga, ya que el arco de la princesa Eowyn, interpretada por Miranda Otto en la trilogía original, era muy similar al de Héra. Además, en la ficción audiovisual ya hemos atendido a historias similares, como en el filme de Disney Mulán (Barry Cook, Tony Bancroft, 1998). No hay, por tanto, nada demasiado original en esta historia con los innegociables toques shakespearianos.

Quizá lo más singular del proyecto es que se haya optado aquí por el anime, sin que haya ninguna razón clara para ello, más allá del incuestionable éxito de este estilo de animación japonés en la actualidad. El director es Kenji Kamiyama, quien participó en la mítica Akira (Katsuhiro Ōtomo, 1988) y ha estado vinculado a sagas como Ghost in the Shell o a la serie Blade Runner: Black Lotus (2021). Lo cierto es que visualmente la película es atractiva, pero está muy lejos de la belleza plástica de aventuras recientes como Robot salvaje (Chris Sanders, 2024).

Pero donde la película tropieza definitivamente es en el tono, que opta por una excesiva seriedad. Tolkien nunca se tomó a broma su universo, pero supo crear personajes entrañables como Merry y Pippin o dinámicas de indudable comicidad, como la que mantenían el enano Gimli y el elfo Légolas. Nada de eso hay en La Guerra de los Rohirrim, que opta por la grandilocuencia y el drama en todo momento.

Una imagen del rey Helm

Mención aparte merece la extraña variación que ha hecho Stephen Gallagher de la genial banda sonora original que elaboró Howard Shore para las películas de Peter Jackson. En muchos momentos, parece que va a adoptar los acordes de la música de John Williams para Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1994).