Christophe Raynaud de Lage

Christophe Raynaud de Lage

Escenarios

Angélica Liddell, el rito de la sangre en Aviñón

Ecos de Wagner y Juan Belmonte, inmolación y ofrenda de un cuerpo desarticulado protagonizan el estreno en el Festival de Aviñón de 'Liebestod', la última proeza escénica de Angélica Liddell

9 julio, 2021 18:22

Al igual que el mar gana terreno y se come playas, hay festivales que se tragan ciudades. Así, el Festival de Teatro de Aviñón. Un tupido tapiz de carteles, que anuncian obras de teatro de todo tipo, cuelga de vallas, fachadas, tuberías, escaparates, ventanas, verjas, matorrales, bancos (de los de sentarse), y que se dispara, como alguien escribió, en muchas direcciones. Para simplificar, es un casco histórico completamente empapelado. “La batalla de los carteles”, me dice Christilla Vasserot, traductora al francés de los libros de Angélica Liddell para la editorial Les Solitaires Intempestifs. Paseamos por un bulevar atestado de terrazas llenas de gente comiendo, tomando algo.

Desde el patio de butacas hay quien responde a sus palabras. Hay quien dice “¡Gracias! ¡Muchas gracias!” con acento francés. Hay quien replica “¿Y tú qué sabrás?”

“Y eso que todavía hay poca gente. Aquí la programación de la parte off supera con creces al programa oficial del festival. Hay incluso un off del off”. También escucho que las condiciones de trabajo de las compañías, sin apenas presupuesto, que vienen al festival a ganarse la vida son muy precarias, de ahí esa insistencia en abordar al paseante para darle el flyer de la obra que representan en un teatro improvisado de la esquina. “Es una guerra por hacerse visible”. En realidad, estos son comentarios de una persona que visita por primera vez este lugar. En realidad, siento envidia de la manera en que Aviñón durante un mes entero se entrega al festival. Y esto no ha hecho más que empezar.

Una habitual en Aviñón

Angélica Liddell entró en Aviñón por la puerta grande con La casa de la fuerza. Desde entonces es una artista habitual de la programación del festival. Estar en Aviñón, para Angélica, es estar en casa. Pero no siempre ha sido así. Parte de su trayectoria está atravesada por momentos y situaciones extremadamente difíciles, de una fatiga estéril, insoportable, hasta el punto de desear tirar la toalla. En realidad, el pan de cada día para tantas compañías españolas.

Hoy estrena su nueva creación, Liebestod - El olor a sangre no se me quita de los ojos - Juan Belmonte, la propuesta más esperada del festival: todas las entradas vendidas con un aforo del cien por cien para cada una de las funciones hasta el 14 de julio. Una edición histórica habida cuenta del año y medio que llevamos encima. En un principio estaba programada en la majestuosa Opéra Grand Avignon, situada la Place de l'Horloge (Plaza del Reloj), epicentro de la ciudad, estos días en obras. Motivo por el cual las funciones se han desplazado a la Opéra Confluence, una estructura efímera situada frente a la estación del TGV, fuera de la ciudad, a una media hora en coche del centro, a una hora andando.

Después de sopesar las opciones -hay autobuses urbanos, pero estoy alojado extramuros- decido ir caminando, dado que, según el mapa, parte del recorrido es paralelo a la ribera del río Ródano y pasa por el llamado Pont St-Bénézet, de origen medieval, del que solo queda una parte en pie. San Bénéze fue un niño pastor local al que los ángeles mandaron construir un puente sobre el río. El camino pronto se desvía. El paseo se convierte en una caminata por arcenes estrechos. Son las cuatro de la tarde. El tráfico a estas horas es intenso. Sólo resta una hora para que se abra el telón. Voy con tiempo. El calor aprieta. No deja de llamar la atención lo alejado y apartado de la nueva Opéra, en correspondencia con el retiro desde el que Angélica observa y se encara con el mundo. Mientras camino me asalta la imagen del peregrino.

Lleno y en silencio

La Opéra Confluence tiene un aspecto exterior que no casa para nada con el que se ve una vez dentro. Por fuera parece una nave industrial; en cambio, se podría decir que su interior es un espacio sorprendentemente acogedor. El patio de butacas ya está lleno. Por megafonía una voz invita a ocupar las pocas butacas vacías, a que nos juntemos más. Revuelo de espectadores cambiándose de sitio. Luego, silencio.

Hay ecos de 'Tristán e Isolda', hay sangre, olor, ecos también de Bacon y se hace presente el espíritu de Juan Belmonte

Y en efecto, se abre el telón: un enorme capote de brega. Una imagen. Desde que recibí el encargo de escribir la crónica de este estreno, no he hecho más que preguntarme cómo contar lo que voy a ver. He tenido la suerte de leer el texto con detenimiento durante el proceso de edición hasta su versión final. Pero en las obras de Angélica la parte textual dialoga de una manera, que siempre me ha parecido misteriosa, con la imagen visual.

En realidad solo el título completo describe bien lo que acontece: hay ecos de Tristán e Isolda, hay sangre, olor, ecos también de Bacon y se hace presente el espíritu de Juan Belmonte. Texto e imágenes. Una inmolación y una ofrenda. El cuerpo de Angélica se desarticula conforme dice y hace. Una furibundia desnuda de artificio que desborda a quien está en frente. Angélica en escena, cuerpo frágil que habla y baila y canta y grita con una firmeza asombrosa, sus pies arraigados con nervio en el escenario. En realidad, su cuerpo, nervio. Desde el patio de butacas hay quien responde a sus palabras. Hay quien dice “¡Gracias! ¡Muchas gracias!” con acento francés. Hay quien replica: “¿Y tú qué sabrás?”.

Torbellino de emociones

Los espectadores reaccionan, se genera un espacio igual de efímero que el edificio donde estamos sentados, zarandeados por un torbellino de emociones y pensamiento: “Cumpliendo con el deber del sufrimiento, esta minúscula criatura que no poseyó más don que la palabra”. Porque “No estás llena de vida sino de palabras. Y con las palabras devoras a tus amantes, devoras a tus padres muertos, los aprovechas hasta los huesos”. Pero al citar a Angélica fuera del teatro, fuera del libro, se corre el riesgo de desposeerla de un contexto, el que ella va hilando por medio de imágenes y sonido.

Angélica escribe un solo libro ininterrumpido. Todos sus textos, todas sus obras, componen una sola alma. Y es su alma lo que hoy nos ha entregado. Tal vez como siempre, pero hoy incluso más que nunca. Y revuelto, conmocionado, con la respiración aún entrecortada, solo resta regresar a casa. Porque, como dice Angélica: "¿Te das cuenta de la frustración que deben soportar las palabras antes de significar algo?"