Image: Daniele Gatti

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Música

Daniele Gatti

“No me preocupa la movilización sindical, sólo Verdi y su música”

4 diciembre, 2008 01:00

Daniele Gatti. Foto: Marco Brescia

El domingo 7 de diciembre, Daniele Gatti llega a la Scala en un momento especialmente delicado para los teatros italianos, que preven reajustes en las subvenciones. La batalla sindical, liderada desde el Mayo Florentino por Zubin Mehta, podría arruinar el Don Carlo con el que tiene previsto abrir la temporada milanesa. El Cultural ha hablado con el maestro lombardo, que se mantiene sereno ante la crisis.

Ha esperado cumplir 47 años para bautizarse en la noche de San Ambrosio, patrón milanés y referencia místico-lírica porque la fiesta en su honor coincide históricamente con la prima de la Scala. Es la primera vez que Daniele Gatti (Milán, 1961) tiene la responsabilidad de oficiarla, aunque agradece que el acontecimiento en cuestión, sindicatos mediante, le sorprenda en la madurez y en el apogeo profesional. De hecho, Gatti acaba de convertirse en el heredero de Kurt Masur al frente de la Orquesta Nacional de Francia, ha debutado en el Festival de Bayreuth el pasado verano (Parsifal), pertenece a la cuadrilla de privilegiados que dirigen a los wiener y mantiene sus relaciones con los maestros de la Royal Philarmonic Orchestra de Londres.

-Su primer San Ambrosio. Y encima siendo milanés.
-El 7 de diciembre siempre me ha marcado. Cuando era niño y estudiante hacía cola para conseguir entradas. Me acercaba a la Scala para ver el ambiente. Me apasionaba. Después me contentaba con oír las funciones por la radio. Es una emoción especial. Pero me tranquiliza saber que la posibilidad de abrir la temporada de la Scala ha llegado en el momento idóneo. Ni antes ni después.

-¿A qué se refiere?
-A la madurez, a la solidez de la carrera. Creo que una empresa de estas dimensiones tiene que afrontarse con un bagaje detrás. Musical, profesional y hasta personal. Hay que tener un cierto poso de sabiduría. Y no lo digo por petulancia, sino por aludir a la idea de la profundidad. No basta con bajar al foso y agitar la batuta. Diriges porque crees que puedes darle un sentido y una hondura a la partitura.

Una carrera de fondo
-Ha elegido un operón. El Don Carlo, de Verdi.
-Hubo, en un primer momento, la posibilidad de abrir la temporada con Turandot de Puccini, pero desestimé el título porque no teníamos el reparto de voces adecuado. Don Carlo sí lo podíamos afrontar con garantías. Y también me permitía dirigir un título de referencia absoluto. Tanto por la obra en sí como por la tradición verdiana de la Scala. Habría sido temerario dirigir a Verdi sin haber crecido lo suficiente.

-Sin dar nombres, parece usted aludir a la bisoñez y a la juventud de muchos jóvenes maestros que han alcanzado prematuramente la popularidad. Algunos de ellos, como Harding y Dudamel, han dirigido incluso obras mayores en el propio teatro de la Scala.
-No es una cuestión de nombres. Sí creo que existe un culto desmedido a la juventud y que viene considerado como una virtud absoluta. La dirección de orquesta es una carrera de fondo. Hace falta tiempo, paciencia, perseverancia. Es más importante decir que no que decir que sí. Por muy atractivas y seductoras que sean las ofertas. Por eso hablaba antes del ejercicio de la responsabilidad y de la madurez. Un director de orquesta debe conocer la música y, sobre todo, respetarla.

-En ese camino de la profundidad, ¿qué ha significado subir a la colina de Bayreuth y dirigir el Parsifal de Wagner este verano?
-Los 13 minutos de aplausos venían a demostrar, creo, la adhesión a una manera de entender la obra. Una idea ascética, sobria. Evitando lo estentóreo, eludiendo la opulencia del sonido. Debo decir que Bayreuth es un lugar especial para oficiar la música. Se percibe una atmósfera genuina, una tradición, una cultura. Y creo que mi enfoque wagneriano estaba en la línea de una tradición germana.

Tensiones sindicales
-Se le ha definido como el más germánico de los italianos. Probablemente por la manera en que usted frecuenta el repertorio alemán. De hecho, ha elegido Brahms como su tarjeta de presentación con la Orquesta Nacional de Francia.
-Nunca me ha gustado encasillarme. Y del mismo modo pienso que una orquesta, sea del origen que sea, puede mostrarse sensible al intercambio de ideas musicales. Creo que la interpretación está muchas veces más en lo conceptual, en la lectura y en las ideas que en el sonido mismo. Lo cual no implica que no haya diferencias entre unas y otras formaciones. Dependiendo incluso del país. Hay una brillantez y una electricidad en las orquestas británicas. Como hay un soplo lírico en las italianas. Y como hay una morbidezza extraordinaria en los arcos de la Filarmónica de Viena. Ahora bien, soy contrario a la idea de que una agrupación se distinga sólo por su solvencia en el repertorio nacional, en el propio.

-¿Qué le ha animado a aceptar la Nacional de Francia?
-La conocía bien porque la he dirigido como invitado y, en cierto modo, la he visto crecer en los últimos años. Aprecio en primer lugar el excelente trabajo que ha realizado Kurt Masur. Les ha inculcado el repertorio germano y ha conseguido una orquesta dúctil. Me atraían muchos las condiciones de trabajo en París. Me interesaba profundizar el vínculo con la Nacional de Francia porque tiene muchas posibilidades. Ahora me corresponde establecer a mí un nuevo camino.

-¿Y no le asustan las tensiones sindicales? ? Usted viene vacunado de Londres (Royal Philarmonic) y de Bolonia (Teatro Comunale), pero ya sabe como se las gastan los sindicatos franceses.
-De momento no he encontrado el menor obstáculo. Es más, me ha sorprendido porque su periodo de ensayos es muy superior a las otras formaciones europeas.

-Una de las más grandes, la Filarmónica de Viena, recurre a usted con bastante asiduidad. ¿Hay una relación especial con los Wiener?
-Los conocí en 2002, con ocasión de una producción de Simon Boccanegra en la ópera de Viena. Y noté que se produjo desde el principio una relación de afinidad y de sintonía extraordinaria. No he dejado de trabajar con ellos desde entonces. Digamos que pertenezco a la baraja de directores habituales. Sin ánimo de entrar en competiciones y clasificaciones, sí puedo decir que la relación con la Filarmónica de Viena no puede compararse a ninguna otra. No hablo de si es mejor o si es peor. Digo simplemente que es distinta, enormemente especial.

-Es una orquesta tan particular y tan autosuficiente que se permite prescindir de un maestro titular. Tampoco la Scala tiene ahora un director permanente. ¿Cree que es un problema?
-En efecto, el caso de Viena no puede extrapolarse como modelo y como referencia. Es una excepción en todos los sentidos. Una orquesta y un teatro no pueden permanecer sin un director titular. Y me refiero a que el vaivén de muchos maestros distrae la homogeneidad del trabajo y contradice la estabilidad. Mi impresión vale para Milán como para otras compañías. No es cuestión de buscar polémicas.

-Ya sabe que se le menciona como candidato fiable a la Scala.
-No participo de ninguna carrera ni he entrado a valorar una titularidad en Milán. Hay proyectos concretos que me interesan, empezando por este Don Carlo.

-¿Le preocupa, también aquí, una movilización sindical?
-Mire, yo sólo pienso en Verdi y en la música.