Música

Mortier, el agitador

por Rubén Amón

4 diciembre, 2008 01:00

Los panegiristas y hagiógrafos de Mortier recuerdan que su eminencia tenía en su despacho de Salzburgo una fotografía de Thomas Bernhard. Naturalmente porque el escritor austriaco abominaba del provincianismo local y aborrecía a la aristocracia filonazi que se pavoneaba impune en la pasarela del Grosses Festipielhaus. Era una provocación de Mortier. Una provocación propagandística y hueca. El sucesor de Karajan a la orilla del Salzach invocaba a su antojo el espectro maldito de Bernhard, pero nunca bregó para escenificar sus obras en el Festival. Nunca.

Y no puede objetarse que el autor de Plaza de los héroes hubiera prohibido cualquier representación en superficie austriaca. Sus herederos ya habían contravenido las póstumas voluntades cuando Mortier asombraba en el Festival de Salzburgo. No, no hay contradicción entre las aptitudes del enfant terrible y en su predisposición a la propaganda. Mortier ha sido un agitador cultural y un pionero de la ópera interdisciplinar tanto como ha sido un maestro de la comunicación. Le importaba que se hablara de él y de sus proezas, más o menos como si la dialéctica enconada de partidarios y adversarios alentara su fama de genio, de transgresor y de polemista.

De ahí el interés del retrato de Bernhard. El alarde de Mortier se quedaba en el gesto y en la fuerza simbólica. Es notorio que el intendente belga defendiera en los salones al incómodo vecino salzburgués, pero nadie sabe que las obras de Bernhard se han representado en el Festival cuando Mortier ya se había marchado. Es el matiz que transita del savoir faire (saber hacer) al faire savoir (hacer saber). Un juego de palabras que ha echado raíces en la ejecutoria de Mortier y que va a definir igualmente su experiencia de reciclaje en el Teatro Real de Madrid. Es una carambola. Una carambola interesante y digna de celebración, pero sujeta a la accidentalidad misma de la jugada.