Image: Diana Damrau

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Música

Diana Damrau

"Necesito a Mozart como el aire que respiro"

18 diciembre, 2009 01:00

La soprano alemana en La Ariadna en Naxos del Teatro Real (2006). Foto: Javier del Real

Es una de las sopranos líricas que más pasiones levanta. Su asidua praesencia en los grandes teatros y su extraordinaria facilidad para la coloratura, como vuelve a demostrar en su último disco, hacen ineludible la visita al Teatro Real este miércoles.

Ópera de Frankfurt, 2006. Mitad del primer acto de La flauta mágica de Mozart. La Reina de la Noche se abre paso entre unas montañas de cartón piedra montadas sobre una plataforma hidráulica. En plena elevación, los oropeles del vestido se enredan en la maquinaria y la Reina se ve forzada al striptease. Es Diana Damrau. Sin colorantes ni conservantes. "Se ha especulado mucho sobre lo que ocurrió en Frankfurt -explica la soprano alemana a El Cultural-. Pero lo cierto es que no perdí más que la capa. Tampoco se llegó a cambiar una coma del libreto. Quede claro -ya entre risas- que fui la Reina de la Noche [Nacht, en alemán] y no la del Desnudo [Nackt]". Con o sin anécdota, no es la primera vez que se alude a Damrau en esos términos. Porque es la ligereza de equipaje lo que permite a su voz alcanzar el súmmum del sobreagudo.

Lleva ya diecisiete producciones de la La flauta mágica y sus 'fas' en staccato se siguen proyectando con la misma precisión. "Siempre digo que la segunda aria de la Reina es como correr los cien metros lisos. No puedes dudar ni un segundo. No hay lugar para el error". En plenas facultades vocales, la alemana regresa el miércoles al Teatro Real con un programa que fuerza el eclecticismo en aras de la exhibición y el lucimiento. Lo hace tres años después de su debut en la Ariadna en Naxos de Strauss y con Coloraturas, su última aventura discográfica, bajo el brazo.

Meryl Streep musical.
Más refinada y discreta, Diana Damrau (Gunzburgo, Baviera, 1971) no reniega de la generación de divas que le ha tocado vivir, y que encabeza la explosiva Anna Netrebko. La prueba está en el Rigoletto del Metropolitan en 2006, donde sustituyó a la rusa durante su embarazo. Aquella Gilda del primer reparto llevaba un mensaje implícito y sirvió para formalizar la confianza que los neoyorquinos habían depositado en su Zerbinetta un par de temporadas atrás. "Me siento muy cómoda delante del público norteamericano, que a menudo se muestra mucho más espontáneo y receptivo que el de algunos grandes templos europeos". Allí la prensa la ha etiquetado como la Meryl Streep de la lírica. Por su desparpajo sobre el escenario y su profundo calado emocional. Una soprano convincente y versátil, cuya iniciación musical se atiene al efectismo que tanto gusta al otro lado del charco. Se ha insinuado incluso que su primer contacto con la ópera podría haberlo ficcionado Paul Auster. "Tenía doce años cuando una noche mis padres se fueron a cenar y me dejaron viendo la televisión. Después de hacer zapping un rato, llegué por casualidad a la retransmisión de la La traviata de Zeffirelli. Con Plácido Domingo y Teresa Stratas. La vi de un tirón. Y cuando terminó, me puse a llorar de la emoción. Aquel día les dije a mis padres que quería ser cantante de ópera". Nos lo cuenta al teléfono, desde Ginebra, donde acaba de estrenar Don Giovanni de Mozart. Es su segundo debut de esta temporada, después de una triunfal Fille du régiment en la ópera de San Francisco el pasado mes de octubre. Allí volvió a coincidir con Juan Diego Flórez, a quien conoció en Dresde, en el único Duque oficial del peruano. "Es un privilegio trabajar al lado de Flórez. No sólo por su calidad como cantante, también por su personalidad. Siempre quiere aprender más y más. Es muy perfeccionista, y todo el ambiente termina contagiándose de su entusiasmo".

Roles dramáticos.
Su próximo reto es una Manon en Viena para principios de enero, cuya aria Je marche sur tous les chemins adelantará en el coso madrileño. "Me gustan los retos. Pero no es sólo cuestión de afinidades. Siempre entendí mi profesión como una constante adaptación a las circunstancias". Ya en las lindes de su agenda, se pueden leer un par de Bellinis (Puritani, Sonnambula), unos Cuentos de Hoffmann de Offenbach y algunos roles dramáticos de cierta enjundia: algo de Verdi ("mi límite dramático está, de momento, en Traviata -nos advierte- y Lucia di Lammermoor") y el tiempo dirá si algo de Wagner. "Eva o Elisabeth son dos personajes que me gustaría incorporar pronto a mi repertorio. Y en los que debo empezar a trabajar. Sin prisa, pero sin pausa". A Mozart lo visitará con la frecuencia habitual. "Lo necesito como el aire que respiro. Es un profesor particular del que siempre aprendo cosas nuevas". No lo dice, pero a la Reina de la Noche la va a dejar dormir una temporada.

A estas alturas, queda claro que Damrau se encuentra a las puertas de una nueva etapa. Así se desprende de su último disco para Virgin Classics, Coloraturas, donde la soprano aparece ataviada con retales para dar paso a una miscelánea de arias que repasa sus óperas más representativas (The Rake’s Progress, Rigoletto, El babero de Sevilla), algunos roles pendientes (la Ofelia de Hamlet o el papel titular de Linda di Chamounix) y su repertorio concertístico favorito (Romeo y Julieta, Candide). "En los últimos años de mi carrera, he tenido tiempo de reflexionar sobre el verdadero sentido de la coloratura, del belcanto, cuya intención no acaba en la pirotecnia vocal, sino que los compositores encuentran en estas cotas sonoras un nuevo vehículo hacia las emociones. No es tanto llegar como sentirse en lo más alto". Con esta idea, ha seleccionado arias de compositores tan alejados como Strauss y Bernstein para cantar, sin solución de continuidad, en italiano, francés, inglés y alemán. ¿Se trata, acaso, de otra ensalada mixta al calor de la mercadotecnia navideña? "Me gustan las ensaladas -salta al quite-. No es fácil conjugar los ingredientes y sacar sabor donde no lo había".