Image: Muti hace las Américas

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Música

Muti hace las Américas

Nueva York y Chicago reciben al director italiano

19 febrero, 2010 01:00

Riccardo Muti dirige a la Sinfónica de Chicago

A sus 69 años, el director napolitano se estrena en el foso del Metropolitan con una portentosa producción de Attila que coincide con su reciente incorporación a la plantilla de la Sinfónica de Chicago. El Cultural ha hablado con Riccardo Muti de sus compromisos "dentro y fuera" de las salas.

Riccardo Muti (Nápoles, 1941) debuta en la Metropolitan Opera House. Y lo hace con 69 años. Muy tarde, considerando su afinidad a la ópera, su presencia durante 12 años en la vecina Orquesta de Filadelfia y la tradición italiana del propio teatro neoyorquino. Es verdad que James Levine, director musical del Met, ha tratado de reclutarlo en distintas ocasiones, pero la dedicación sacerdotal de Muti a La Scala se concedía escasas infidelidades. Unas veces el Covent Garden de Londres. Otras, el Festival de Salzburgo o Viena.

Ha llegado la hora de romper el maleficio, aunque llama la atención que la presentación de Muti en el Met sea al mismo tiempo su despedida en el templo neoyorquino. No piensa dirigir otra obra más allá de Attila. Le espera la Ópera de Roma en plan mesiánico y le aguarda desde septiembre un contrato quinquenal como titular de la Orquesta Sinfónica de Chicago.

Tuvo sus dudas antes de avenirse a una segunda experiencia norteamericana. De hecho, el maestro italiano rechazó la oferta de suceder a Lorin Maazel al frente de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Prefería disfrutar de un periodo de director freelance y esperaba, al mismo tiempo, una titularidad de mayor envergadura. Chicago responde al esquema y a la altura de Muti. Puede considerarse la mejor orquesta americana -Boston, Cleveland y Filadelfia están al acecho- y puede decirse que al heredero de Daniel Barenboim en el podio le han dado todas las garantías artísticas y económicas.

Verdi, 164 años después
Es así como Muti emprende una nueva etapa en Estados Unidos. Fue capaz de sustituir a Ormandy en Filadelfia y de convertir la agrupación de Pensilvania en un instrumento prodi- gioso. Ahora le esperan en Chicago con las expectativas de otra relación histórica, aunque ha decidido antes resolver la deuda pendiente con la platea del Met. Tenía que ser una partitura de Verdi. Podría ser Attila. Ya la había desempolvado en La Scala en 1991 con un reparto de excepción -Samuel Ramey, Cheryl Studer- y una producción vistosa de Jérôme Savary. Veinte años después, el relevo generacional y las nuevas ideas escénicas le permiten "estrenar" las páginas verdianas en el teatro neoyorquino. Nunca se ha interpretado Attila en el Met, a excepción de la remota fecha de la primera representación, en 1846, y a pesar de la tradición verdiana de la que siempre ha alardeado el coliseo yanqui. Así es que la première de este martes se ha organizado con enorme repercusión en la taquilla y con medios artísticos excepcionales: un sacerdote en el foso, un director de escena audaz (Pierre Audi), un vestuario cosmopolita (Miuccia Prada) y un cast redondo. Empezando por el protagonista, Ildar Abdrazakov, y terminando por sus adláteres: Violeta Urmana, Carlos Álvarez y Ramón Vargas forman parte de la cuadrilla y garantizan el acontecimiento del año en la ópera neoyorquina.

"Claro que me ilusiona este debut y esta despedida", confiesa Muti. "James Levine se dirigió por primera vez a mí en los años setenta. No tenía tiempo para ocuparme de un compromiso tan importante. Ahora mi agenda se ha despejado y me atraía igualmente el cambio de estética del Met. Le hacía falta un nuevo rumbo en el ámbito escénico, una renovación. Soy contrario a las producciones que prevarican la ópera de manera insolente y estúpida, pero tampoco me gustan las propuestas trasnochadas y polvorientas, ni la simple figuración".

Riccardo Muti está a punto de cumplir 70 años. Lo contradicen su aspecto de cincuentón presumido y la escasez de canas en su melena de diseño. También lo desmienten su capacidad de trabajo y su vitalidad. Mantiene la tutela de la joven Orquesta Cherubini, conserva su relación privilegiada con la Filarmónica de Viena y se ha atrevido a refundar la Ópera de Roma.

Presión y sacrificio
No parecen haberle escarmentado las presiones administrativas, políticas y sindicales que precipitaron su dimisión de La Scala en 2005, aunque exige todas las garantías y todas las evidencias para convertir el romano Teatro Costanzi en un espacio digno de la capitalidad italiana. "He dejado claro que hace falta una renovación total. No pienso aceptar injerencias políticas ni intromisiones del poder, todas ellas características de lo que ha ocurrido en Italia durante decenios. No me interesa trabajar así. En todas partes me preguntan quién me manda meterme en la Ópera de Roma. La realidad es que estoy dispuesto a hacer un sacrificio. Porque tengo un amor patológico por mi país. Antes de meterme en harina quiero garantías de un proyecto inteligente, moderno, ágil y abierto a todas las posibilidades".

Es cuanto le han ofrecido en Chicago. Riccardo Muti debutó en la orquesta norteamericana en la temporada de 1973, aunque la relación bilateral conoció después una interrupción de 32 años. El reencuentro fue tan intenso y tan aplaudido que ambas partes convinieron regularizar el compromiso. De momento comprende un lustro, aunque el napolitano es un especialista en los idilios prolongados. Una década estuvo en la Philharmonia de Londres, 12 años permaneció en Filadelfia y casi veinte resistió en el foso de La Scala de Milán.

"Me consta que los músicos de la Orquesta me habían reclamado. Me he entendido muy bien con ellos y pienso que se dan las condiciones para llevar a cabo un gran trabajo artístico. Chicago es una ciudad que me atrae. Pero no voy a limitarme a la sala de conciertos. Tengo una serie de planes sociales. Quiero llevar la música a los colegios y a las cárceles. Además cuento con el apoyo de Yo-Yo Ma, que enseguida se ha interesado". Y es que a Muti le ha marcado la experiencia de interpretar un concierto de piano en la prisión de Bollate, en Lombardía. Un recluso le remitió una carta "sobrecogedora" sugiriéndole la posibilidad de hacer música para los presos. El maestro se avino y ha convertido aquella experiencia en una especie de precedente y de misión. "Lo que hayáis podido leer de mí -dijo a los reclusos- es falso. No soy ni distante ni superior. Como tampoco la música clásica está reservada a una élite. No hay que ser un intelectual para escucharla. Sólo creo en la aristocracia del alma".

Muti apadrina la vuelta "oficial" de Carlos Álvarez

En Nueva York lo conocen como Carlos ‘Rigoletto' Álvarez, pero una lesión epitelial en una de sus cuerdas vocales le ha impedido prodigarse por los grandes títulos verdianos este último año. Can- celó un Macbeth de la Ópera de París, varios Bailes de máscaras -Viena, Madrid y ("quizá el más doloroso") Covent Garden londi- nense- y un par de Boccanegras. "Fue un momento de zozobra, en el que llegué a temer por mi vuelta a los escenarios", nos cuenta el barítono malagueño, a quien Muti, amigo y compañero de batalla, ha querido revalidar con este Attila, su "regreso más oficial".