Image: Ópera exprés

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Música

Ópera exprés

Cancelaciones de última hora proyectan a los nuevos talentos

30 abril, 2010 02:00

Jorge de León como Andréa Chénier en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.

Catástrofes naturales, enfermedades o brotes de divismo pueden alumbrar inesperados valores, como el reciente descubrimiento de Jorge de León en el Real. Los cambios de última hora regeneran la a veces anquilosada maquinaria operística. Descubrimos cómo.

Groucho Marx no entendía de ópera, pero intuía el caos al otro lado del telón. Por eso Una noche en la ópera no duda en adulterar Il trovatore de Verdi para dar cuenta de las entretelas de un gremio que escapa a la estadística y que a menudo se mueve en los límites de sus propias ficciones. Así ha ocurrido con ocasión de la reciente nube de polvo volcánico que ha colapsado los transportes a ambos lados del Atlántico. Grandes teatros de ópera, como el Metropolitan de Nueva York o el Covent Garden londinense, se han visto obligados a organizar repartos alternativos e improvisar planes de contingencia ante una eventual cancelación. La consigna pasa por que los segundos repartos cubran a los primeros, los roles principales se cambien los días y los cover -sustitutos de emergencia- no den abasto mientras el equipo artístico reserva billetes, habilita camerinos y prepara las cuartillas con los avisos pertinentes. "Quienes piensan que la ópera es una disciplina carente de acción -nos cuenta un tramoyista- es porque no conocen lo que se cuece aquí, entre bastidores".

En medio del desconcierto de fechas y cachés, los cantantes noveles aprovechan su minuto de gloria para dar el do de pecho y ganarse a la afición en una tarde. Es una tradición centenaria la que hace de estos relevos generacionales in extremis una ceremonia no exenta de oficiosidad. Plácido Domingo adelantó su debut internacional en Nueva York por una indisposición de Corelli, Pavarotti catapultó su carrera sustituyendo a Giuseppe di Stefano y Montserrat Caballé le debe sus primeros bravos a una convaleciente Marilyn Horne. Sirvan estos ejemplos para autorizar al tenor canario Jorge de León, ex policía municipal y prueba de de la efectividad de las cancelaciones desde que el pasado mes de febrero desplegara todo su potencial mientras cubría, en el Andrea Chénier del Teatro Real, la anulación de Marcelo Álvarez. "Todo sucedió muy deprisa -dijo entonces-, así que ni me planteé decir que no".

Hay montajes cuya trasgresión se puede cobrar la salud de los cantantes. Tal es el caso de la acuática Katia Kabanová que Robert Carsen concibió en Madrid. En un gélido diciembre, Karita Mattila venció la batalla al resfriado con estufas y toallas entre acto y acto. Menos suerte tuvo su compañera de cartel, Julia Juon, a la que debía reemplazar la mezzo alemana Dalia Schaechter, que se encontraba en Colonia la misma tarde en la que los pilotos de Lufthansa se declaraban en huelga. Recuerdan en el teatro que su taxi paró frente a la entrada de artistas mientras por megafonía se instaba al público a desconectar los teléfonos móviles. Dos horas más tarde, Schaechter mereció cada una de las tandas de aplausos con que le correspondió el público madrileño. "No existe un protocolo de actuación cuando todo se tuerce -nos cuenta Antonio Moral, director artístico del Real-. Lo mejor en estos casos son unos nervios de plomo. Que, pase lo que pase, no se pierda la calma".

Una catástrofe natural, un brote repentino de gripe o un inesperado ataque de divismo mantienen en alerta a los grandes coliseos, que no están exentos de su particular siniestralidad. ¿Hay algún médico en la sala?, se requirió durante las páginas finales de La bohème en la Ópera de Oslo cuando el director Mariss Jansons cayó al suelo a causa de un ataque cardiaco. "No hay tiempo que perder -cuenta el doctor Valentín Fuster de la American Heart Association que suministra desfibriladores al Liceo- cuando por cada minuto que pasa se pierde entre un 7 y un 10% de esperanza de vida". Algo parecido estuvo a punto de sucederle a Mauricio Sotelo, que el pasado 1 de marzo aguantó estoicamente hasta el final de su De llama oscura con un pinchazo en el pecho y un hormigueo en el brazo. Se desvaneció en la tanda de aplausos y fueron los propios músicos del Ensemble Residencias quienes lo trasladaron al Clínico. La coyuntura era sinfónica, pero el remedio que le salvó la vida procedía de la botica lírica de Gérard Mortier, que había acudido como público y pudo suministrar al compositor unas píldoras homeopáticas mientras lo evacuaban. "Se ve que Mortier -bromea un recuperado Sotelo- está acostumbrado a este tipo de tensiones".

Pánico en la escena
En Barcelona, nadie olvida el Don Giovanni que el Liceo encargó a Bieito. "Durante el segundo acto -recuerda Joan Matabosch, su director artístico- la soprano Véronique Gens sufrió un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento". Se estaba informando de lo sucedido por megafonía cuando Heidi Brunner, soprano y esposa del maestro Bertrand de Billy que dirigía a la orquesta, se ofreció como sustituta. "Lo mejor fue, sin duda, la expresión de sorpresa del maestro cuando vio a su esposa aparecer en el escenario saludán- dolo discretamente". En el mismo escenario, José Cura, Elina Garanca, Aquiles Machado, Marcello Giordani, Stefano Secco, Micaela Carosi, Stephen Gould o Frank van Aken no desaprovecharon su ocasión como repartos exprés.

Uno de los casos más sonados internacionalmente fue el del tenor italiano Antonello Palombi, que fue empujado, en vaqueros y camiseta, al escenario para dar cobertura al Radamés de la Aida con la que La Scala abría su temporada, segundos después de que Roberto Alagna se enfrentara verbalmente con el público y se marcara un mutis antológico. En el anecdotario encontramos también un misterio balístico, equivalente al de la película El cuervo, del que fue víctima Fabio Armiliato durante las fusilamientos de una Tosca de improvisado hiperrealismo y cuya metralla le costó una cirujía pero colocó su nombre y el del Festival de Macerata en los titutulares de la prensa mundial.

Se entiende, dadas las circunstancias, que las erupciones del Eyjafjalla hayan mantenido en vilo a los aficionados a la ópera, que se preguntaron quién sustituiría a Anne Sofie von Otter, atrapada en Estocolmo, en caso de que no llegara a tiempo a la Lulú del Metropolitan. Suplentes no faltaron. "Recuerdo que la espantada de Gheorghiu en La traviata -nos cuenta Emilio Sagi, director artístico del Teatro Arriaga- encumbró a Norah Amsellem. Me atrevería a decir que casi todos los cantantes saltan a la fama con ocasión de una sustitución. Es el ciclo vital de la ópera. Pavarotti sustituyó a Di Stefano y Ramón Vargas se hizo un nombre como el Rodolfo que no pudo encarnar Luciano".