Peleas, arrestos, drogas, desempleo, casas ocupadas, huelgas, reconversión industrial... La Inglaterra de los 70 era un territorio hostil para la juventud pero a la vez un contexto muy estimulante: se disfrutaba de una manera salvaje. Ese es el trasfondo socioeconómico que dibujan los integrantes de The Clash en su Autobiogafía grupal (Libros del Kultrum), muy similar, por cierto, al que hizo germinar nuestra Movida.

En la calle siempre había que estar alerta. Las circunstancias en que se conocieron reflejan esa tensión perpetua. La escena es la siguiente: Joe Strummer, el vocalista, está en la oficina del paro esperando a cobrar su puñado de libras. Por allí, juntos, recalan también Mick Jones (guitarrista) y Paul Simonon (bajista). Strummer recela: “Me llamaron la atención, ya que tenían un aspecto distinto a los demás. Creí que habría problemas, y ya estaba pensando a cuál soltarle el primer puñetazo”.

A Joe le gustaba mucho Lorca y ese es el espíritu de la canción ‘Spanish bombs’, recuerda el guitarrista Mick Jones

El valor del libro es precisamente este: escuchar testimonios directos de los miembros de la banda, protagonistas de una fascinante aventura que los condujo desde aquel anonimato precario a erigirse, junto a los Sex Pistols, en estandarte del movimiento punk... Aunque la banda de Sid Vicious gozó de más notoriedad mediática, The Clash fue un grupo con un poso ideológico más comprometido (o menos nihilista) y una paleta estilística más rica. En su corta e intensa carrera, de 1977 a 1983, grabaron cinco discos: The Clash, Give ‘Em Enough Rope, London Calling, Sandinista y Combat Rock, a los que hay que sumar el Cut the Crap de su caótico epílogo, que se extendió hasta 1986, ya sin Mick Jones y Topper Headon. En ese tiempo trascendieron el brutalismo punk para conjugar ritmos del rockabilly (Strummer amaba la música americana) y del reggae, que mamaron en el barrio más antillano de Londres: Brixton. Siempre tuvieron muy conectadas las antenas, de lo que da prueba esta revelación de Micken 1980, a cuento de una de sus visitas a Nueva York: “Estaba tan obsesionado con el rap y el hip-hop que los demás me llamaban ‘Whack attack’. Me paseaba por ahí con un radiocasete y llevaba una gorra de béisbol al revés. Se cachondeaban de mí pero estaban abiertos a mis propuestas”.

Su compromiso izquierdista no se limitó a contestar el liberalismo de Thatcher (Career Opportunitieses un himno contra el precariato). Sandinista, su triple álbum, evidencia un internacionalismo revolucionario que se extendió hasta nuestra Guerra Civil, a donde Strummer llegó desde la poesía. Lo recuerda Mick: “A Joe le gustaba mucho Lorca y ese es el espíritu de la canción Spanish Bombs”.

El cuarteto alcanzó una alta sintonía. Iban todos a una. Pero el ambiente degeneró a la misma velocidad de su éxito. Cinco años sin parar, entre grabaciones y giras, les quemaron. Y las adicciones de Topper Headon agravaron los roces. Fue el preámbulo de la disolución. “Si tu baterista se desmorona, todo se viene abajo como una casa sin cimientos”, apunta Joe hacia el final de un volumen que se lee como un diario coral. Su música también tuvo ese carácter de dietario de una época airada. De hecho, decidieron llamarse The Clash (el choque, el conflicto) porque era una de las palabras que más se repetía en los titulares de los periódicos que hojeaban entonces. “Representaba por igual –concluye Mick– cómo nos sentíamos y cómo sonábamos”.

@albertoojeda77