Coreada felizmente por el público, "fuck the king" fue la consigna más repetida anoche en el Wizink Center por parte de la banda británica Idles, actuales estrellas del post-punk (por más que ellos rechacen esa etiqueta). ¿Y qué rey, el suyo o el nuestro? Quedó claro pronto: "Fuck every king", precisó el frontman y vocalista Joe Talbot entre canción y canción.
Más allá de las proclamas antimonárquicas, también las hubo contra el Brexit, la xenofobia y el “repugnante genocidio” en Gaza (al contrario que sus compatriotas y rivales Sleaford Mods, que acabaron antes de tiempo su último concierto en Madrid, en noviembre, porque alguien del público les arrojó dos veces un pañuelo palestino al escenario).
Las reivindicaciones políticas fueron quizás los momentos de mayor conexión entre Idles y el público (sin contar los 20 o 30 incondicionales del pogo de las primeras filas) en un espectáculo que resultó algo frío a pesar de su potencia, demasiado largo (dos horas justas) y claramente pensado para escenarios más pequeños que el Wizink Center, que ayer estaba montado en su configuración reducida.
No había pantallas ni realización audiovisual. En lugar de eso, grandes telones negros rodeando el escenario y tapando casi todas las gradas menos la del fondo, donde el sonido llegaba (allí estaba ubicado este cronista) completamente desequilibrado: muchos graves, algo de agudos y nada de medias frecuencias, haciendo imposible distinguir melodías ni armonías, solo la precisión rítmica de la banda. El fiable testimonio de un melómano bregado en mil conciertos nos asegura que el sonido en la pista, en cambio, era muy bueno.
Idles llegó a Madrid (hoy actuarán en Barcelona) con su quinto álbum bajo el brazo: Tangk. Cinco discos en solo siete años por parte de una banda prolífica y creativamente inquieta. En este nuevo trabajo, grabado en los estudios La Fabrique de la Provenza, la banda nacida en Bristol en 2009 ha ido en busca de nuevos sonidos, con la producción de Nigel Goodrich (productor habitual de Radiohead y del primer disco de The Smile), Kenny Beats (su técnico habitual) y el miembro de la propia banda Mark Bowen.
Si bien el nuevo disco es más experimental, con más sintetizadores y con una paleta armónica y melódica más amplia, su propuesta en directo sigue siendo enérgica y atronadora, un auténtico muro de sonido, pero ahora con algo menos de rabia. De hecho, ellos aseguran (¿será ironía?) que “todas sus canciones son de amor”. Lo dicen en las entrevistas y lo dijeron anoche también en el recinto madrileño. Tienen “mucho amor que dar” a través de su música y a la vez agradecen que el público se lo devuelva yendo a sus conciertos.
Uno de los sencillos con los que han promocionado el álbum, con buen tino, es la explosiva Dancer, un tema grabado en alianza con LCD Soundsystem. Una descarga de guitarrazos amenazantes con una letra que habla de bailar cheek to cheek (mejilla con mejilla), como en el clásico de Fred Astaire, pero con más sudor y espasmos.
Otro de los adelantos del disco fue Grace, con un videoclip que es una copia del mítico Yellow de Coldplay, en el que literalmente vemos a Chris Martin caminando por la playa bajo la lluvia pero pronunciando la letra de la canción de Idles, deep fake mediante. Esta idea tan loca la soñó Joe Talbot, que pidió permiso a Chris Martin para obrar el truco digital.
La interpretación de estos dos temas fueron algunos de los mejores momentos del concierto de anoche, además, por supuesto, de su ya mítica Danny Nedelko, una canción dedicada a un amigo cercano de la banda, oriundo de Ucrania. “Una celebración —como dijo anoche Talbot— de la inmigración en nuestro país y en el vuestro, un homenaje a su valentía, a su fuerza de voluntad y a su trabajo”.