Herederos de grandes estrellas de la música, ¿granujas a todo ritmo?
Grabaciones inéditas, catálogos de canciones, hologramas, museos, merchandising... todo vale en los legados para preservar la memoria del artista y... hacer caja.
16 marzo, 2024 01:43Un testamento impugnado, una familia en guerra y un escándalo póstumo pueden convertirse en la tormenta perfecta para conseguir que un patrimonio musical salte por los aires y caiga en desgracia. Si a esa ciclogénesis le añadimos el poder expansivo de las redes sociales, los fantasmales hologramas y las plataformas de streaming, el fenómeno puede alcanzar resultados inimaginables. O quizá no tanto.
Porque no cuesta imaginarse qué hizo el Coronel Parker a la muerte de Elvis Presley (especialmente después de declarar que Elvis se llevaba el 50% de lo que él ganaba), qué ocurrió con las grabaciones póstumas de Otis Redding –(Sitting’ on) the Dock of Bay incluida–, la encrucijada financiera tras el accidente aéreo de 1959 en el que murieron Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper, donde, dicen, “murió la música”, o el monumental laberinto jurídico formado por la ausencia de testamento de figuras como Kurt Cobain, Amy Winehouse, Jimi Hendrix, Billie Holiday o Sam Cooke, entre otros muchos.
A todos estos nombres, que alcanzaron la fama en vida, cabe añadir aquellos artistas que tocaron el éxito musical mucho después de su muerte, como el británico Nick Drake, reivindicado desde que se escuchó su bellísima música en las nupcias de Angelina Jolie y Brad Pitt.
El ‘patrimonio’ de Michael Jackson trabajó en firme para recuperar su memoria tras las querellas recibidas
“Con el fin de alimentar las máquinas de los patrimonios se saquean los archivos de grabaciones para mantener el interés de los fans –algo que que el streaming ha acelerado furiosamente– y los objetos personales llenan tanto las paredes de exposiciones como los lotes de subastas”, señala el periodista musical Eamonn Forde en Royalties de ultratumba (Liburuak).
Los patrimonios –llamaremos así a todo el entramado de interesados en que no decaiga la llama y la fama del músico en cuestión (familiares, mánagers, fundaciones, discográficas, albaceas, bufetes, admiradores...)– tienen, según Forde, un doble objetivo: mantener la relevancia del artista ante el público y seguir generando dinero.
Poco ha cambiado la filosofía de la nueva ‘vida’ del artista desde agosto de 1977, año en el que se inauguraron los patrimonios modernos gracias a lo que el escritor Greil Marcus denominó ‘Elvis Muerto’.
Sí, para que nos hagamos una idea el de Tupelo publicó 24 álbumes de estudio y 17 de bandas sonoras a lo largo de 23 años de carrera. Desde su muerte, van para 50 ya, han salido más de cien recopilaciones póstumas.
Otro Rey, esta vez del Pop, Michael Jackson, también convirtió su herencia en un jaleo monumental (dejó a su padre Joe fuera de la herencia) al que se añadió el plus de las querellas recibidas por supuestos abusos (en 2005 fue declarado inocente de todos los cargos).
Su “patrimonio” tuvo que trabajar en firme para que la memoria de Jackson, fallecido en 2009, no se resintiera. A partir de 2010, el autor de Thriller ha encabezado la mayor parte de las listas anuales de Forbes en el apartado de ‘celebridades fallecidas mejor pagadas’. Una lista, por cierto, de la que Elvis Presley no se ha bajado desde 2001, fecha en la que la revista empezó con este ránking de los más ricos del cementerio.
Otra artista fallecida dramáticamente fue Whitney Houston. Era febrero de 2012 cuando la gran voz estadounidense abandonaba los escenarios para siempre. Se hacía cargo de su patrimonio su cuñada Pat Houston, mánager también durante su última década. Tuvo que vender la mitad de su patrimonio para realizar proyectos como giras con hologramas, musicales y un biopic. “Nunca asumiría ni haría nada que supiera que Whitney no haría”, justifica la albacea en Royalties de ultratumba.
Precisamente, una de las técnicas que más han dado que hablar a los patrimonios es la de los hologramas. El logrado para dar ‘vida’ a Maria Callas conquistó a todo el mundo, incluidos a aquellos que velaban celosamente por una memoria digna de la diva.
El caso de Amy Winehouse fue distinto. Muchos pensaban que ‘resucitar’ a la cantante británica era ir en contra de su voluntad, pues Amy detestaba las giras y odiaba la fama. Hubo cancelaciones y su fortuna se repartió entre sus padres, que se habían separado hacía años.
La columna vertebral del libro de Forde intenta plantear la tensión que se produce entre la dura realidad del negocio de la música y la fidelidad al legado artístico. Ocurrió en polvorines como el de Luciano Pavarotti, que murió en 2007 con deudas que rondaban los 8 millones de euros. La mecha, entonces, ya estaba encendida...
Unos años antes, 2003, fallecía también Johnny Cash. El autor de Ring of Fire intentó reunir sus recuerdos pero su legado cayó en el descuido. “No se hizo ningún esfuerzo formal por preservar y proteger sus posesiones y objetos. Es una pena”, señalaba Mark Stielper, ‘arqueólogo’ musical de la familia Cash, que en 2019 corrigió la tendencia con un sitio web donde se recogían todos los espectáculos del Hombre de Negro desde 1954.
Finalmente, Forde también hace un guiño a los músicos vivos que se preocupan por ordenar su legado cuando no por vender directamente su catálogo. Como Bob Dylan, un pionero (también en esto) en lo que se refiere a recopilar su vasto archivo de estudio y conciertos en vivo.
Una prueba de ello son sus famosas The Bootleg Series, inauguradas en 1991, un ejemplo para otros grandes como Neil Young. Forde concluye que el patrimonio musical, debido a sus características, es la “apoteosis” del negocio patrimonial. “Tiene que proteger más derechos y tiene que encontrar nuevas formas de salir adelante”.