Alaska, en el Museo del Romanticismo de Madrid

Alaska, en el Museo del Romanticismo de Madrid Cristina Villarino

Música

Alaska se revela en un documental que repasa su vida y su obra: "Me moviliza Warhol, no el Che Guevara"

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"Qué buena propuesta", dice Alaska (Ciudad de México, 1963) al encontrarse con el periodista y los fotógrafos en una de las salas del Museo del Romanticismo. El recargamiento ornamental decimonónico le enrolla, tanto que alguna vez ha celebrado aquí algún aniversario con Mario Vaquerizo, su marido.

El encuentro lo motiva el estreno del documental Alaska Revelada, dirigido por Pite Piñas, que estrena Movistar Plus+ (en colaboración Shine Iberia) el próximo 15 de diciembre, un tríptico (Salud, Dinero y Amor se titulan los capítulos) que recorre su rompedora trayectoria de sexo (sin barreras de género), drogas (capeando la heroína pero abriendo las puertas de la percepción con LSD) y tecnopop (acaudillando con carisma irresistible Los Pegamoides, Dinarama y Fangoria). Un itinerario que va del plató de La bola de cristal al de Cine de barrio, del underground caníbal de la Movida al folclore popular cañí.

Icono transversal y omnívoro, venerado y también contestado, Alaska (Olvido Gara en el DNI) gasta una amabilidad y una exquisitez en las formas propias del cuerpo diplomático. Y un talante para la conversación desinhibido, en las antípodas del tabú mojigato. Con ella se puede hablar de todo. Un gusto.

Pregunta. Confiesas que has hecho ahora este documental, en el que te desnudas tanto, porque es un buen momento en tu vida, con salud, dinero y amor. ¿Dirías que eres hasta feliz?

Respuesta. Bueno, ahora, aquí, sentada contigo [del museo hemos ido al lobby de un hotel cercano], sí. Pero todo puede cambiar en un instante. Menos mal que todo esto lo hice antes del accidente de Mario, porque, si no, hubiera estado muy mediatizado por él. Amén de eso, sí que es un buen momento para mí, lo que me permite tomar riesgos, como remover muchos recuerdos.

P. Entras a todos los trapos, incluso los más peliagudos: costumbres sexuales, drogas, cirugía estética... Con naturalidad.

R. Es que, si habláramos con naturalidad de ello, sería incluso más normal todo eso. La ebriedad es parte de la historia de la humanidad. Yo tengo la licencia de que, aunque a mi generación se la presupone ultradrogadicta, yo me mantuve al margen. Yo estaba enganchada a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. La cirugía estética… Parece que solo nos operamos Madonna, Cher y yo. Las grandes diosas de la intelectualidad no se operan, no, no, ya… [tono irónico]. Y de la sexualidad cada uno decide hasta dónde quiere contar pero yo crecí en un país en pleno destape, con las revistas del corazón, las Interviús, y lo encuentro tan normal.

"Lo del dinero lo resumiría así: nunca he hecho nada para ganarlo que no haría gratis"

P. También hablas abiertamente de dinero, tema que a los españoles les da pudor.

R. La hidalguía… Yo soy más americana en eso. Lo del dinero te lo resumiría así: nunca he hecho por ganarlo nada que no haría gratis.

P. Venir a España con diez años fue un choque cultural. ¿Sigues sintiendo un punto de ajenidad hacia este país?

R. Lo sentiré siempre, pero cuando voy a México el punto de ajenidad es todavía mayor.

P. Del centro de Madrid, en cualquier caso, no hay quien te mueva. ¿Qué te da esta ciudad?

Alaska se revela en un documental que repasa su vida y su obra: Me moviliza Warhol, no el Che Guevara

Alaska se revela en un documental que repasa su vida y su obra: "Me moviliza Warhol, no el Che Guevara"

R. Lo bueno de aquel Madrid de los 80 es que no preguntaba nada. Y no era clasista. Uno de Ciudad Pegaso se juntaba con otro que tenía un chalet en Somosaguas, como los Berlanga. Eso no era una cuestión para nosotros, igual que no lo era con quién te acostabas. Madrid siempre ha sido eso, independientemente de las modas y los gobiernos. Es muy Nueva York en ese sentido.

P. Pero de entrada, en el 73, cuando desembarcaste, esto os pareció, a ti y a tu madre, mortalmente aburrido y gris.

R. Sí, pero a pesar del choque inicial, nada más llegar ya apreciamos libertades que no teníamos en México: entrar y salir, coger el autobús, pasear… Fue muy importante. Tanto que cuando mi padre decidió que se volvía a México, en el 74 o 75, mi madre y yo le dijimos que nosotras no. Y eso que había sido él, exiliado republicano, el que quiso volver a España pero, después de 40 años en México, comprobó que ya no podía vivir aquí.

P. Madrid, y toda España, estaba a punto de dar un salto de la grisura al tecnicolor, un capítulo en el que tuviste un papel protagonista.

R. Bueno, era un papel que hacía para mí. No quería cambiar el mundo, quería cambiar mi mundo. Y pasó que había muchas personas que también querían cambiar, al mismo nivel, y fue así como cambió el mundo que nos tocó vivir.

"Se suponía que la generación que iba a cambiar España era la comprometida e intelectual de Saura o Chillida, pero irrumpimos nosotros"

P. Y germinó la Movida... A finales de los 70, remarcas.

R. Sí, es importante el detalle, porque me sorprende que haya gente que hable de la Movida y se vaya al 85. Empezó más con artistas plásticos, como los nuevos figurativos, Pérez-Villalta y Herminio Molero, que rompieron con la abstracción de Cuenca. Se suponía que la generación que iba a cambiar España era la comprometida e intelectual que representaban figuras como Saura y Chillida, pero irrumpimos nosotros. Aunque eran mundos que no tenían por qué estar enfrentados, como demostró Paloma Chamorro, que ponía un reportaje de Chillida y luego otro de Ceesepe. Para nosotros, Berlanga y Azcona eran dioses. La Codorniz, un referente. Aunque estética y vitalmente no tuviéramos nada que ver. Nos interesaba Godard, sí, pero también el cine que empezaba a hacer Coppola, que a la generación anterior en cambio no les motivaba.

P. Teníais, además, una mirada más abierta a lo popular. En Casa Costus, por ejemplo, rulaban por doquier las revistas del corazón.

R. Totalmente. Nos interesaba el cine español del desarrollismo, el pop de aquí de los 60, que es riquísimo, no solo el underground y contestatario sino también el pop puro. Nos nutríamos de todo.

P. Es bonito cuando vas al Reina Sofía para ver junto a Pérez-Villalta el cuadro Salida de un concierto de rock, de 1977, en el que apareces vestida de leopardo. ¿Qué sientes ante esa pintura icónica?

R. Es curioso estar ahí, también triste verla de nuevo, porque ya no están ni Juan Pérez de Ayala, ni Bernardo Bonezzi… Pérez de Ayala era el más moderno y el más divino, alternaba a Blondie con Cernuda.

P. Alta cultura y cultura popular sanamente revueltas.

R. Así es. De hecho, en las primeras entrevistas que dábamos con Kaka de Luxe o los primeros Pegamoides la gente pensaba que las palabras aparentemente rebuscadas que utilizábamos eran postureo pero eran simplemente nuestro mundo.

P. Hay ciertos sectores de la izquierda que reprochan a la Movida haber desmovilizado políticamente a la juventud. ¿Te da rabia esto?

R. Lo que me da es miedo porque es lo mismo que decían los etarras de los yonquis. Y Álvarez del Manzano, que me preguntó una vez [imposta voz impertinente]: "Por favor, dígame usted, ¿qué ha quedado de la Movida?". Blanca Sánchez contestó unos años después haciendo una exposición en la Sala Alcalá 31 de la que hay un catálogo así de grande [gesto extendiendo lo máximo posible su dedo gordo y el índice]… A mí me moviliza Warhol, no el Che Guevara. Y si a ti te moviliza este, muy bien, pero no me digas que yo soy la desmovilizada porque me tocas el coño, básicamente. Nosotros no veníamos de Mayo del 68 sino del Studio 54, y del punk de los inicios, no el de los escupitajos sino el de hazlo tú mismo, no hay reglas… A mí todo eso me parece muy movilizador.

"¿El estigma de pepera o derechista? En su día era que me llevaba bien con Tierno Galván"

P. ¿Y te molesta también que por tener buena onda con Jiménez Losantos y Esperanza Aguirre te etiqueten como pepera o derechista?

R. En su día el estigma era que me llevaba bien con Tierno Galván. Qué le vamos a hacer… Ha habido alcaldes con los que no me he encontrado nunca, como Manzano, que solo le recuerdo por aquella pregunta, y otros con los que sí: Barranco, Leguina, que era muy simpático…

P. ¿Qué te salvó de caer en las drogas conviviendo estrechamente con tanto yonqui?

R. No tiene mérito, a mí aquello no me iba, simplemente. Mi batalla es con la comida. Hago tremendos esfuerzos por no caer en bacanales, y si caigo, como una yonqui, me digo: el lunes lo dejo. No me causa estragos en el comportamiento ni en mi economía, pero mentalmente es lo mismo.

P. El LSD sí lo has tomado de vez en cuando, de la mano de Albert Hoffman, Antonio Escohotado… ¿Qué te han aportado estos viajes lisérgicos?

R. Fue algo muy enriquecedor para la segunda parte de mi vida, que empieza alrededor de los 30. Un rompimiento de gloria, como en los cuadros. Me sentía bien, con ganas de estudiar, me matriculé en la universidad… Me sirvió de mucho pero no todo el mundo se ha encontrado con Hoffman. Es complicado, son sustancias muy poderosas, no las estoy recomendando, más bien lo contrario, porque, además, en el mundo de la prohibición es una ruleta rusa consumirlas. Pero yo tuve la suerte de encontrarme con la fuente original.

P. Con Escohotado se aprendía mucho de drogas y de todo lo demás, ¿no?

R. Mucho, de todo, sí. Era una persona muy lúdica. Un sabio disfrutón. Yo no compartía con él esa infinita fe en el ser humano. Yo te diría: esto no lo pruebes. Pero él consideraba que todos teníamos un potencial experimentador. Era un goloso de la vida, a lo grande. Yo en esto soy comedida: incluso en los momentos de expansión hago así [emite un silbido sordo] y me recojo. Soy así de pesada [Ríe].

"Creo que no estoy dotada para nada, ni siquiera para cantar o bailar. No tengo ningún don. Todo me lo tengo que trabajar mucho"

P. Eres, confiesas, casi calvinista en lo que respecta a la ética del trabajo. Así lo dices en el documental.

R. Es que yo creo que no estoy naturalmente dotada para nada, ni siquiera para cantar o bailar. No tengo ningún don. Todo me lo tengo que trabajar mucho, es mi impresión.

P. Recuerda lo que dices a lo que se comentaba, presuntamente, de Lola Flores: "Ni canta ni baila pero no se la pierdan". El poder de sugestión sobre el escenario sí lo tienes de todas formas.

R. Estás hablando de una diosa, ni se te ocurra compararme con ella [Ríe]. Lola es lo máximo para mí. Es diferente mi caso. Yo ante ella me siento en inferioridad de condiciones, como ante mi madre y mi abuela, que eran mujeres tan totales…

P. En tu casa tienes multitud de santos, un influjo de tu madre precisamente, de origen cubano. ¿Cuánto crees en ellos?

R. Es influjo de ella pero que ha arraigado en mí. Es algo en lo que yo coincidía mucho con Costus, en esa cosa como andaluza de las procesiones. A finales de los 70 esto solo se aceptaba si eras "mariquita", por ejemplo, Nazario y sus vírgenes. Fuera de ahí, en círculos intelectuales, no podías decir que eras creyente porque te consideraban un cateto supersticioso. Así que lo religioso fue un arma más para restregarla en la cara de cierta gente. Yo soy creyente, seguramente sin encajar en ningún dogma.

Alaska en el Museo del Romanticismo de Madrid

Alaska en el Museo del Romanticismo de Madrid Cristina Villarino

P. ¿No te definirías como católica entonces? ¿O cristiana?

R. Lo que no me define es la iglesia, porque no creo en las normas. El cristianismo es muy inteligente, entiendo de dónde viene, el neoplatonismo me vuelve loca, de hecho, y veo su sentido como vía de salvación. A mí lo que mi interesa es la idea de hacer el bien y no el mal. Y no comparto la iconoclastia porque a mí me sirve tener 73 santos y 23 vírgenes, que será, imagino, una reminiscencia pagana.

P. ¿O sincretista?

R. Más que sincretista, abierta a todo.

P. En la sexualidad tienes un talante similar: hablas de tu bisexualidad sin remilgos.

R. Es que cuando yo era pequeña nada de esto se cuestionaba. Había amigos que tenían novios y de repente un día estaban con una chica, y nadie pensaba nada, ocurría. Estábamos descubriendo el mundo y nadie se metía ni te metía en un cajón: hetero, bisexual, gay… Era todo más fluido. Ahora todo son cajones limitantes. Es como tener un carnet de un partido que obliga a esto y lo otro.

P. ¿David Bowie es un santo también para usted?

R. [Ríe] No, no, es otro tipo de devoción. Bowie es otro parteaguas en mi vida. Enamorarme de él en el 75 me dio una amplitud de miras de cara al futuro insospechadas. Era maravilloso que en cada disco estuviera en un sitio. Me salvó la vida.

P. ¿Cómo ves a la juventud de hoy?

R. Tampoco se puede hablar de juventud como un cajón compacto. El mundo outsider nuestro va pasando de generación en generación. Me refiero a un mundo que te remonta a tipos como Wilde y gente así. Yo siento mucha conexión con chicos y chicas que siguen ese hilo conductor y que no son el prototipo de la juventud actual. Lo que sí marca una diferencia es internet. Yo con gente de cuarenta y cincuenta siento todavía la afinidad de haber tenido la misma infancia. Lo que viene después es otra historia, otro lenguaje, como McLuhan al cuadrado.

P. ¿Y en qué es mejor y qué peor?

R. Lo bueno es tener el mundo en la mano. Es maravilloso. Yo solo tenía un libro de Lou Reed y lo que se publicaba de vez en cuando en Disco Expres o en Vibraciones o Ajoblanco. Pero sucede que, cuando un día Chris Stein, de Blondie, amanece simpático y le da por ponerme algo –un corazón, un hi– en Instagram, yo enloquezco. Y tengo 61 años... Si a mí Bowie me pone un corazón cuando tenía 12, aunque fuese solo por educación, por pensar "pobre chica esta", me hubiera trastornado. El cerebro humano no está preparado para tanta cercanía a la divinidad.