Image: Benjamin canta sobre las ruinas de la historia

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Ópera

Benjamin canta sobre las ruinas de la historia

15 mayo, 2015 02:00

Angelus Novus se envuleve en una atmósfera onírica. Foto: Pilar Écija

Los Teatros del Canal estrenan este jueves una nueva ópera povera de Jorge Fernández Guerra. En Angelus Novus trasvasa el pensamiento de Walter Benjamin a un libreto apto para el canto. Bajo la consigna de una rica austeridad, confecciona un collage con las pesimistas intuiciones del filósofo alemán sobre el devenir histórico de la humanidad.

Walter Benjamin compró el cuadro de Paul Klee Angelus Novus en 1921. Siempre le obsesionó y operó como un catalizador de sus teorías filosóficas (también lanzó una revista bajo ese nombre). El pensador alemán, inspirado por la tradición talmúdica, veía en el lienzo al Ángel de la Historia. Con la cabeza volteada al pasado, contempla un cúmulo de ceniza dejado por sucesivas civilizaciones. Su figura encarna la impotencia: el ventarrón del progreso empuja sus alas y le impide corregir los desaguisados de la humanidad. No hay margen para la intervención en una realidad que es pura ruina y espanto.

Es muy curioso que el propio Benjamin llegara a mimetizarse con esa criatura desbordada por los acontecimientos, incapaz de enmendar la enajenación de los hombres. Sucedió en el hotel de Portbou (Gerona) en el que quedó atrapado en su huida de la Gestapo, una madrugada de septiembre de 1940. Había dejado la Francia ocupada con la intención de poner rumbo a los Estados Unidos. Antes de salir de París, entregó la pintura a George Bataille, para que la custodiase (hoy sigue aleteando en el Museo de Israel). Cercado, ya sin opciones de continuar el camino liberatorio, decidió ingerir la dosis letal de morfina. Un suicidio inducido y por tanto muy cercano al asesinato.

Flashback existencial

Es en esa habitación donde arranca la ópera que Jorge Fernández Guerra (Madrid, 1952) le dedica a Benjamin, bautizada precisamente como Angelus Novus. La estrena este jueves (21) en los Teatros del Canal. No es la primera consagrada al filósofo: a Brian Ferneyhough le llevó cinco años (1999-2004) rematar Shadowtime, un collage formado por diversos pasajes de su obra. Fernández Guerra también confecciona un patchwork de siete escenas a partir de sus escritos, pero afirma que su trabajo es "menos abstracto". La estructura semeja un flashback en el que el protagonista (nunca se dice que sea Benjamin pero queda sobreentendido) rememora estampas de su vida durante un trance terminal. Hila así una evolución dramática en la que se alternan dulces sueños con pesadillas.

La primera vertiente la sirven sus evocaciones de la niñez, que toma de fragmentos de Infancia en Berlín hacia 1900, de sus Relatos radiofónicos y de Calle de dirección única... La segunda, la del tormento, está anclada en su Tesis sobre la filosofía de la historia, en las que se contiene precisamente su hebraica interpretación del cuadro de Klee. Por ahí se filtra su pesimismo existencial. "No podía ser de otra manera. Vivió en los años 20 y 30. Y pasó buena parte de ese periodo escapando de la barbarie. Benjamin se empeñó en localizar sus raíces. Creó un caleidoscopio conceptual para intentar explicársela. En él concurría el marxismo, el judaísmo, el romanticismo, el idealismo... Esa amalgama de referencias le permitía analizar con afán exhaustivo una época tan compleja. Pero fue un esfuerzo que le abocó a la dispersión y a una tensión que se lo llevó por delante".

Aunque no remató muchas de sus formulaciones, que se quedaban en la fase embrionaria del acopio de notas (buen ejemplo es su Obra de los pasajes, cuyo segundo volumen acaba de editar Abada), Benjamin dejó un valioso modelo de entrega absoluta y sincera a su misión intelectual. Fernández Guerra ha desplegado un esfuerzo equiparable para verter en un libreto la prosa ensayística de Benjamin, cuajada a base de subordinaciones kilométricas inabordables para el canto.

"El desafío era que la simplificación inevitable no paliase la vis poética de los textos ni banalizase su mensaje", advierte Fernández Guerra. Él no ha puesto nada de su cosecha. Únicamente ha extractado la literalidad benjaminiana. Y con ese material procesado Vanessa Monfort, la directora de escena, ha construido una dramaturgia que suspende deliberamente en un limbo onírico: "Estamos en una estancia con el mobiliario cubierto por sábanas, como en una casa abandonada. Los personajes las van levantando a medida que avanza su diálogo", explica la regista a El Cultural.

Un exhausto Benjamin (el expresivo barítono Enrique Sánchez Ramos) entabla un diálogo con una enigmática presencia femenina (la soprano Ruth González), que le espeta de entrada: "Un proverbio sobre el más allá dice que allí todo será como aquí". ¿Es la muerte quien habla? ¿O es la conciencia del pensador? ¿O es ese ángel de la historia al que recurrentemente aludía y revolotea como una mosca contra un cristal en el cuadro de Klee? Lo llamativo es que los parlamentos de esta vaporosa mujer también proceden de la obra del escritor berlinés. Así que Benjamin se entrevista con Benjamin, jugoso desdoblamiento para psicoanalistas.

Ese intercambio vocal se acompaña con una instrumentación discreta: flauta, clarinete, violín, piano y percusión. Prevalecen los instrumentos agudos, a fin de crear una atmósfera ligera, aérea. "Y de produ- cir una música ‘escuchable'", apunta Fernández Guerra. "Lo cual no significa comercial, porque para eso ya están los musicales. Apuesto por una partitura rica y compleja pero no experimental, que parece que tengan por obligación dar la espalda a la gente. Yo no quiero eso. Al contrario: creo que la ópera debe sustentarse en una alianza con el público", sentencia.

Una alianza que corre el riesgo de cortocircuirtarse del todo. En su día fue el género que ocupó el centro del tablero cultural, arrastrando masas y movilizando pasiones. Esa época pasó y el gremio lírico debe asimilarlo. En su libro Cuestiones de ópera contemporánea. Metáforas de supervivencia, Fernández Guerra certificó incluso la defunción de la ópera en 1925, cuando las vanguardias empezaron a apropiársela y la enclaustraron en un cubículo inaccesible para el gusto popular. El compositor madrileño intenta acuñar un nuevo pacto a través de -podríamos decir- una ópera povera (bajo esa consigna de austeridad ya levantó Tres desechos en forma de ópera, presentada en la Guindalera hace tres años). "En general, se trabaja con un repertorio histórico, un material muerto exhibido como el Cid atado al caballo. Hacen faltan más títulos originales. Y deben ser muchos. No basta que las grandes instituciones estrenen una o dos producciones al año. Así no se genera agitación, y sin agitación no habrá demanda". Y entonces ya sólo podremos dar digna sepultura a la gloriosa difunta. Triste desenlace que rebeldes como Fernández Guerra pretenden conjurar.