En su libro Historia de la ópera. Siglos XX y XXI, el compositor y ensayista Tomás Marco ofrece el análisis de unas 1.500 óperas. El autor estudia estéticas, influencias, relaciones, rasgos musicales, y disecciona con claridad, de manera sintética, aunque, eso sí, se aporten pocos datos acerca de las técnicas de canto. Pero se traza una línea evocativa inteligible y clara y penetra en rincones poco conocidos y no tan bien explicados en otras publicaciones.
La narración, en la que afloran desde Puccini a Rachel Peters, pasado por Britten y Stockhausen, está perfectamente ordenada y en ella se introducen a veces cuestiones colindantes, como la dirección de escena, las vivencias de los músicos y las relaciones entre ellos. Por supuesto, se aborda a lo largo de varios capítulos el significado y la importancia de la ópera española desde el llamado ‘europeísmo español’ a los momentos de difícil despegue y a los protagonizados por las nuevas vanguardias, con especial énfasis de la producida entre dos generaciones, la llamada del 51 y la de los nacidos después del 50. En esa franja se sitúa el propio autor del libro, que habla de sí mismo de manera impersonal y objetiva.
Hay descripciones sintéticas, definitorias y memorables. Por ejemplo, la correspondiente a Hindemith, uno de los compositores más singulares y relevantes, a través de su copiosa e influyente producción, de todo el siglo XX. En la página 135 se expone sobre él: “Nunca adoptó el dodecafonismo, aunque no tenía mucho empacho en simultanear la tonalidad ampliada con la atonalidad y practicó una ‘nueva objetividad’ en la que profundizará durante su etapa neoclasicista. Tampoco dejó de asomarse ocasionalmente al jazz, a la música utilitaria o a procedimientos renacentistas o barrocos. Con todo ello construyó un estilo propio caracterizado por su contrapuntismo, cierto sentido modal, el rechazo a los desarrollos románticos y un cierto sarcasmo irónico que suele estar presente en su música”.
Músico, pues, capital, esencial y nuclear para entender la creación de su tiempo y del venidero y de cuya estética variada aún nos estamos alimentando. Lo hacen de forma indirecta los más modernos creadores, a veces con la mirada puesta en el retrovisor y a los que Marco dedica unos cuantos capítulos. Se habla de autores aún muy jóvenes, de tal forma que nos enteramos de lo más rabiosamente actual, tanto en España (Buide, Del Castillo, Alonso, García-Tomás, Magrané, Coll…) como fuera. Hasta llegar a México, con Diana Syrse, o a Venezuela, con Miguel Farias.
El autor concluye su exposición, antes de los profusos anexos, así: “No se trataba de, simplemente, anotar todas las obras que se han compuesto, sino de reflejar que la ópera es un mundo vivo, mucho más rico y grandioso de lo que el aficionado ingenuo puede creer, y donde la creatividad todavía sigue asomando. Escribir y representar ópera no es una reliquia del pasado: es un arte aún de actualidad y con un futuro que, por ahora, no puede condicionarse”.