Estos últimos meses hemos conmemorado los 50 años de la muerte de Pablo Picasso. Un pintor elevado a los altares de la posteridad del arte. De esa posición, no obstante, está siendo descabalgado por corrientes como el feminismo, que no le perdona el nocivo efecto que tuvo en algunas de sus múltiples de sus partenaires, novias, esposas… Pero sobre la reputación de Picasso sobrevuela también otro capítulo oscuro que ha dado pie al escritor Javier Pérez (Zamora, 1970), Premio Azorín en 2006 con La crin de Damocles, a engendrar en su magín el protagonista de la novela La libertad huyendo del pueblo: el pintor español Pedro Ríos. Un diletante pícaro y calavera en parte trasunto del autor de Las señoritas de Aviñón durante la época en la que le tocó vivir en el París ocupado por los nazis.
En esa época, curiosamente, su condición de comunista y exiliado español durante la dictadura de Franco no pareció ser un problema para Picasso. Ríos, el personaje inspirado -en parte, insistimos- en él, colabora abiertamente con los nacionalsocialistas en el expolio del patrimonio pictórico francés.
Pérez precisa a El Cultural el alcance de los paralelismos que traza.“No puedo negar -dice- que existe una inspiración, pero no tanto como persona, sino como personaje. No le imputo a él, personalmente, el carácter ni los defectos que tiene mi personaje de ficción, pero no puedo negar que me parece curioso y atractivo el carácter de un famoso pintor español que se exilia de Franco porque la atmósfera cultural era irrespirable y se queda tan tranquilamente, cuatro años, en la Francia ocupada por los nazis. Pero si yo hubiese querido citar a Picasso le habría llamado Pablo Ruiz en vez de Pedro Ríos”.
Se mueve, pues, en el territorio de las conjeturas, sin pruebas de cargo definitivas. "Puede que colaborase con ellos o puede que los nazis no fuesen tan fanáticos en estos temas como los han pintado luego". Pérez, remitiéndose a Y siguió la fiesta de Alan Riding, controvertida reconstrución de la vida artística en el París tomado los camisas pardas, menciona a propósito un caso paradójico que provoca un cortorcircuito: el de la publicación de El extranjero de Camus por Gallimard, con su tapa dura. En 1942. "¿Era Camus un colaboracionista? Yo creo que no pero cuando hay personas de por medio las cosas nunca son simples”. Desde luego.
Tampoco es simple escribir novelas. El proceso de creación de La libertad huyendo del pueblo, editada por Homo Legens, lo prueba. Se vio convulsionado por la realidad. En concreto, por la eclosión del caso Gurlitt. Recuerden: aquel vejete apocado y huidizo que guardaba en su casa muniquesa un botín de cientos de cuadros expoliados por los nazis, incluidos algunos de Chagall, Matisse, Beckmann… Picasso, por cierto, también concurría en ese departamento que abrió la policía germana en 2012 alzando un maremágnum mediático que todavía hoy arroja muchas dudas. Cornelius Gurlitt, para situarnos, era hijo de un historiador, marchante y coleccionista de arte colaboracionista con los nazis.
A Pérez el hallazgo le desbarató la trama de La libertad huyendo del pueblo, que se proyectaba al presente y se adentraba en los complejos vericuetos de la comercialización del arte usurpado. “Yo quería hablar de un funcionario nazi de Propaganda (la novela se titulaba El funcionario de propaganda), que escamoteaba algunos de los cuadros que le entregaban en custodia para su análisis, venta u otras operaciones. Era una actividad oficial y el tipo se enriquecía. Y entonces, cuando tenía como como cien páginas, salió la historia de Gurlitt, que se guardó mil doscientos cuadros para sí mismo, durante sesenta años, y por métodos mucho más ingeniosos e increíbles que los que yo había imaginado para mi personaje”, recuerda el autor zamorano, especializado en la Alemania de entreguerras, periodo al que ha dedicado una trilogía: aparte de La crin de Damocles, la conforman El gris y La espina de la amapola.
Aquello era insuperable, así que tuvo que rehacer el trabajo que ya tenía hecho. Empezó casi de nuevo, porque, asegura, “era imposible escribir una novela sobre eso sin que te comparasen, para mal, con Gurlitt”. Es curioso también que el cuadro sobre el que hace pivotar la historia, La virgen con niño de Botticelli, que llevaba mucho tiempo desaparecido, salió a la luz en Nápoles justo después de publicarse el libro, hace poco más de un mes. Aunque hay que aclarar que la evaporación de esta obra de los cauces oficiales no tenía relación alguna con el latrocinio nacionalsocialista.
Ni tampoco con el Louvre, epicentro artístico en La libertad huyendo del pueblo, que incluye en su ecuación narrativa un elemento muy curioso: la evacuación de la emblemática pinacoteca, que se decretó en 1938. Las fechas del desalojo físico son más difíciles de precisar, dado que era una operación que tuvo que llevarse a cabo con la máxima discreción. Un movimiento que incita a Pérez a maliciarse las verdaderas intenciones galas en esos meses en que Europa se iba incendiando, con España como primer país en el que se desencadenaron las hostilidades entre ideologías contrapuestas, con el fascismo y el comunismo en los dos polos extremos de la dialéctica.
“En la actualidad -explica-, se cuentan muchas cosas al respecto, y las hemerotecas cuentan otras muchas, pero nada está claro del todo. Lo cierto es que en Julio del 38 se empezó a evacuar el Louvre, unos dicen que en previsión de una agresión alemana que se consideraba a la vuelta de la esquina y otros que en previsión de una nueva invasión de Alemania por parte de Francia, que ya había hecho eso varias veces en los años anteriores. Y esta vez temía que los alemanes no se conformasen con la resistencia pacífica”. Las piezas fueron transportadas a castillos, lugares apartados de la campiña, lejos, pues, de zonas estratégicas que fueran potenciales objetivos de la aviación enemiga.
Conocer la verdad de fondo a estas alturas es difícil por no decir imposible. “¿Cómo se les ocurrió hacer una cosa así? A posteriori parece que tenían razón los que decían que se esperaba una invasión alemana, pero lo cierto es que Francia ocupó el Ruhr entre 1923 y 1925, y en varias ocasiones amenazó con hacerlo de nuevo para cobrarse los atrasos de las reparaciones de guerra acordadas en el Tratado de Versalles, mientras que por el lado contrario todo el mundo lo consideraba imposible, aunque llegase a suceder en 1940. Lo cierto es que es una cosa muy rara, y por tanto muy interesante. A día de hoy, sigo teniendo sólo opiniones al respecto, pero no una idea fundamentada de por qué se produjo esta evacuación en tiempos de paz”. A este argumento habría que oponer lo que sucedió cuando Hitler, en el 36, remilitarizó Renania, inclumpliendo lo acordado en Versalles. Francia consideró una reacción ofensiva pero finalmente desestimó esa opción por considerar que el desafío implicaba una escalada bélica que no le convenía desencadenar.
Pérez, por otro lado, describe la política nazi de promoción del ocio y el cachondeo en el París ocupado para desactivar las ansias resistentes de la población local. “Toda la documentación que he consultado apunta en este sentido. La tolerancia con el alcohol, las fiestas y la prostitución. La obligatoriedad de estrenar obras en cines y teatros. El número desproporcionado de coros, orquestas y similares que fundaron los ocupantes y hasta algunas instrucciones escritas de no meterse con la gente que volvía de fiesta aunque transgrediese el toque de queda. Estoy convencido de que así era además me parece una buena idea”.
Aquelarres nazi y comunista
El autor leonés, que, fiel a su estilo, arma el libro como una novela policiaca cuajada de paradojas, nos deja asimismo una interesante reflexión en torno la fijación por el arte que evidenciaron muchos próceres del nazismo, un movimiento, no en vano, acaudillado por un tipo que quiso ser pintor antes que führer. “Para el nazismo el arte era una expresión de la eternidad, trataban de alcanzarla por todos los medios. Hay algunos autores que dicen que el comunismo es un aquelarre del racionalismo y el nazismo es un aquelarre del romanticismo, y puede que esa sea una explicación. Desde el punto y hora que el nazismo rinde culto a las fuerzas de lo irracional, a las potencias espirituales más oscuras del hombre, no es extraño que se metieran en cosas esotéricas o en el culto al arte, que es lo que es capaz de despertar nuestros sentimientos más allá de la razón”.
Y precisa: “Creo que esto se puede observar con mayor fuerza en la música admirada (Wagner, por ejemplo) o compuesta por los nazis (Carmina Burana, por ejemplo), que en la pintura. Hubo muchos más músicos de categoría comprometidos con el nazismo que pintores”.
El título de la novela, por cierto, procede de un diálogo entre el funcionario nazi de propaganda y el pintor español, cuando a ambos se les permite contemplar los fondos del Louvre, trasladados al castillo de Chambord. Pedro Ríos le muestra al alemán La libertad guiando al pueblo, de Delacroix, y este lo mira escéptico y dice que no, que él ve a una mujer con las ropas rasgadas corriendo delante de un grupo de hombres, y que la libertad no guía al pueblo sino que huye de él. “Es una frase cínica que escuché a un auténtico nazi hace muchos años y que me pareció una buena idea como título”.