El conocido historiador Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961), Premio Nacional de Historia y experto en el siglo XX español, hace un regalo a los futuros alumnos de la disciplina: Guía del estudiante de Historia en la universidad, que publica la Universidad de Extremadura, donde el autor es catedrático de Historia contemporánea.
Moradiellos dedica el libro a todos los alumnos que ha tenido “el privilegio de tutelar y dirigir en sus primeros pasos como doctorandos”, y se fija como objetivo ofrecer “una panorámica básica de lo que son los estudios universitarios de Historia, su estructura, perfil y caracteres”, así como algunos apuntes informativos útiles para iniciarse en la vida universitaria. Su finalidad es “eminentemente práctica, directa e inmediata”.
Título: Guía del estudiante de Historia en la universidad
Autor: Enrique Moradiellos
Editorial: Universidad de Extremadura
Año de edición: 2023
Asimismo, explica a los estudiantes lo que los profesores esperan de ellos: cualidades como la predisposición vocacional, el interés por entender “la dinámica y la complejidad de las sociedades humanas”, “un gusto decidido por la lectura reflexiva”, sensibilidad hacia el patrimonio histórico y capacidad para razonar y discernir de modo argumentado. Además, necesitarán tres herramientas básicas: saber leer con profundidad reflexiva, saber escribir con precisión académica y saber hablar en público con propiedad.
Como guía práctica que es, el libro de Moradiellos explica desde cómo citar de manera correcta un libro o un artículo, siguiendo las normas ISBD (International Standard Bibliographic Description) a las funciones de los distintos órganos de gobierno de la universidad, como el rectorado, la junta de gobierno, el claustro de profesores, los decanatos y los departamentos.
Contra el tópico de que la Historia (como otras carreras de Humanidades) no tiene salidas profesionales, Moradiellos señala la abundancia de caminos laborales que pueden seguir los egresados de la carrera. La enseñanza y la investigación son los más evidentes, pero también señala la participación en excavaciones y estudios arqueológicos, la conservación y difusión del patrimonio histórico y cultural, el trabajo en archivos, bibliotecas y centros de documentación, así como la colaboración en medios de comunicación y editoriales y el asesoramiento histórico y cultural en instituciones y empresas.
Historia de la Historia
Moradiellos se remonta a Heródoto, padre de la disciplina hace 2.500 años, para explicar los inicios de la disciplina y su razón de ser. Una cita del ateniense Tucídides, que relató la Historia de la Guerra del Peloponeso, es uno de los primeros manifiestos canónicos de la disciplina: “Respecto a los hechos que tuvieron lugar en la guerra, no me pareció bien escribirlos enterándome de ellos por cualquiera ni tampoco exponiendo mi propia opinión, sino que busqué en todos los casos la mayor exactitud posible, tanto en aquellos que presencié, como en aquellos de los que supe por otros. La investigación resultaba, no obstante, laboriosa, porque los testigos presenciales de los acontecimientos daban noticias diferentes sobre unos mismos hechos, según el interés personal o la memoria que cada uno tuviera”.
A continuación, el autor explica el florecimiento de la Historia en la cultura grecolatina, su declive durante la Edad Media debido al auge de las religiones monoteístas y su cosmovisión supeditada a la intervención divina, su resurgir durante el Renacimiento y su renovación durante la Ilustración, cuando se convirtió “progresivamente en una verdadera disciplina científica”. Un cambio que se dio a finales del siglo XVIII y principios del XIX, gracias especialmente a la nueva escuela histórica germánica, con figuras principales como Barthold G. Niebuhr y Leopold von Ranke.
Los tres principios de la disciplina
Moradiellos también enumera y explica los tres “principios gnoseológicos axiomáticos inexcusables” que siguen siendo “el alfa y el omega de la profesión y la disciplina”. El primero de ellos es el “principio semántico de evidencia crítica y pragmática”, es decir, que cada afirmación histórica esté siempre apoyada en pruebas y evidencias físicas comprobables, tangibles.
El segundo es el “principio de determinación genética e inmanencia causal”, es decir, la búsqueda de causas para todos los eventos históricos, desechando la magia y la generación espontánea como hipótesis admisibles.
Por último, el “principio de significación temporal irreversible”, es decir, considerar el tiempo como una flecha que irremediablemente viaja del pasado al futuro a través del presente. Hoy parece una perogrullada, pero no lo es; como explica el catedrático, en otras épocas se ha entendido el tiempo como un “presente eterno” o de manera cíclica como un “eterno retorno”.
¿Por qué estudiar Historia?
Para Moradiellos, la razón de ser de la Historia como disciplina responde a una necesidad básica del ser humano que es “de orden biológico y antropológico”: la de contar con una idea sobre el pasado propio y colectivo. Se trata de un argumento que eleva la importancia que tiene (o debería tener) la Historia y, en general las Humanidades, en nuestro modelo de sociedad.
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Y, para reforzar esta perspectiva, Moradiellos identifica estas cuatro “funciones cívicas y culturales básicas” que cumple la Historia como disciplina académica:
a) “Contribuye a la explicación de los complejos procesos de génesis, estructura y evolución de las sociedades presentes y pretéritas.
b) Proporciona un sentido crítico de la identidad dinámica operativa de los individuos y los grupos humanos colectivos que los organizan.
c) Promueve la comprensión de las distintas tradiciones y legados culturales que conforman las sociedades actuales en su pluralidad.
d) Impone límites críticos y catárticos a la credulidad y fantasía sobre el pasado que origina falsas narrativas pseudohistóricas o mitos arbitrarios, interesados o indemostrables”.
Puntal de la democracia
La historia siempre ha sido objeto de manipulación por parte del poder. El autor lo ilustra con citas de los dos mayores dictadores del siglo XX: Hitler y Stalin. Mientras el primero dijo “No quiero que se aprenda la historia, sino que instruya (…) Debe gravitar en torno a la noción de raza”, el segundo ordenó: “Una buena enseñanza de la historia debe crear la convicción del inevitable fracaso del capitalismo (…) y que, en todo, el pueblo soviético marcha a la cabeza de las demás naciones”.
Por el contrario, una buena salud de la Historia como profesión y disciplina es ineludible para una buena salud democrática. Algo que el informe oficial emitido en los Estados Unidos en 1994 por la comisión de historiadores encargada de revisar la situación de la enseñanza de la historia en las escuelas de la nación expresó de la siguiente manera:
“El conocimiento de la historia constituye la precondición de la inteligencia política. Sin historia, una sociedad carece de memoria compartida sobre lo que ha sido, sobre lo que son sus valores fundamentales o sobre las decisiones del pasado que dan cuenta de las circunstancias presentes. Sin historia, no podríamos llevar a cabo ninguna indagación sensata sobre las cuestiones políticas, sociales o morales de la sociedad. Y sin conocimiento histórico y la indagación que lo produce, no podríamos obtener la ciudadanía crítica e informada que es esencial para la participación eficaz en los procesos democráticos de gobierno y para la plena realización por todos los ciudadanos de los ideales democráticos de la nación”.
Palabras sabias para combatir el adanismo, la demagogia y la manipulación del pasado con fines políticos.