Entre lobos y autómatas. La causa del hombre
por Víctor Gómez Pin
26 octubre, 2006 02:00Víctor Gómez Pin
2UNA VIDA DE «CYBORG»
GLOBALIZACIóN DEL SIMULACRO: DE LA CAVERNA PLATóNICA A INTERNET
Los sentidos que operan en la caverna platónica
Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo largo de toda la caverna y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia delante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos, y en el plano superior, entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
—Ya lo veo —dijo.
—Pues bien: ve ahora a lo largo de esa paredilla unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechos de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
—¡Qué extraña escena describes y qué extraños prisioneros!
—Iguales que nosotros —dije—, porque ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos, de sus compañeros y de los objetos transportados sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
Los habitantes de la caverna platónica no solo perciben exclu-sivamente imágenes insustanciales, sino que además lo hacen de manera por completo parcial, puesto que solo dos sentidos parecen activados. Platón no hubiera podido imaginar siquiera que los simulacros de percepción sensible irían más allá de las imágenes acústica y visual. Y de hecho la parafernalia creadora de ilusión se atuvo durante mucho tiempo a estas, en ocasiones ni siquiera yuxtapuestas: sabido es que la cinematografía fue un tiempo «muda», mientras que las ondas se limitaban al sonido radiofónico.
El cine sonoro y, sobre todo, la televisión parecieron un tiempo bordear el límite de las potencialidades de lo imaginario. La televisión presentaba en relación al cine un incremento en la impresión de magia en razón del carácter ondulatorio del fenómeno, cuya causa no era perceptible. ¿Cómo es posible?, se preguntaban en buena lógica los primeros espectadores.
Y mirar únicamente hacia delante... / ve ahora a lo largo de esa paredilla... / Entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados...
Sabido es que Platón privilegia ontológicamente la percepción visual, a la cual considera como una suerte de traducción sensible de lo que sería la aprehensión del campo eidético. También Aristóteles, desde el arranque de la Metafísica (980a, 21), nos dice que, cuando se trata de una actividad cognoscitiva y no práctica, «preferimos la vista a los demás sentidos, y ello en razón de que la vista proporciona mayor conocimiento, al descubrirnos gran cantidad de diferencias». Texto del que tenemos un eco bien próximo a nosotros en los siguientes párrafos de Christof Koch:
Donde mejor se han explorado estas regiones (espacios intersticiales entre la experiencia fenoménica y la sustancia cerebral corpórea) ha sido en la percepción visual, razón por la que este libro se centra en la visión, si bien no de manera exclusiva 1.
[...] En primer lugar, los seres humanos son criaturas visuales. Esto se refleja en la gran cantidad de tejido cerebral dedicado al análisis de imágenes y en la importancia de la visión en la vida cotidiana.
[...] las percepciones visuales son intensas y abundan en información. Las fotos y las películas están muy estructuradas, pero son fáciles de manipular mediante el uso de gráficos generados por ordenador 2.
Ha podido incluso conjeturarse que la reducción del abanico de los sentidos a vista y oído constituye uno de los elementos fundamentales de la errancia perceptiva y cognoscitiva de los prisioneros de Platón. ¿Sería, pues, la caverna menos cavernaria si además de las imágenes asténicas que son sombras y ecos hubiera equivalentes de sensaciones olfativas, táctiles y gustativas? La objeción, de entrada, parece obvia: la yuxtaposición de apariencias de los atributos de la entidad no nos ofrecerá un solo atributo verdadero. Y no obstante, a juzgar por los esfuerzos contemporáneos para enriquecer el abanico del universo perceptivo virtual, se diría que la cosa no es tan obvia.
Por un lado, en lo que a vista y oído se refiere, parece estimarse que todo es un asunto de aproximación al original. El sonido estereofónico digitalizado sería en principio más cercano al original y, en consecuencia, menos fantasmagórico. Lo importante no sería si se trata o no de una copia. La diferencia clave residiría en la correlación entre los contenidos a percibir (sea cual sea su fuente) y la acuidad perceptiva potencial. Una simulación correcta y bien percibida valdría, por así decir, más que la presencia del original con un instrumento perceptivo deficiente. La buena adecuación a los rasgos de la simulación excelente (es decir, integrada por representación de todos los atributos sensibles) nos depararía, de hecho, un equivalente de la cosa misma: tal es la «filosofía» implícita en los entusiastas discursos contemporáneos sobre la realidad virtual y, en especial, sobre Internet.
Extensión sensorial del simulacro
Aun dejando de lado la problemática de la pretendida «alta fidelidad» en relación a las imágenes visuales y acústicas, la dificultad para ir más allá de estas hacía que, hasta hace muy pocos años, la cabal percepción virtual no era más que un desideratum. De ahí el interés de los esfuerzos contemporáneos por extender lo virtual al tacto (a poder ser, no limitado exclusivamente a las manos), al gusto o sabor y al olfato. Avancemos que los éxitos parecen ser mayores en relación al olfato que al gusto, pero los esfuerzos no cesan y los optimistas estiman que muy pronto será posible tener un equivalente vehiculado por dígitos, de la equilibrada acidez de un Muscadet.
Conviene recordar que tradicionalmente carecía de sentido referirse a la pura matriz física objetiva del olor (como de hecho de cualquier otro correlato de los sentidos). Parecía obvio que tratar de un olor es tratar indisociablemente de lo que lo causa y de los instrumentos fisiológicos y psicológicos que permiten su percepción: de la nariz en primer lugar, la cual está naturalmente determinada, además de por su configuración anatómica, por la historia más o menos compleja de sus experiencias, historia que (no lo olvidemos) es indisociable de la experiencia de los demás sentidos; la nariz ordinaria está, por así decirlo, contaminada y es de poca fiabilidad 3.
De ahí el interés de la nariz electrónica proyectada en 1982 por Perraud y Rodd, provista de un complejo conjunto de sensores automáticamente adaptados a los caracteres físicos de lo olfateado. La nariz electrónica ha avanzado enormemente y hoy día es ofrecida por múltiples corporaciones del ramo. El artilugio serviría, por ejemplo, de sustitutivo de la nariz ordinaria en situaciones en las que esta se hallaría incapacitada para sus funciones (caso de astronautas sometidos a determinadas condiciones en el espacio, pero obviamente tendría aplicaciones militares, policíacas, industriales, etc.).
Y puesto que se habla de nariz electrónica es lógico buscar el correlato en aromas producidos por instrumentos electrónicos. Ya en 1998, en Estados Unidos, se patentó uno de estos instrumentos, el llamado Rudraksha R3. Los componentes de un aroma son emitidos por el instrumento cuando se le indican señales digitales insertas en el código del software. El aparato se conecta a un televisor o a un ordenador. Fácil es suponer las aplicaciones en diversos registros. La perfumería, en primer lugar: una variedad inusitada podría, en principio, alcanzarse mediante sofisticadas combinaciones de componentes de aromas, más bien que de los aromas en su inmediatez. Esta reducción de la percepción a componentes sería importante para el abordaje científico de las sensaciones en general y no solo del olfato.
Muy importante, obviamente, es que todo ello tiene aplicación también en Internet, como lo indica esta presentación de los objetivos del proyecto francés Exhalia, que (al parecer, en cooperación con una famosa marca) apunta a «perfumar en tiempo real el contenido de Internet, de la televisión y en general de toda aplicación multimedia».
Los propagandistas del proyecto aceptan, sin embargo, que con el dispositivo tecnológico actual el espectro de olores virtuales susceptibles de ser producidos es pequeño y que se trata, en consecuencia, de atenerse con modestia a una paleta de perfumes accesible mediante un simple periférico de ordenador. Asunto importante a su juicio es la economía de acceso. He aquí lo esencial: un difusor conectado localmente a un PC y dirigido a distancia por un logiciel del servidor web... El logiciel es universal, se adapta a diferentes formatos de aplicación y a distintos difusores. El funcionamiento es muy simple: del lado del servidor, una señal (tag) se inserta en la página HTML para designar el olor escogido y parametrar la duración y la intensidad de la difusión. Del lado del utilizador, el logiciel telecargado sobre el PC describe las señales (tags) y desencadena la difusión. Contiene cartuchos de fragancias y se enchufa sencillamente en el receptor USB del ordenador, como un nuevo periférico.
Se precisa en la web de la que extraemos estos datos que el Sindicato Interprofesional de Vinos de Borgoña ha imaginado un recorrido olfativo en CD-ROM y que el audaz inventor (llamado Yvan Regeard) habría ya colocado su producto en una escuela culinaria de Japón. Se precisa asimismo que el precio del dispositivo completo para esta degustación olfativa de los grandes crûs apenas alcanzaría los 400 euros (o sea, más o menos, cuatro excelentes botellas de Chambertain). Este interés del mundo del vino en la percepción digital no es exclusivo de Francia, como lo prueba el hecho de que una de las páginas más ricas de contenidos sobre el asunto en nuestro país 4 goza del patrocinio de Freixenet.
No es de extrañar la focalización en el olfato por parte de los que buscan un Ersatz virtual de la percepción sensible, pues es bien sabido que las sensaciones olfativas determinan hasta la deformación todas las demás, llegando a generar fobias o filias que afectan a la totalidad del objeto. De ahí que las consideraciones sobre el olfato sean de hecho indisociables de las consideraciones sobre el gusto y el tacto, sentidos a los que se atribuye en principio mayor incidencia metabólica que al primero, pero que posiblemente le son equivalentes en el monto de información que procuran.
Señalemos que el interés por los sentidos digitalizados o, con mayor generalidad, virtuales no ha hecho más que encender la reflexión sobre las condiciones generales del acto perceptivo. Asunto en el que, como en muchos otros (concretamente, en lingöística), la genética ha jugado un papel importante. Richard Axel y Linda Buck obtuvieron en 1994 el premio Nobel de Fisiología y Medicina por sofisticados experimentos que ponen de relieve el peso de los genes que controlan la síntesis de las proteínas receptivas, llegando a identificar una familia de más de mil genes que codifican un número equivalente de receptores olfativos. Algunos apologistas han llegado a decir que «todo lo que hoy se conoce sobre los receptores olfativos ha sido obtenido de manera indirecta y deriva del conocimiento de sus genes» 5.
Mas la importancia que en general se otorga a la teoría no es óbice para que se critique el carácter excesivamente especulativo y la escasa capacidad predictiva, ya que no permitiría determinar el olor originario de las zonas activas de las moléculas (odotopos); de ahí que, aun conociendo la estructura molecular, no sabemos con qué olor nos vamos a topar. En cualquier caso, los trabajos de Axel y Buck son tanto más relevantes cuanto que conciernen no solo al olfato, sino a toda la lógica molecular de la percepción.
PERCEPCIóN CONCRETA FRENTE A YUXTAPOSICIóN DE PERCEPCIONES ABSTRACTAS
Consideremos un objeto o producto de común percepción, un recipiente con vino, por ejemplo. El vino puede ser meramente con-templado y analizado desde el exclusivo punto de vista de sus tonalidades cromáticas, lo cual exige naturalmente que el recipiente sea traslúcido y neutro. Si tal no es el caso, el contenido no será propiamente captado por la vista, pero sí podrá serlo mediante otro sentido, el olfato, por ejemplo. Evidentemente, el mosto puede ser asimismo juzgado o captado por el gusto, ya sea meramente con vistas a determinar su densidad o su temperatura, ya sea con vistas a ingerirlo.
En suma, la percepción de un vino pone en juego alguno de nuestros sentidos o el conjunto de estos. Sentado lo cual, formulamos la muy sencilla pregunta: ¿cuál de los sentidos es prescindible a la hora de efectuar la operación designada usualmente por la expresión catar? Cualquier enólogo respondería de inmediato que ninguno de ellos. Un vino solo se paladea de forma cabal tras haberlo cuidadosamente contemplado, olido y hasta oído (por ejemplo, durante el trasvase de la botella al vaso); responderá que todos y cada uno de los sentidos intervienen en la cata de un vino, como intervienen en cualquier acto de acertada percepción.
Hasta aquí, todo trivial. Solo a través de los sentidos hay para nosotros constancia efectiva de la realidad de los objetos físicos y, en consecuencia, si queremos tener acceso a la entidad objetiva, la colaboración de todos los sentidos es de desear.
El asunto se hace, sin embargo, más interesante si introducimos la interrogación siguiente: la percepción concreta de la cosa, ¿es el mero resultado de la yuxtaposición de las imágenes sensoriales proporcionadas por cada sentido particular, el cual funcionaría de forma autónoma? útil es al respecto evocar una famosa controversia que enfrentó a relevantes figuras del pensamiento medieval, prolongándose hasta involucrar en ella al propio Galileo: en teoría de la percepción la escolástica establecía una distinción entre los denominados sensibilia propia y los denominados sensibilia communia; los primeros eran aquellos rasgos sensoriales de un objeto en cuya percepción intervenía un único sentido; los segundos eran, por el contrario, aquellos en los que se involucraban la totalidad de los sentidos.
En un caso, el rasgo percibido era el polo correlativo del tacto, del oído o del olfato; en otro, el rasgo percibido era el polo correlativo de una «facultad», en la que se interrelacionaban de manera intrínseca todos los sentidos disponibles, pero que no se reducía a la acumulación de lo percibido autónomamente por cada uno de ellos. Pues bien: a la pregunta ¿dónde reside la realidad del objeto percibido?, unos respondían que en los sensibilia propia, mientras que para otros sería en los correlatos de los sensibilia communia.
De la primera posición cabría deducir que la sustancia global percibida es un mero conjunto de aspectos parciales, pero auténticamente subsistentes. De la segunda posición se infiere necesariamente que tales aspectos parciales son solo abstracciones, carentes de todo sentido fuera de la totalidad unificada que les da soporte.
Para los partidarios de privilegiar ontológicamente los sensibilia propia, el vino concreto es la síntesis a posteriori del aroma, el color, las sustancias solubles en la saliva, etc., que constatamos en un determinado caldo. Para los que privilegian los sensibilia communia, el vino concreto es de entrada un conjunto, y en su percepción la singularidad de aspectos solo se da con posterioridad.
En un debate universitario relativo a la mediación electrónica se llegó a avanzar la singular tesis de que las impresiones sensoriales que percibimos en contacto con la realidad física llegarán pronto a ser experimentadas a través de la red telemática y que, cuando ello suceda, prácticamente la diferencia entre percepción sensorial directa y percepción mediatizada por la electrónica se habrá esfumado. En términos filosóficos, la tesis equivalía a sostener que la barrera entre naturaleza y artificio se estaba así diluyendo; mas para ilustrarla se recurrió a imágenes impactantes: a través de los dígitos llegarían a darse auténticas bofetadas (o, eventualmente, auténticas caricias).
Dado que, por otra parte, las imágenes acústicas y ópticas están ya dadas, bastaría conseguir que se vehiculara digitalmente algo así como un Ersazt del perfume de la persona (o cosa) para que prácticamente esta se hallara ante nosotros. Como decía un artículo pro-pagandístico relativo al «amor en tiempos de Internet» que luego consideraremos, «iríamos sintiendo en nuestra propia carne las ma-nipulaciones, sobeos y...».
Pues bien: la referencia al tema escolástico de la prioridad ontológica entre los sensibilia communia y los sensibilia propia, y la tendencia (que el lector habrá adivinado) a tomar partido por los communia, apuntaba a poner de manifiesto que todo esto constituye quizá una monumental falacia, que los dígitos podrán vehicular abstracciones de las cosas, es decir, componentes, separados por artificio, de la percepción concreta, pero nunca la percepción misma. La cata digital y la noche de cabaré electrónica (a la que luego nos referiremos) no nos depararán más que fantasmas: abstracciones bajo modalidades de visión, olfato, oído o tacto, transferidas en escena superficial o bidimensional y, por ende, doblemente incompatibles con la percepción concreta, puesto que esta tiene correlato en lo sustancial, y hablar de sustancia superficial o bidimensional es, simplemente, contradictorio. Tan contradictorio como lo sería asimismo hablar de una naturaleza bidimensional o de una naturaleza resultante del ámbito de los dígitos (algún ensayista contemporáneo ha dado el paso), una naturaleza, en suma, confundida con el artificio. No se ha dado al respecto argumentación más convincente, más satisfactoria para las exigencias de la razón, que la de Aristóteles, que evocaremos brevemente.
NOTAS
1 Ob. cit., pág. 18.
2 Ibídem, pág. 33.
3 El asunto es bien sabido por lo que se refiere a la percepción del color, que más
que ser una propiedad preexistente, es decir, una propiedad de las cosas mismas, sería dependiente de la información y resultado de una interpretación que en ocasiones parece indisociable de categorizaciones lingöísticas. Asunto que, según la hipótesis de Sapir-Whorf sobre el relativismo, concerniría también al olfato.
4 , vinculada a la Sociedad Española de Ciencias Sensoriales.
5 Véase André Holley, .